El poeta más leído de todos los tiempos, en todo el mundo, es Li Bai --aquí lo conocemos sobre todo por los cien poemas traducidos por Anne-Hélène Suárez y publicados en Pretextos bajo el título A punto de partir--, que vivió desde el año 701 al 762, durante la dinastía Tang, Edad de Oro de la literatura china.
Gracias a un emperador que diez siglos más tarde mandó publicar una colección de cincuenta mil poemas de ese periodo, se conserva la obra de diez mil poetas de los siglos VII a X.
Parece un chiste (“¿saben aquel que dice que se reúnen diez mil poetas y va uno y dice: ayer se me ocurrió un verso?”), porque se supone que la poesía es un arte escaso y precioso. Pero ya el primer emperador Tang estableció la habilidad para escribir poemas como requisito indispensable para acceder a cargos en la administración del Estado, y toda China se puso a componer versos.
Li Bai fue ya en vida el poeta más célebre en la China de aquella época, y desde entonces su fama no ha decaído, así que ha tenido cientos de millones de lectores, y por eso digo --en realidad lo dice Guillermo Dañino, su traductor al español-- que es el poeta más leído de todos los tiempos.
Me alegra que la editorial Hiperión celebre el 40 aniversario de su fértil vida desde que la fundó Jesús Munárriz publicando ciento veinte poemas de Li Bai, en edición, como siempre, bilingüe (lo que sin duda será utilísimo para quien tenga algunas nociones de mandarín arcaico), titulada Manantial de vino; título muy apropiado pues Li Bai cantó a la amistad, al viaje y al vino.
Leer a Li Bai es oír un fragor en el aire, saber que es el aleteo de un ángel que pasa, y no poder verlo
El otro día me dejé caer, como tengo por costumbre cuando ando por Madrid, por la librería como un sueño que Hiperión tiene en la calle Salustiano Olózaga; compré Manantial de vino y desde entonces voy leyendo esos poemas. Con gratitud hacia los editores porque gracias a ellos contacto cada noche con un espíritu cordial, dulce y contemplativo, tan remoto en el espacio y en el tiempo. Y con pena también, pues, como es inevitable en casos así y pese a los buenos oficios de Suárez y de Dañino, uno percibe que mucho es lo que se pierde en la traducción.
Leer a Li Bai es oír un fragor en el aire, saber que es el aleteo de un ángel que pasa, y no poder verlo.
"Se dice que en Shu abundan los caminos estrechos / escabrosos senderos de tránsito peligroso. / Precipicios a ambos lados del viajero, / nubes que envuelven las cabezas de los corceles. / Árboles magníficos cubren las abruptas sendas de Qin, / las aguas de primavera rodean las ciudades de Shu. / ¿Éxitos o fracasos? Todo está decidido. / No hay necesidad de consultar al adivino".
Quizá porque estamos en fiestas siento que hemos tenido suerte, vivimos una época privilegiada en la que a cambio de unos pocos euros puede uno, por ejemplo, escuchar, aunque tenue, apenas audible en la distancia, la voz, tan diferente a la nuestra y tan parecida, de un bohemio sensible y lleno de gracia que combatía con vino y versos la melancolía mientras vagabundeaba por la China feudal.
"Viejo Ji, residente de las Fuentes Amarillas, / de seguro preparas todavía tu estupendo vino Lao Chun. / Por la Terraza Nocturna no se asoma Li Bai. / Entonces ¿a quién invitarás hoy a tu taberna?".
Da igual no saber qué eran las Fuentes Amarillas ni si el vino Lao Chun sería muy dulce y espeso, si ligero o fuerte...