Saber escuchar y saber leer son claves para encarar cualquier problema humano. Por ahí debería ir la mejora de toda formación que se precie. En el siglo XVII y desde un retiro tranquilo, Quevedo escribió un poema en el que señalaba la bondad de la compañía de buenos libros, gracias a los cuales "vivo en conversación con los difuntos, y escucho con mis ojos a los muertos".
Así pues, algo imposible como escuchar con los ojos se podría hacer realidad. Esto es la lectura; también, y muy especialmente, la de los autores ya muertos y de los que esperamos sabiduría, no sólo buenas palabras. Se trata, simplemente, de probarlo. Es preciso escoger bien autores y libros, y tener el hábito desarrollado de escuchar, ejercicio en el que demasiada gente va muy coja y que siempre admite mejoras en cualquiera de nosotros.
Los artículos periodísticos, breves piezas literarias, son una oportunidad para escuchar y leer mejor. Hay que decir que hablar de libros en un escrito no significa hacer crítica literaria. Veamos. Leyendo a mi admirada Hannah Arendt en sus Escritos judíos, setecientas páginas, encuentro muchas cosas subrayables y algunas soslayables. No pretendo seleccionar aquí lo mejor del volumen, algo que está fuera de lugar, si no es imposible. Pero sí les propongo un párrafo que merece indudable atención y que nos empuja a hacernos cargo de un criterio; un criterio que siempre toca a la puerta de alguien y, por supuesto, para que no nos cojan desprevenidos.
Hannah Arendt decía que, si no se está dispuesto a morir por nada, "se tendrá que morir por no haber hecho nada". ¿Qué se podría decir hoy, al respecto, ante el terrorismo yihadista?
Fue escrito en 1942, hace ahora setenta y cinco años: "Hubo una vez un tiempo feliz en el que los hombres podían elegir libremente: mejor muerto que esclavo, mejor morir de pie que vivir de rodillas. Y hubo una vez un tiempo perverso en el que los intelectuales se convirtieron en peleles y declararon que la vida era el bien más alto. Pero ahora ha llegado un tiempo espantoso en el que cada día se demuestra que la muerte instaura su reino del terror precisamente cuando la vida se convierte en el bien más alto, que aquel que prefiere vivir de rodillas morirá de rodillas, que nadie es tan fácil de asesinar como un esclavo. Nosotros, los vivos, debemos aprender que ni siquiera se puede vivir de rodillas, que uno no se hace inmortal por andar persiguiendo la vida, y que si ya no se está dispuesto a morir por nada, se tendrá que morir por no haber hecho nada".
Fijémonos que se mencionan tres tiempos: uno feliz, otro perverso y otro espantoso. Del poder elegir libremente "mejor muerto que esclavo" se da paso a la declaración de la vida como el bien más alto. Hannah Arendt tenía a la sazón 36 años de edad, la Segunda Guerra Mundial iba por su largo ecuador y el genocidio organizado por los nazis era un secreto a voces. El tiempo espantoso de que hablaba era el reino del terror instaurado por la muerte cuando la vida estaba coronada como el bien supremo. La pensadora concluía que, si no se está dispuesto a morir por nada, "se tendrá que morir por no haber hecho nada". ¿Qué se podría decir hoy, al respecto, ante el terrorismo yihadista?
A veces los artículos no deben redondear su final, y como en las películas puede resultar preferible un final abierto, para que espectadores y lectores imaginen cuanto les sea posible. Y tomen así posesión de un criterio propio. Arendt ofreció el concepto de la banalidad del mal, pero también llegó a decir que el mal nunca es radical sino extremo. Y que únicamente el bien tiene profundidad y puede echar raíces. Hay que seguir pensando, con todos los sentidos.