Mucho antes de que Olivia Palermo o Alexa Chung dictaran en sus redes lo que toda fashionista que se precie debería tener en su armario, la corte francesa de Luis XVI tenía su propia it girl, su esposa la austriaca María Antonieta. La joven reina, educada en la sobria corte de los Habsburgo, nunca fue querida por el pueblo, que la consideraba una mujer depravada, frívola y derrochadora, ni por los nobles que veían en ella una amenaza contra sus intereses. Inquinas aparte, lo cierto es que su debilidad por la moda y por las fastuosas fiestas no hicieron más que acrecentar ese sentimiento de animadversión hacia su figura.
Pero en realidad ella no hizo más que abrazar el extravagante protocolo de palacio. París y Versalles eran por aquel entonces un hervidero de intrigas políticas, favoritismos y despilfarro. Sus opulentos salones eran escenario de lujosas celebraciones marcadas por un estricto código de etiqueta por el que a las damas de más alto rango no se les permitía repetir vestimenta. No es de extrañar que en semejante contexto la reina de Francia diera rienda suelta a sus caprichos y se convirtiera en una excepcional prescriptora de tendencias mientras que, sin pretenderlo, sentaba las bases de una pujante industria textil y el origen de la haute couture, toda una seña de identidad nacional.
El 'equipaje de mano' de una reina
Dicen que su vestidor ocupaba varias habitaciones. Allí se recibían semanalmente cuatro pares de zapatos y dieciocho de guantes. Tan regias estancias guardaban además sus espectaculares pelucas así como los numerosos vestidos que se elaboraban exclusivamente para ella, con los más exquisitos tejidos, cada temporada. Más que fondo de armario resulta que tenía un armario sin fondo.
Visto lo visto, se entiende que en sus desplazamientos, además de los trajes correspondientes, su majestad no diera un solo paso sin llevar consigo un “neceser de viaje” con todos sus imprescindibles. Este preciado travel-kit, fabricado con materiales nobles por los más refinados artesanos parisinos, pesaba nada menos que 40 kilogramos. Más de un problemilla encontraría hoy para colar semejante bulto como equipaje de mano en cualquier aerolínea. En su interior se acomodaban objetos tan peculiares como una tetera y tazas de porcelana, un azucarero, un mortero, una polvera, un juego para tomar chocolate, dos calentadores de plata (uno de ellos expresamente para aguardiente), una escupidera de porcelana, varios frascos y tarros para ungüentos, cubiertos, un escritorio portátil, el sello real, candelabros o una campanilla de plata… así hasta un total de 32 artículos que María Antonieta consideraba indispensables en sus viajes.
¡No sin mi neceser!
Tanto es así que tras el estallido de la Revolución, mientras se encontraba recluida junto a su familia en el palacio de las Tullerías, encargó otro cofre exacto al que ya tenía para enviárselo a una de sus hermanas a Bruselas donde tenían intención de fugarse. Una vez allí podría disponer nuevamente de sus queridos objetos. Pero la entrega se retrasaba y decidió enviar el primer cofre. La agitación por todos estos preparativos llamaron la atención de una de sus acompañantes que puso sobre aviso a los vigilantes.
Ante la precipitación de los acontecimientos urgía actuar con rapidez. La familia real logró finalmente escapar de París la noche del 20 de junio de 1791. Aunque una cadena de contratiempos y una desastrosa planificación acabarían con su detención algunas horas después en la pequeña localidad de Varennes, desde donde fueron conducidos de nuevo a la capital, su trágico destino final. No se sabe con exactitud si el segundo neceser viajaba con la noble comitiva cuando fueron apresados o si aún se encontraba en los talleres artesanales. El caso es que su pista se perdió durante siglos y su devenir, durante todo este tiempo, continua siendo un misterio. En 1985 el Museo Internacional de la Perfumería de Grasse adquirió la valiosa pieza a un coleccionista parisino, el primer neceser fue comprado en 1945 por el museo del Louvre.
Grasse, el destino más aromático de Francia
El extraordinario cofre es sin duda un reclamo más para visitar esta encantadora villa de los Alpes-Marítimos muy próxima a Cannes y Niza. Conocida como la capital internacional del perfume, el escritor Patrick Süskind situó en este histórico enclave alguna de las tramas de su famosa novela El Perfume. Aquí las narices más afinadas del mundo elaboran las más deliciosas fragancias. Usted mismo puede poner a prueba sus aptitudes olfativas, creando su propia esencia. Un divertido taller de alquimia que imparten sus históricas perfumerías, como la de Galimard, fundada en 1747.
Sus laberínticas y empinadas calles ocultan bellos palacetes de arquitectura provenzal, fuentes que decoran coquetas plazas, numerosos ateliers de entusiastas perfumistas o una hermosa catedral en cuyo interior cuelgan tres magníficos cuadros de Rubens. En esta inspiradora villa medieval, vivió sus últimos días otra gran dama francesa, la inolvidable Edith Piaf. En octubre de 1963 la interprete de La vie en rose enmudeció para siempre en su casa del barrio de Plascassier a las afueras de Grasse. Su cuerpo fue traslado a París donde una legión de seguidores acompañó al “pequeño gorrión” hasta el parisino cementerio de Père Lachaise.