Leyendo hace poco al profesor Alfredo Pastor, encontré una referencia que hacía de C. S. Lewis y que deseo comentar. El gran escritor británico del siglo XX empleó una interesante metáfora marina para valorar la marcha de una sociedad. Venía a decir que una flota requiere tres cosas para su buen gobierno: que cada uno de sus buques integrantes esté en condiciones de navegar, que no choquen entre sí y que el conjunto de la flota tenga un destino. Lo mismo se puede decir para una sociedad. Voy a interpretar: que cada ser humano que la componga esté en condiciones de llevar una vida humana, que no se hagan serio daño entre sí y que el conjunto de la sociedad tenga un propósito que lograr.
Sigamos bordando en busca de un proyecto, de una sinfonía de proyectos cuerdos y necesarios para una sociedad de personas lúcidas y bondadosas. Echemos un vistazo a una reflexión de Francis Bacon, quien hace cuatro siglos detalló unas reglas para el método científico, dijo que "la riqueza es como el estiércol: sólo es buena si está esparcida". En cualquier sistema es fundamental proceder con el afán de obtener una distribución óptima y equilibrada, lo cual --no se debe ignorar-- conduce a la mayor solidez y potencia del conjunto. Parecen verdades de Perogrullo (quien a la mano cerrada llamaba puño), pero la fuerza bruta no quiere atender a razones.
En cualquier sistema es fundamental proceder con el afán de obtener una distribución óptima y equilibrada, lo cual conduce a la mayor solidez y potencia del conjunto
Entremos ya en materia con un libro escrito hace un siglo, y ahora reeditado en España: La sociedad adquisitiva (Elba). Su autor, R. H. Tawney, fue durante más de treinta años profesor de Historia Económica en la London School of Economics. La sociedad adquisitiva es la que centra su interés y su empeño en la adquisición de riqueza y en consolidar privilegios de partida. Tawney partía del principio que da infinita importancia a todo ser humano, lo cual cierra el paso a sentir indiferencia o a ejercer la opresión sobre cualquiera de sus semejantes. Rechazaba que la propiedad privada fuese un derecho ilimitado, absoluto y no sujeto a una función social, que obliga a reconocer algún límite a las ganancias de grupos e individuos y evitar desigualdades extremas.
Espiguemos algunas de las creencias que este laborista cristiano manifestaba en el libro que cito: "La esclavitud funciona mientras lo permitan los esclavos, y la libertad funciona cuando los hombres han aprendido a ser libres"; veía como calamitosa confusión el considerar que los intereses económicos son la vida misma y no sólo un elemento de ella; "el trabajo está constituido por personas; y el capital, por cosas", de modo que habría que asegurarse de que las cosas estuvieran ahí para usarlas y que no se haya de pagar con desmesura por aquello en verdad necesario. No veía la propiedad como un robo, pero destacaba que "muchos robos se convierten en propiedad". El trabajo debería ser efectuado con la determinación de hacerlo lo mejor posible; y recalcaba la responsabilidad de los trabajadores para mantener el tono de su profesión.
Entendía, un siglo atrás, que mientras la dirección de la industria estuviera en manos de quienes se ocupan de extraer de ella el máximo beneficio para sí mismos, el sindicato sería forzosamente una organización defensiva. Por esto reclamaba una participación de los trabajadores en el control de la industria; un grado de autogestión. Este hombre realista y generoso señalaba sin embargo que "el sindicato es una oposición que nunca llega a ser gobierno y que no tiene ni la voluntad ni el poder necesarios para asumir la responsabilidad por la calidad del servicio que ofrece al consumidor". Sobre todo esto cabe pensar y actuar, esparcir razones y arrojar prejuicios y egoísmos.