Kingsley Amis también fue escritor de ciencia ficción. Y adoró a Robert Sheckley. Robert Sheckley fue el maestro de Douglas Adams. La famosa Guía del autoestopista galáctico no existiría sin Dimensión de milagros, el clásico descacharrante e injustamente olvidado de Sheckley.

En Dimensión de milagros, Robert Sheckley envía a Thomas Carmody, su protagonista, al espacio exterior (y a un sinfín de planetas) a cobrar una lotería galáctica a la que no recuerda haber jugado. Carmody es un oficinista aburrido que lo único que quiere es descansar, porque el día en el que empieza todo, el día en el que un tipo sin orejas aparece en su salón y le dice que ha ganado una pequeña pero importante porción de "lo que puede ser", se lo ha pasado discutiendo. Ha discutido con: 1) su jefe, el regordete y suave señor Wainbock; 2) el ulceroso señor Seidlitz; 3) la señorita de mentón pequeño Gibbon y 4) un impresentable llamado George Blackwell obsesionado con un futbolista llamado Voss. Así que está cansado y cuando llega a casa, se tira en el sofá, y coloca los pies, impunemente, en la mesa de mármol que tiene enfrente, porque su mujer está de vacaciones en Miami y nadie va a reñirle por hacerlo. Y entonces aparece el tipo sin orejas y lo fastidia todo. Carmody está a punto de descubrir que el mundo (AHÍ FUERA) es aún más ridículamente absurdo que el de (AQUÍ ABAJO).

Distopías

Amis, fan incondicional de (sobre todo) Sheckley, aunque también de los muy recomendables Frederik Pohl y Cyril M. Kornbluth, elaboró incluso una teoría sobre la clase de divertidísimas distopías que escribieron unos y otros, una teoría de la que habla en el interesantísimo New Maps of Hell, su primer y único ensayo sobre la literatura de ciencia ficción. Publicado en 1960, New Maps of Hell (hoy inencontrable en castellano), calificaba la obra de Sheckley de “comic inferno”, algo así como un, literalmente, “infierno divertido” o, qué demonios, “un apocalipsis cómico” o, por qué no, “ridículo”. A continuación, y por completo fascinado por la clase de (altísimo) sentido del humor del de Brooklyn, se lanzó él también a escribir ciencia ficción, y publicó dos novelas: The Alteration, una ucronía al estilo de El hombre en el castillo de Philip K. Dick, sólo que ambientada en la Inglaterra del siglo XX, en la que un niño se ve obligado a renunciar a su pubertad para poder seguir cantando en el coro de la iglesia (he aquí una de las muchas alteraciones de la historia); y El Hombre Verde, una historia de fantasmas delirante en la que el hombre verde en cuestión no es un marciano sino una posada encantada.

Y, aunque se recuerda a menudo que el padre de Martin Amis escribió dos novelas de James Bond (bajo los seudónimos de Robert Markham y William Tanner), apenas se sabe nada de su fascinación por Sheckley y la naugthy sci-fi ni de su pequeña aunque jugosa contribución al género (a la que debe añadirse el relato Hemingway in Space, todo un hit para los amantes de los desvíos literario galácticos), aunque, quién sabe, ahora que Impedimenta ha decidido rescatar (POR FIN) al genio --acaba de editarse su clásico rabioso de 1984 Stanley y las mujeres, su polémica diatriba en forma de novela contra la que fue su segunda ex mujer, la novelista Elizabeth Jane Howard, protagonizada por un tipo que, con toda probabilidad, sea el protagonista más antipático de la historia de la literatura, a excepción del Bob Slocum del “infeliz” Algo ha pasado, de Joseph Heller-- quizá una u otra no tarden en llegar.