Raimund Herder lidera una de las editoriales con más trayectoria a sus espaldas y que, desde sus inicios, allá por el siglo XVIII en Alemania, ha tenido un propósito: difundir el pensamiento entre los lectores. Recorrer el catálogo de Herder es pasar de Platón a Byung-Chul Han, de Shopenhauer a Adriana Cavarero, de Gadamer a Laura Quintana, de Kierkegaard a Lluís Duch. Textos filosóficos de hoy y de ayer comparten estantes con los mangas, a través de los cuales la editorial intenta llevar la filosofía a los más jóvenes. Entre medio, manuales, historias de la filosofía –ahí esta los volúmenes de El pensamiento alemán de Kant a Heidegger de Eusebi Colomer, por ejemplo–, diccionarios filosóficos y revistas como Argumenta Philosophica o Filosofía & Co.
–Existen editoriales con mucha historia a sus espaldas, pero Herder se fundó nada menos que en el siglo XVIII.
–Finales siglo XVIII, sí.
–En España se instaló en los años cuarenta del pasado siglo.
–En realidad, fue antes. Aun no teniendo sede en España por entonces, la editorial publicó su primer libro en español en 1887. Los primeros títulos, en efecto, se editaron en Friburgo. En las primeras décadas del XX Herder abrió en la calle Balmes una librería –la actual Alibri– donde, a partir de los años cuarenta, se empezaron a editar los libros en español. Se considera que es a partir de 1943 que se puede hablar de Herder como una editorial española, si bien la fecha no es del todo correcta, puesto que yo he encontrado libros publicados en Barcelona en 1942 e, incluso, en 1941. Por tanto, es difícil concretar con exactitud el año en que Herder comenzó su andadura en España. Siempre que encontramos una fecha que creemos definitiva, aparece otra que la desmiente. Mi hermano, editor de Herder en Friburgo, quería celebrar los 225 años de la editorial considerando 1798 como la fecha de su creación. Sin embargo, cuando ya estaba planeado, se encontró un libro de 1796 que lo trastocó todo.
–Herder entonces es la editorial más antigua de este país.
–Más o menos. Aquí, en el Gremi d’editors de Catalunya, nos encontramos con la editorial de la Abadía de Montserrat que, según sus responsables, tiene su origen en el siglo XV. Sin querer discutir con ellos, siempre digo que su antigüedad no es cierta porque lo que tenía la Abadía era una imprenta, no un sello editorial. El concepto de editorial aparece en el siglo XVIII. Es un producto de la Ilustración y de la Revolución Francesa. Y responde a la idea de que es necesario difundir el conocimiento y la lectura entre todas las clases sociales. En este momento aparece no solo el concepto de editorial, sino también el oficio de editor. No podemos hablar de editoriales antes del siglo XVIII.
–¿El objetivo inicial de Herder fue difundir cultura?
–Efectivamente. En el origen de la editorial está el deseo de llevar la formación, la educación y la lectura a las clases más populares. Obviamente, en el siglo XVIII y XIX había mucha gente que no sabía leer y los libros solo llegaban a una parte reducida de la sociedad. Sin embargo, asumido esto, la voluntad de la editorial era difundir conocimiento entre los lectores. Sigue siendo nuestra motivación hoy en día.
–¿El protagonismo que tienen en su catálogo los libros de teología y filosofía es fruto de que la editorial nace con la Ilustración?
–En gran medida sí. En sus inicios, los libros que se editaban tenían carácter pedagógico. La teología aparece como interés a mediados del siglo XIX y la filosofía ya tenía su espacio, pero siempre al servicio de la teología o, como se decía entonces, la filosofía se entendía en tanto que ancilla theologiae. Solamente desde hace treinta años más o menos la editorial emprendió la labor de publicar filosofía pura. Actualmente la presencia de la teología es menor con respecto a los inicios de la editorial.
–También la filosofía se ha ido separando de la teología.
–Por supuesto. Hasta el siglo XIX la figura de Dios se veía como el principio de todo pensamiento. Después la filosofía se desvía de este teocentrismo y crea sus propios modelos para pensar. Hasta el XIX para filósofos como Schelling o Hegel, Dios estaba en el centro de todo. Y Dios solo desaparece como figura esencial del pensamiento a partir del siglo XX, de tal manera que la filosofía se desvincula de la teología.
–Siempre se ha dicho que el alemán es la lengua más apropiada para la filosofía.
–No sabría decirte si es exactamente así. Heidegger dice que los tres idiomas capaces de formular una filosofía son el sánscrito, el griego y el dialecto del alemán que se habla en la Selva Negra, de donde era originario. De hecho, en algunas de sus obras, Heidegger usa términos de este dialecto que, hoy en día, tiene muy pocos hablantes. El alemán tiene la posibilidad de juntar palabras para crear otras nuevas; es decir, en el alemán existe facilidad a la hora de crear términos nuevos juntando sufijos, prefijos y palabras entre sí. Este hecho favorece al pensamiento filosófico, pero no me atrevería a decir que el alemán es la lengua de la filosofía. Creo que cada idioma tiene su capacidad y su forma de pensar y, por tanto, cada idioma produce un pensamiento distinto.
–De hecho, la historia de la filosofía no puede pensarse sin Francia, por ejemplo.
–A partir del siglo XIX Alemania se convirtió en el país de importantísimos filósofos. Con anterioridad, sin embargo, los filósofos que más han marcado nuestra manera de pensar fueron los ingleses y los franceses. De lo que no cabe duda es el que el XIX, desde un punto de vista amplio, es un siglo marcado por las universidades alemanas.
–Hoy todos sabemos leer, pero no todos somos lectores de filosofía
–La lectura no solo se aprende, sino que hay que practicarla. Si nunca lees, obviamente más te va a costar entender determinados textos. Es evidente que los textos académicos o filosóficos requieren de una habilidad. Herder, aunque en el pasado lo era todavía más, es una editorial que colabora con las universidades, de donde creo que está en parte el problema.
–¿En qué sentido?
–Reside en la concepción que se tiene en las universidades de la filosofía. La universidad, ahora más que antes, tiende a encerrarse en sí misma. Esto se ve en sus publicaciones: la universidad publica para leerse ella, no para los demás. Y, prueba de ello, es que actualmente apenas publica libros: lo que publica son papers en revistas indexadas. Estas revistas no son para un público general. No son para el lector que está fuera del ámbito universitario, que queda excluido de la producción que se realiza en la academia. Lo peor es que la universidad no solo ha dejado de escribir libros, sino que tampoco los consume como antes: ahora se trabaja a partir de fragmentos de libros. Me explico: los estudiantes tienen una lista de lecturas y estas lecturas son capítulos sueltos de libros. Al no trabajar libros enteros, lo que se consume son fotocopias o pdfs. Nosotros, en tanto que editorial, no podemos trabajar con este modelo. No somos una institución pública que pueda gastar dinero sin recuperarlo a través de las ventas. Necesitamos vender libros para financiar los libros que queremos publicar. De ahí que en estos últimos años, hayamos publicado menos libros académicos para potenciar títulos dirigidos a un lector no académico. En este sentido volvemos a los orígenes apostando por llegar a un público mucho más general.
–¿Hay interés por la filosofía?
–Sí y te diría, incluso, que más interés fuera de la universidad que dentro. Vivimos en un momento en el que interesa el pensamiento y nosotros tratamos de hacer libros escritos con rigor académico, pero con un estilo divulgativo. Dicho todo esto, ¿nuestros libros se dirigen a un público reducido? En parte sí, porque es necesario tener una cierta habilidad y costumbre para enfrentarse a ciertas obras. Pero no hay que olvidar que la filosofía es como las matemáticas: la puede entender cualquiera. Si un alumno no entiende matemáticas, la culpa es del profesor, nunca del alumno.
–Se nos forma, quizás, más en matemáticas que en filosofía.
–Ahí vamos. ¿Hace falta que la filosofía sea una asignatura de bachillerato? No lo sé. Estoy convencido de que se puede enseñar filosofía a través de otras disciplinas: literatura, historia…. El pensamiento filosófico no depende necesariamente del estudio de la historia de la filosofía. Quizás en lo que fallamos es en enseñar cómo pensar más que en explicar quién es Platón o Kant.
–Se dice que en la última década han crecido los lectores de no ficción
–Para mí, la división entre ficción y no ficción ya no es muy útil, porque hay mucha ficción basada en investigación histórica y, al mismo tiempo, libros de no ficción que se leen como novelas. Yo creo que la gente está buscando respuestas a distintas preguntas. Internet siempre está ahí para una primera respuesta, pero es insuficiente. Quien quiere profundizar termina en los libros para pensar las cosas de manera más profunda y compleja y afrontar los problemas a los que nos enfrentamos como sociedad en términos políticos, sociales y ecológicos.
–Le he hablado de no ficción, pero, teniendo en cuenta su catálogo, debería haber hablado del ensayo, un género que parece haber sido engullido precisamente por esa etiqueta.
–Estoy de acuerdo en lo que dices y debo reconocer que no me gusta nada el concepto no ficción. No me gusta definir las cosas con una negación. Y, efectivamente, nuestro catálogo se nutre, además de manuales y diccionarios, de ensayos filosóficos.
–En su colección ‘Pensamiento Herder’, encontramos ensayos muy vigentes, mientras que en otras se apuesta por los grandes filósofos de la historia. ¿El pasado y el presente están en un constante diálogo?
–‘Pensamiento Herder’ es una colección de filosofía contemporánea de corte político. Desde el principio la pensamos para que tuvieran cabida libros con un enfoque actual, sobre todo en términos sociales. Sin embargo, esto no debe llevarnos a confusión: la filosofía histórica, desde los autores de inicios del siglo XX hasta Platón y Aristóteles, es una herramienta para leer el presente. No tiene sentido leer La república de Platón o a Ética de Aristóteles sin tratar de aplicar sus propuestas a nuestros modelos. Hay que tener en cuenta que todos leemos desde nuestra época y esto explica que los ensayos más contemporáneos no puedan prescindir de los autores del pasado, porque dichos autores nos siguen apelando.
–También tiene una importante presencia en su catálogo la llamada bibliografía secundaria.
–La bibliografía secundaria aporta nuevas interpretaciones de autores del pasado. Es el paso del tiempo el que justifica que se realicen nuevas lecturas. Un historiador, no recuerdo ahora el nombre, dijo que cada generación debe producir una nueva biografía de César. Algo de verdad hay. ¿Cuántas biografías de Cesar existen? Cada veinte años se publica una nueva. Con la filosofía sucede lo mismo: cada generación hace nuevas interpretaciones, porque somos nosotros los que leemos a Platón . No es Platón el que, desde su tiempo, nos dice algo.
–Han apostado por el cómic y el manga. ¿Pueden ser formas nuevas de leer e interpretar la filosofía?
–Es muy interesante esto. Hablamos de obras clásicas que, para llevarlas al formato cómic o manga, requieren, en efecto, ser interpretadas no solo en términos textuales, sino gráficos. Para hacer un manga de Así habló Zaratustra o de la Crítica de la razón pura hay que conocer muy bien la obra original y ser capaz de captar las ideas claves para condensarlas en relativamente pocas páginas. Comenzamos hace diez años con el manga y lo hicimos en busca de nuevos formatos para difundir la filosofía y el hecho de pensar. El cómic nunca podrá substituir la lectura de la Crítica de la razón pura, pero nuestro objetivo es que estos cómics den una pista sobre el pensamiento del filósofo y, a la vez, sean un incentivo para leer la obra original.
–En Francia, una colección como Que sais-je? publica introducciones a autores, temas y obras de cierta complejidad. Me da la impresión de que aquí no tenemos algo similar.
–Es verdad. Más allá de que el manga sea un género japonés, hay que reconocer que, en Europa, Francia es el país del cómic y de la novela gráfica. Colecciones como Que sais-je? tienen gran difusión. Sin embargo, no es un tipo de libros exclusivo de Francia. Existen en otros países como Italia o Alemania, pero es cierto que en España no existen. Precisamente por esto hace poco hemos iniciado una colección, ‘Rostros de la filosofía iberoamericana y del Caribe’, donde publicamos introducciones biográficas al estilo Que sais-je? sobre pensadores del mundo iberoamericano.
–Ahora que cita esta colección, ustedes han intentado abrir el mapa geográfico de la filosofía. ¿Es un mapa excesivamente centrado en Europa?
–Obviamente la filosofía tal y como la entendemos tiene su centro en Europa. Sin embargo, si ampliamos el concepto de filosofía –por ejemplo, comprendemos la mitología como una filosofía prefilosófica– estamos obligados a abrir las fronteras de ese mapa. Para nosotros la filosofía empieza con Grecia, sigue con Roma y llega a Francia, Inglaterra, Alemania o Italia… Pero también a la Europa del Este. La filosofía tiene desarrollo histórico. Y esto implica no solo que cada época tenga su modo de pensar, sino que no se puede pensar sin lo que sucedió anteriormente. De ahí la centralidad de Europa, porque no se puede concebir ninguna filosofía contemporánea sin los orígenes. Ahora bien, esto no significa que la filosofía sea exclusivamente europea y es importante prestar atención a lo que sucede en otros países, continentes y culturas.
–Ustedes han puesto el foco en Latinoamericana.
–Como editorial que publica en español, por cercanía lingüística, lo lógico es interesarse en primer lugar por lo que sucede en América Latina, donde existe una producción muy interesante gracias a jóvenes filósofos que tienen, obviamente, su formación en el marco de la filosofía europea y estadounidense, pero que piensan explícitamente dentro de su ámbito histórico y social. En nuestro catálogo encuentras filósofas provenientes de Perú, Colombia, Argentina, Cuba, México o Chile. Autoras de gran peso como en Laura Quintana, cuya obra dialoga con la filosofía francesa pero sin obviar su contexto: ella escribe en y desde Colombia.
–Para España países como Argentina y México fueron importantísimos: a través de ellos nos llegó el pensamiento francés de la primera mitad del siglo XX.
–Cierto, pero no solo. Los autores españoles encontraron en estos países la posibilidad de publicar obras. No olvidemos que María Zambrano publicó su segundo libro en Chile. Lamentablemente, hoy se impone la tendencia a mirar sobre todo a Europa y no a América, perdiendo así una oportunidad para conocer lo que se está pensando desde esos países con los que compartimos la misma lengua.
–Quiero preguntarle sobre Byung-Chul Han. ¿Es el filósofo de moda? ¿Cada época tiene un filósofo estrella?
–Primero de todo, creo que es importante decir que Byung-Chul Han no es exactamente un filósofo mediático. Es cierto que es un autor presente en los medios, pero él no busca la atención mediática. Nunca va a televisión y hay muy pocos vídeos de él. Diría que hay otros filósofos más mediáticos. Han, por el contrario, habla a través de sus libros. Sin embargo, es cierto que los medios lo buscan y se interesan por él, pero esto no lo convierte en mediático. Lo que hay que destacar de Han es que tiene una forma muy clara de hablar y, a la vez, una forma filosófica: de frase a frase, desarrolla ideas. Él escribe en alemán, que no es su lengua materna; quizás por esto su escritura es tan precisa, contundente y con frases cortas. Tiene capacidad de nombrar las cosas. Nada más leer el título La sociedad del cansancio, uno ya entiende a qué se refiere. Él sabe nombrar realidades que todos conocemos, pero a las que no les dábamos nombre. Pasó algo similar con Bauman, cuando habló de la sociedad líquida. Esta habilidad es lo que ha hecho de Han un filósofo con muchos lectores, incluso fuera del mundo académico. ¿Cada generación tiene su autor influyente y mediático? Quizás sí.
–Lyotard o Bauman marcaron toda una época
–Sin duda. Bauman vendió además miles de ejemplares. Lo que es interesante es que estos filósofos que tiene popularidad no necesariamente son los que, con el tiempo, perduran. En los años veinte en Alemania encontramos autores muy leídos, pero que hoy han perdido vigencia. Vamos a ver qué sucede con Han. Lo que sí creo es que si la prensa pone el foco en él es porque es conocido, en lugar de buscar y descubrir a autores todavía desconocidos. Desde la prensa,se podría diversificar más a la hora de poner el foco. No ponerlo necesariamente siempre en los mismos.
–Pasó algo similar con Vattimo. Parecía que fuera el único filósofo italiano.
–Lo que está en los medios, vuelve a los medios y lo que no está, no aparece. En los primeros años me costó mucho convencer a la prensa para que hablara de Han. Lo publicamos en 2012, pero no fue hasta 2015 que salió una primera reseña sobre él.
–Hablando de medios: ¿Se ha banalizado el concepto de filósofo? Dicho de otra manera, ¿se llama alegremente de filósofo a cualquiera que escribe ensayo o que haya pasado por la facultad de filosofía?
–No lo sé… Hannah Arendt dijo de ella misma que no era una filósofa y, para nosotros, es una de las más grandes. Si volvemos al sentido original de la palabra, el filósofo es aquel que ama y busca la sabiduría. Cualquiera que piense se podría merecer la etiqueta de filósofo.
–Me parece muy generoso
–Es que no lo sé.
–Le doy un nombre –no actual, no le voy a poner en un aprieto– y me dice. ¿Susan Sontag es ensayista o filósofa?
–Yo utilizo la palabra filósofo y filósofa con cierta restricción y prudencia. No me gusta hablar constantemente de filósofos. La filosofía es algo grande y son pocos los que se merecen ser considerados así. Ahora bien, no hay que olvidar que la filosofía es la búsqueda de la sabiduría. Y quien está en esta búsqueda y sabe expresarse podría llegar a considerarse, antes o después, filósofo.