Érase una vez un hombre que al final de la Segunda Guerra Mundial tenía sólo ocho años de edad y ya era huérfano de padre y madre; asesinados ambos por los nazis, dada su condición de judíos. Hace poco, ha recordado que cuando la liberación de Francia sintió decepción al ver a "amables vecinos, arrastrados por un viento malo, escupiendo a alemanes desarmados en la cara", esta decencia infantil es propia de un alma bien formada por su hogar. Proseguía diciendo que hubiera querido que todos los franceses respetaran a los vencidos. ¿Por qué? Sin duda, por saberlos personas. Reconoce que muchos de sus compatriotas tuvieron buen corazón, pero otros hicieron barbaridades: "Raparon a mujeres que no habían matado a nadie y humillaron a hombres que habían capitulado para que terminaran las masacres"; esta es ahora la voz del adulto que pudo y quiso saber lo que ocurrió. Estos actos le siguen pareciendo hoy día "repugnantes" y fueron "ejecutados sin vergüenza" y sin sentimiento de culpa. Estaban autorizados por una masa en éxtasis. Cuenta que "el placer de aplastar al otro había cambiado de bando"; por mi parte, diré que por este motivo aborrezco sin contemplaciones el talante de los dirigentes podemitas, aficionados a la venganza y regresivamente guerracivilistas.
No necesitamos tener víctimas, no las podemos desear. Pero existen, son reales y son humanas
Este hombre que cito es Boris Cyrulnik, uno de los pioneros en la aplicación del concepto resiliencia al campo de la psicología; expresión ya del dominio público. No digamos que estas reacciones de crueldad y desprecio son idiotas, y que no tienen importancia, viene a decir el psiquiatra francés. Sabe bien que el sentimiento de amor o de odio provoca, cuando alcanza un nivel de éxtasis, una emoción "increíblemente contagiosa". Y que "cuanto más intensa es la emoción, más oscurece a la razón y más sometido queda el individuo a representaciones separadas de la realidad".
Las frases aquí escogidas pertenecen a su reciente libro (Super) héroes (Gedisa), donde plantea por qué los grupos humanos necesitan tener iconos y pasarlos a ídolos. Admiramos al héroe porque sabe decir "no" al conformismo y adquiere un significado potente en los demás: "Un verdadero héroe --escribe Cyulnik-- debe codearse con la muerte y aceptar morir para que los suyos vivan". No obstante, hay numerosos "pseudohéroes, bobos explotados hasta la muerte por poderes espirituales, ideológicos o financieros", sujetos que no pueden dar cuenta y razón de lo que perciben. Se denominan "revolucionarios" o "brazo armado de Dios": no son más que marionetas, por más que en la noche de los tiempos fueran semidioses o jefes militares épicos y memorables. ¿Y las víctimas? Fueron personas o animales destinados a sacrificios religiosos. Ahora están ocasionadas por innumerables estulticias y maldades. ¿Acaso no tendríamos que atenderlas como si de nosotros mismos se tratase? Lo cierto es que no necesitamos tener víctimas, no las podemos desear. Pero existen, son reales y son humanas.