Pedro Salinas (Madrid, 1891-Boston, 1951) quedó abrochado a la Generación del 27 como un poeta de ánimo sensorial y de impetuoso vigor sonoro. De esos que buscan el efecto de la música para poner en pie ciertos poemas que alcanzaron todo su sentido desde los espacios del amor, de la erótica, del existencialismo del cuerpo con el cuerpo. Pero su obra es una de esas mecánicas que se ensanchan con el tiempo, una escritura que se va revelando sucesivamente, amplificando así su decir y su misterio. Y no sólo en el cauce de la poesía, también en el teatro, en el ensayo, en el epistolario, en la narrativa.
Es poco conocida, pero al autor de La voz a ti debida le salió en una ocasión una novela de ciencia ficción que añadir a su trote triunfal por las letras españolas. Fue uno de los escasos tanteos que tuvo en el mapa de la narrativa, donde apenas remató los relatos de Víspera del gozo, publicado en 1926 cuando su obra literaria casi echaba a andar, y El desnudo impecable y otras narraciones (1951), ya casi póstumo. Con otra ambición, en La bomba increíble arrojó sus preocupaciones por la primacía técnica y la amenaza atómica en plena Guerra Fría y a los pocos años de los ataques a Hiroshima y Nagasaki.
Ficcion distópica
La novela de Salinas --él la llamó “fabulación”-- se plantea a modo de ficción distópica o drama alegórico, muy en la onda de las creaciones en aquellos años de Arthur Koestler, George Orwell y Ray Bradbury. Con este molde, La bomba increíble es un viaje accidentado al corazón del hombre desde el momento exacto en el que un desconocido artefacto explosivo aparece en el Templo de la Paz, un recinto impulsado por un régimen estrictamente racionalista y científicamente avanzado que exhibe todos los instrumentos de destrucción creados por el ser humano a lo largo de la Historia.
“Allí estaba, imponente, como un tercio menor que la atómica, la bomba, otra, nueva. La forma muy extraña, más bien oval que esférica, algo así como un huevo pero más aplastada. El color no era el frío brillante del metal, sino tirando a cárdeno. Sin duda por efecto de la luz, parecía dotada de un movimiento asemejable a un inflado globo que empieza a desinflarse y entonces se dilata otra vez a su plenitud”, relata Salinas, que escribió esta obra en Baltimore (EEUU) entre los meses de febrero y abril de 1950, desmoralizado, hundido quizás, por la permisividad de las potencias occidentales con el régimen de Franco tras la Segunda Guerra Mundial.
Control social
El 15 de septiembre de ese mismo año, la Editorial Sudamericana puso en circulación en Buenos Aires los primeros ejemplares de La bomba increíble. Aquella edición vinculaba el lanzamiento de Salinas a las reflexiones ya atizadas desde su poema Cero (“la nada fabricada por el hombre en su lucha con el hombre”), aunque esta vez --añadía-- se trata de una impresión de “la nada perfecta, la auténtica, la que no podíamos comprender a la luz del razonamiento filosófico pero que se nos aparece pura y traslúcida al resplandor de las intuiciones del poeta”.
Así, a medida que el texto de La bomba increíble se abre, la aparición de ese objeto desconocido provoca la rivalidad de los medios de comunicación, que ven en el desastre una oportunidad de negocio. Igualmente, desata las maniobras políticas de La Regencia, que convoca un falso plebiscito para legitimar unas decisiones previas y ordena cierta relajación en los criterios de un código sancionador de libros y películas, el Índice Científico-Social, que prohibía aquellas creaciones que pudieran ser contrarias a la técnica por su excesiva imaginación.
Explosión atómica sobre Hiroshima, a las 8.15 horas del 6 de agosto de 1945
Lo políticamente correcto
“La crítica se centra en una sociedad tecnocrática hasta el desapasionamiento, donde la tolerancia es puramente nominal y se ejerce desde la condena moral por parte de la corrección política, donde --visionario Salinas-- campa a sus anchas el lenguaje de lo políticamente correcto”, dice el editor David González Romero en la reedición de la novela, en 2010. “La fabulación desvela que existe un gran peligro si se produce un choque de una mentalidad puramente racional con hechos sobrenaturales, pues la comunicación entre ambas dimensiones será imposible”, explica la profesora Natalia Vara Ferrero, profesora de la Universidad del País Vasco que dedicó su tesis a la narrativa de Salinas.
De los primeros en hacerse eco del libro fue Jorge Guillén, quien en una carta fechada en Ciudad de México a comienzos de 1951 valoró positivamente la aventura narrativa de su amigo: “¡Qué increíble prodigio! Tu vena de satírico, es decir, de moralista, fluye con una riqueza de ingenio, de fantasía y de lirismo extraordinarias. La primera parte --satírica-- me parece la más lograda. Me sorprendió, sin embargo, la parte segunda, tan elevada, de gran vuelo poético, de más varias emociones. ¡Qué gran idealista a lo largo de la fabulación!”.
Operarios transportan la bomba atómica 'Fat Man', que sería arrojada en Nagasaki el 9 de agosto de 1945
Dilema moral
Hacia esa misma dirección apuntó la crítica, rendida a los logros de La bomba increíble, aunque limitada al ámbito hispánico tal como demuestra el fracaso de las gestiones para la traducción de la novela. “El miedo de los Estados Unidos a cuestionar la legitimidad moral del uso de la bomba se perfila como la clave de la resistencia de las editoriales”, señala Vara Ferrero. “En esa resistencia --recalca-- resultaría fundamental la nacionalidad de un autor conocido únicamente en los círculos universitarios que exponía un dilema moral que la sociedad norteamericana deseaba ignorar”.
Con todo, La bomba increíble mantiene en el tiempo esa condición extraordinaria con la que algunos creadores ponen en pie su escritura: lucidez y enigma. Y no sólo como una forma de desalojar demonios, sino con la certeza de entender la escritura como un “voy contigo”. Pedro Salinas confiaba en la literatura como otro modo de reflexión, incluso de concordia. La novela se cierra cuando el amenazante fenómeno sobrenatural de la bomba es apaciguado por un abrazo. Es hermoso observar cierta ingenuidad a lo lejos, cuando la realidad de la historia es capaz de derribar también a los más firmes.