Considerado el filósofo más importante de la Ilustración, Immanuel Kant tenía fama de ser un hombre metódico y poco dado a la aventura. A lo largo de su vida apenas se movió de Köningsberg (actual Kaliningrado, Rusia), porque consideraba que su ciudad natal era perfecta para él y, según la leyenda, sus vecinos ajustaban sus relojes al verlo salir para su paseo de las tres y media de la tarde, siempre puntual, hiciera el tiempo que hiciese. Pero, más allá de su carácter metódico y estricto, Kant desarrolló otra virtud: el criticismo. Por eso, buena parte de su obra la dedicó a enseñar al ser humano a saber pensar por sí mismo y a ser crítico --encontrar ese sutil equilibrio entre racionalismo y empirismo para poner en duda los dogmas y prejuicios de todo tipo. ¿Qué diría hoy, en pleno apogeo de los populismos y las redes sociales? ¿Cómo abordaría el tema de la felicidad y la pluralidad de culturas en un mundo cada vez más globalizado y dependiente de la inmediatez?
”Kant empleaba la palabra 'cultura' en un sentido clásico e ilustrado, como 'perfección de la naturaleza', sea en el terreno individual, sea en el social, en cuyo caso es prácticamente sinónimo a 'civilización'. Aunque, a diferencia de los románticos, está lejos de conceder un valor intrínseco a la pluralidad de culturas, advierte que, desde un punto de vista pragmático, el hecho de la pluralidad de lenguas, religiones, etc. desempeña un papel importante, porque impide una homogeneidad excesiva, en la que la libertad política puede verse amenazada", explica Ana Marta González, profesora de Filosofía e investigadora del Instituto Cultura y Sociedad de la Universidad de Navarra, que acaba de publicar Kant on Culture, Happiness and Civilization (Palgrave, Macmillan, 2021), un libro en el que explora el tema de la pluralidad de culturas y la relación entre cultura y felicidad desde la perspectiva del conocido filósofo alemán de finales del siglo XVIII.
Influencia de las redes sociales
Según González, “Kant siempre fue un defensor de la libertad, y, por eso mismo, un defensor del derecho: advierte de que la convivencia es posible en la medida en que, por un lado, nos sujetamos a un estado de derecho que garantiza la coexistencia de libertades, y, por otro, trabajamos por configurar un orden cosmopolita, en el que se reconozcan los derechos de todos los hombres. No hay que olvidar que sus propuestas están en el origen de la idea de una sociedad de naciones”, comenta por email la reconocida filósofa de la Universidad de Navarra.
González explica que decidió especializarse en Kant por su “valentía filosófica” a la hora de abordar los temas centrales del pensamiento filosófico y la existencia humana: “Kant no pregunta directamente por las cosas sino por nuestra experiencia de las cosas: qué puedo conocer, qué debo hacer, qué me cabe esperar; pero no se anda con rodeos; esas preguntas alimentan su riguroso quehacer filosófico”, añade la profesora, convencida de que las aportaciones de Kant cobran especial valor en el contexto político y cultural actual, cada vez más dominado por la influencia de las redes sociales.
Lectura reposada
“En su Crítica de la razón pura, Kant dice: 'nunca debo atreverme a opinar sin saber al menos algo mediante lo cual el juicio meramente problemático en sí mismo quede conectado con la verdad'. Frente a esto, llama la atención la ligereza con la que todos nos pronunciamos en las redes sociales”, constata González. Para la filósofa, en su estado actual, las redes “se prestan fácilmente a una comunicación banal e insustancial, refractaria a la reflexión y al pensamiento crítico, en la que cada uno se atrinchera en sus propias posiciones. En esa medida tal vez consolidan vínculos tribales, pero no constituyen un espacio propicio para construir vínculos políticos. Kant diría que constituyen un espacio por civilizar”, dice. “A su vez --añade-- la idea de que la felicidad de una persona pudiera depender tanto de opiniones o valoraciones ajenas le parecería una prueba de que la razón apenas ha conquistado la subjetividad de esa persona, un indicio de que la educación no ha logrado en ella su objetivo principal, la transición de la heteronomía a la autonomía”.
Filósofa por vocación, González está convencida de que un buen filósofo debe tener dos cualidades: en primer lugar, valentía de pensamiento: “consiste en atreverse con las grandes cuestiones, el no conformarse con respuestas convencionales, y, en este sentido, no tener miedo a una posición un tanto marginal. El filósofo prefiere la lectura reposada y la conversación amistosa al frenesí informativo y la campanada mediática”, dice González. En segundo lugar, la tensión hacia la verdad: “es lo que alimenta su espíritu crítico: el filósofo debe ejercer ese espíritu crítico, empezando consigo mismo, procurando el rigor en sus razonamientos”, añade la profesora, convencida de la necesidad de dar más importancia a la Filosofía en la educación secundaria.
Mujeres en la filosofía
"La filosofía muestra que hay otros usos de la razón además de los simplemente técnicos y pragmáticos: justamente aquel que nos ayuda a enmarcar todos nuestros logros técnicos y pragmáticos en contextos de sentido”, comenta. “La filosofía enseña a distinguir lo esencial de lo accidental, a cuestionar lo que dábamos pacíficamente por sentado, a hacerse cargo de los puntos de vista desde los cuales cada uno se pronuncia sobre las cosas, y a dar razón de nuestras propias posturas. La filosofía nos recuerda que, en la medida en que somos racionales, la posibilidad de la convivencia depende de encontrar razones que podamos compartir”, añade.
Por otro lado, le preocupa la escasez de mujeres en la disciplina. Según un informe publicado en 2018 por la profesora de la Universidad de Salamanca Obdulia Torres, si bien la presencia de mujeres en los estudios de Artes y Humanidades en España es, en general, alta (en torno al 47%), en el terreno de la filosofía es bastante más baja (solo un 26%), mostrando una situación similar a las ingenierías.
"En general, se parte de una situación de igualdad, en el nivel de ayudante doctor, para terminar en una situación manifiestamente desigual en los niveles superiores de la carrera académica”, se lamenta González. El informe de la profesora Torres también hace notar que probablemente muchos filósofos --hombres y mujeres-- no se reconozcan en la situación descrita, ni sepan identificar los mecanismos que conducen a ella –posiblemente porque en buena parte descansan en sesgos inconscientes. Pero es un hecho. "En mi opinión, esto se debe en parte al peso que tienen las redes informales en la toma de decisiones --algo difícil de medir, pero muy real--, así como a la escasa presencia de mujeres en puestos donde se toman estas decisiones”, concluye.