El gusto por la repetición de lecturas elementales tiene a la larga más efectos perjudiciales que beneficiosos. Podemos pensar, por ejemplo, que los esquemas ideológicos de los muchachos de Arran no son fruto de sesudas reflexiones o que sus reacciones violentas se pueden reconducir con un poco más de madurez mental. La reiterada lectura de catecismos a veces deja graves secuelas, y la huella en el cerebro —como deseaban los pedagógicos jesuitas en el siglo XVI— puede, en ocasiones, convertirse en definitiva. Tan sólo con escuchar las declaraciones de la dirigente cupaire de origen onubense y murciano, Anna Gabriel, sobre la imposición histórica de la lengua castellana en Cataluña queda claro que no es ignorancia lo que muestra esta diputada, sino un simplismo mental procedente de lecturas maniqueas y catequísticas.
Reconozco que hay libros cuyas cualidades pedagógicas son magníficas, otro asunto es si el contenido tiene algo veraz o verídico. Lo cierto es que en determinados momentos pueden influir sobremanera en nuestras convicciones ideológicas, sobre todo si son libros leídos en tiempos de adolescencia o de rebelde juventud. A mediados de los setenta del siglo pasado fuimos legión los que leímos o dijimos leer Los conceptos elementales del materialismo histórico, de Marta Harnecker, que explicaba “con claridad y rigor científico la teoría marxista de la historia”. El libro fue concebido como una guía para la formación de revolucionarios marxistas. Su estructura era magistral, cada capítulo se cerraba con un resumen, un numeroso cuestionario, varios temas de reflexión, una breve bibliografía y las modificaciones introducidas desde la sexta edición. Incluso circulaban catecismos más abreviados que imitaban al de Harnecker. Aún conservo el opúsculo que me prestó mi compañero de estudios Ramon Piqué sobre conceptos fundamentales para una “Teoria de la Revolució Socialista Catalana”, una breve doctrina para militantes del PSAN-P y para posibles conversos.
La reiterada lectura de catecismos a veces deja graves secuelas, y la huella en el cerebro —como deseaban los pedagógicos jesuitas en el siglo XVI— puede, en ocasiones, convertirse en definitiva
Por esas mismas fechas, en España se pusieron de moda unos libritos más didácticos aún. Su formato copiaba también el de los catecismos. Fue la famosa colección de divulgación política Qué son, que dirigían los hermanos de la gauche divine, Oriol y Rosa Regàs. La nómina de autores era plural y extraordinaria, si sobre las izquierdas escribía Enrique Tierno Galván sobre las derechas lo hacía Ricardo de la Cierva, si sobre el capitalismo escribía Josep Maria Figueras sobre el socialismo lo hacía Felipe González, y así hasta un título a la semana con apenas setenta páginas.
En los años setenta circuló otro libro que hizo un daño incalculable: Principios elementales y fundamentales de filosofía, del marxista Georges Politzer. Se trataba de unos apuntes sobre materialismo dialéctico que varios alumnos tomaron en las clases impartidas por este psicólogo de origen húngaro, durante el curso 1935-36, en la Universidad Obrera de París. A pesar del repaso al que fueron sometidas esas notas por un profesor de filosofía, en el tono y en el contenido de muchos pasajes se percibe claramente la intención adoctrinadora y el enfoque dogmático que Politzer daba en sus clases. Véase como ejemplo las dedicadas a criticar el idealismo de Berkeley o a comentar la leyenda de las fechorías del bandido Procusto, y se podrá quizás entender por qué, antes de ser fusilado por los nazis el 23 de mayo de 1942, Politzer gritó desafiante: “¡Yo os fusilo a todos!”. Aunque fue recordado como un héroe por sus devotos exalumnos marxistas, el pensamiento elemental de Politzer ni siquiera maduró después de muerto. Fue un grito inútil, pero un gesto con el que aún sueñan los fanáticos seguidores de guías espirituales de liberación, esos que ahora abundan, a uno y otro lado del Atlántico.