Una copa de vino y un viñedo. La imagen es de una gran belleza. Y representa la vida, pero algo más trascendente. Guarda relación con la posición que tomamos respecto a la muerte. La afrontamos, no le damos la espalda. Y, por eso mismo, vamos a concentrarnos en cómo se puede mejorar ese viñedo, en cómo se puede disfrutar de esa copa de vino. En cómo nos relajamos con personas con las que podemos estar a gusto. Y, mirando el horizonte, entender que el estoicismo es una gran filosofía de vida, pero no puede ser suficiente. No lo es. Debemos volver a estimar lo epicúreo, valorar el trabajo del día a día, la concentración en lo que se hace y disfrutar de ello de forma plena. ¿Seguro? Lo tiene muy claro Charles Senard, que ha querido ir contracorriente en un libro sincero y ameno: Ser estoico no basta, sabiduría epicúrea para vivir el presente (Rosamerón), en el que pide valorar la fuerza de algo tan cercano como el vino.
¿Por qué? El estoicismo está de moda, ha sido abrazado por ejecutivos y directivos, y hasta por el ex entrenador de la selección española de fútbol, Luis Enrique. La idea central que se ha difundido, pese a todos los matices y las enseñanzas de los clásicos, es que es mejor concentrarse en lo que depende de uno mismo, y no preocuparse de lo que no se controla. Aceptar las cosas como vienen, aguantar firme ante las adversidades y seguir un camino propio, sin grandes alegrías, pero tampoco sin graves penalidades. No está mal para los tiempos que corren. Pero, ¿nos resignamos a ello, bajamos la cabeza y difundimos la buena nueva en Twitch, como hizo Luis Enrique, que se declaró lector de Marco Aurelio y Epicteto?
Virtudes morales
Charles Senard es francés. Ya es una carta de presentación. Ensayista y novelista, graduado por la ESSEC Business School de París, es doctor en estudios latinos. Y eso es determinante, porque lo que pretende Senard es acercar la cultura grecolatina al lector, que se ha arrinconado en los planes educativos. Pero insistamos: ¿ha sabido el ciudadano francés, por su propia experiencia, en contacto con la naturaleza, ser el más epicúreo de los mortales? Hay una larga tradición de recelos por parte de su vecino alemán precisamente por eso, porque en Francia se vivía, mientras en Alemania se censuraba la risa, el placer. Lo explicó de forma brillante la germanista Rosa Sala Rose en su El misterioso caso alemán (Alba editorial).
Hacia el 306 a.c. un ciudadano de treinta y cuatro años procedente de la isla de Samos llamado Epicuro fundó en Atenas una nueva escuela filosófica. Era una comunidad sin grandes jerarquías que se unió en torno al maestro. La sede de la escuela fue un jardín en las afueras de la ciudad. La corriente filosófica se conocería con ese nombre, ‘el jardín’, que cobraría una gran fama como una de las mejores escuelas de Atenas. Lo que se conoce, principalmente, de Epicuro se debe al décimo volumen de una obra titulada Vidas y opiniones de los filósofos ilustres, escrita por Diógenes Laercio, un historiador del siglo III. Y esos escritos se reducen a tres cartas que Epicuro habría dirigido a tres de sus discípulos.
La imagen que proyectó el cristianismo, mucho después, es la de unos desaprensivos, que se dedicaban a prácticas inmorales. Los padres de la Iglesia condenarían a Epicuro como hereje, a un filósofo que había vivido cuatro siglos antes del nacimiento de Cristo. Curioso. Pero la caricatura ha perdurado. ¡Los epicúreos son hedonistas, libertinos y amantes del placer!
Nada que ver con la realidad, como señala Senard: “La realidad es que siempre abogó por un ascetismo riguroso; se le acusó de inmoral, aunque jamás dejó de prescribir la práctica de virtudes morales como la justicia, el coraje o la amistad; fue considerado ateo cuando jamás negó la existencia de los dioses”.
Pero Epicuro y sus seguidores tomaron una actitud propia frente a la muerte. Y eso es decisivo. No tienen miedo. No tiene cabida la muerte en el pensamiento epicúreo. En su Epístula a Meneceo, Epicuro señala: “Acostúmbrate a pensar que la muerte no tiene nada que ver con nosotros, porque todo bien y todo mal radica en la sensación, y la muerte es la privación de sensación. De ahí que la idea correcta de que la muerte no tiene nada que ver con nosotros hace gozosa la mortalidad de la vida, no porque añada un tiempo infinito, sino porque quita las ansias de inmortalidad”.
Eso quita un gran peso al hombre. La pregunta llega después. ¿Por qué se quiso sumergir al hombre bajo ese yugo, la angustia frente a la muerte y lo que podría suceder después?
Senard nos conduce por varios caminos, siempre con la intención de que amemos a los clásicos, de que sepamos qué nos quisieron transmitir. Porque el legado es excepcional. Atribuye a Montaigne un alma epicúrea. Y el autor de Les Essais, traslada algo muy transparente: “Cuando bailo, bailo, cuando duermo, duermo. Incluso, cuando me paseo en solitario por un hermoso vergel, si mis pensamientos se han ocupado de circunstancias extrañas cierta parte del tiempo, otra parte de él los devuelvo al paseo, al vergel, a la dulzura de la soledad y a mí. La naturaleza ha observado maternalmente que las acciones que nos ha impuesto por nuestra necesidad nos resultaran también placenteras. Y nos induce a ellas no solo por medio de la razón, sino también mediante el deseo. Es injusto corromper sus reglas”.
"¡Cómo, ¿no has vivido?"
Hay un mensaje para los productivos, los que consideran que hay que ‘hacer cosas’, que no se puede quedar uno mirando al cielo. Pero, ¿cómo? Senard entiende que el epicureísmo no busca el placer por el placer, lo que pretende es aprovechar el momento, en toda su intensidad. “Aprovechar el día es ser plenamente consciente del carácter único, inesperado y maravilloso de cada momento que pasa, gozar del placer de existir y dar. A quien dice ‘hoy no he hecho nada’, le responde Montaigne: ‘¡Cómo, ¿no has vivido? Esta es no solo la fundamental, sino la más ilustre de tus ocupaciones’”.
El epicúreo, según nos enseña Senard, no rehúye el dolor, pero no piensa de forma constante en el futuro. Algo que ha acabado asumiendo la sociedad contemporánea. Todo se calcula y se realiza programando un futuro que se pretende mejor, más placentero, o, como mínimo, exento de penalidades. Pero, ¿qué pasa con el presente? ¿Lo disfrutamos con plenitud?
Los epicúreos tomaron cuatro grandes máximas, bautizadas como el ‘cuádruple remedio’. Es el corazón de lo que pretendían enseñar: liberar al hombre de las preocupaciones, ayudarle a vencer el miedo a morir, enseñarle en qué consiste realmente el placer y permitirle derrotar a la muerte. “El objeto final de tales enseñanzas es aniquilar la turbación del alma (ataraxia) y el dolor del cuerpo (aponía), condición ineludible para todo aquel que desee obtener la felicidad”, señala Senard.
Y ahí llega la fascinación por el vino, por el proceso por el que se llega a tal placentero trago. Fue Horacio, siguiendo a Virgilio en sus Geórgicas, a juicio de Senard, quien señaló los gestos propios del cultivo de la vid, y de la poda, en particular. Ninguna inteligencia artificial podrá substituir esa habilidad, ese conocimiento que se acumula a lo largo de los siglos. Una técnica “llevada a la perfección por generaciones de viticultores”, como apunta Senard, que ha ‘bebido’ de ella, porque su familia se ha dedicado al cultivo de la vid. La concentración, en ese momento, en la poda: “Tallar, no cortar, como el sastre de ropa a la medida, como el cantero cuando sigue la veta de la roca. Tallar, casi esculpir”, recoge Georges Durand, en La vigne et le vin.
Ese momento, esa ocupación, es epicúrea, y muestra la capacidad del hombre: la concentración, el placer en el detalle, en el instante. Dejemos a un lado el estoicismo. No basta, no es suficiente. Hay que acudir a Epicúreo, insiste Senard.