El cine histórico español tiene para mí un significado especial. A mi padre, maestro de escuela, en una aldea (Casas de Eufemia) perteneciente al municipio de Requena (Valencia) se le ocurrió la idea de construir un cine en el año 1952, con un título nada cinematográfico: Cinema García Cárcel. Como negocio fue una ruina para la familia, pero, ciertamente, ese cine marcó mi vida hasta mediados de los sesenta en que el cine se cerró impotente para competir con la televisión. Yo de niño aprendí de todo en el cinema García Cárcel. Por supuesto, si he sido historiador, entre otras razones, se lo debo al susodicho cine. Muchas de las películas mencionadas en la serie que aquí abrimos fueron vistas por mí en aquel cine de aldea. Así pues, empiezo rindiendo tributo a mi propia nostalgia personal.
Comenzaré diciendo que llama la atención el escaso relieve que el cine español ha dedicado a la historia de España. Curiosamente, fue en el cine mudo cuando más películas se rodaron sobre historia de España. Los ejemplos que podemos citar son significativos. En 1905 Segundo de Chomón rodó La heroína del sitio de Zaragoza, obviamente sobre Agustina de Aragón. Cuatro años más tarde se rodó la primera versión de Locura de amor y Fructuoso Gelabert dirigió Guzmán el bueno. Un año más tarde, Albert Marro y Ricardo de Baños dirigieron Don Juan de Serrallonga sobre el bandolero catalán. En 1911, los mismos directores dirigieron Don Pedro el Cruel. En 1915, Alberto Marro filmaría Los misterios de Barcelona y un año después se rodó la Vida de Cristóbal Colón y su descubrimiento de América dirigida por Gerard Bourgeois. En 1924 José Buchs dirigió Diego Corrientes y el mismo director en 1930 filmó El emperador viudo y Prim. Florián Rey y Benito Perojo dirigieron un montón de películas en los años veinte y treinta, cargadas de sentimentalismo y patriotismo emocional con la mítica Suspiros de España, coproducida en 1939 con Alemania y rodada en Berlín con Estrellita Castro y Miguel Ligero como intérpretes. Este cine se mantuvo indemne en los años de la República sobre la base de huir de la política del presente y de cualquier pasado incómodo.
La 'españolada', ya en la República
La única visión directamente política del momento histórico republicano fue la película Fermín Galán, homenaje al héroe republicano fusilado en diciembre de 1930, película dirigida por Fernando Roldán y que se estrenó en diciembre de 1931 en el cine Royalty de Madrid y de la que hoy no se conserva copia alguna. La recién nacida Cifesa promovió un cine ecléctico moralizante con tímida denuncia social --la única película de denuncia real fue Tierra sin pan (1933), sobre Las Hurdes-- pero reafirmando ante todo el costumbrismo andaluz, con alguna curiosa muestra de cine en lengua catalana como El café de la marina (1933) basada en la obra teatral de Segarra, película dirigida por Domingo Pruña e interpretada por Rafael Rivelles y Pedro Ventallols. Éste fue el protagonista en la versión catalana dado que se hicieron dos versiones, una en castellano y otra en catalán. Muchos años después Sílvia Munt dirigiría en 2014 para televisión una película con el mismo título.
El cine republicano apeló mucho a la zarzuela y a obras de literatura española menor, sublimando un casticismo que le llevó a la identificación de España con Andalucía de la que es el mejor testimonio Morena clara de 1936, dirigida por Florián Rey con una Imperio Argentina que había interpretado, en la misma línea un año antes, Nobleza baturra, también dirigida por Florián Rey, con un éxito extraordinario. La españolada no la inventó el franquismo, estaba ya muy presente en la República.
El vanguardismo de los cineclubs abiertos en 1928 no tuvo gran proyección social en estos años. Luego vendría la Guerra Civil y triunfó el cine militantemente ideológico. El franquismo impondría desde 1939 el cine al servicio del dictador con películas como Sin novedad en el Alcázar (1940) o Raza (1941), ésta última escrita por Jaime de Andrade, seudónimo del propio Franco.
En los años de posguerra se abre un notable interés por el cine histórico y emergen entonces películas como Los últimos de Filipinas (1945), Locura de amor (1948), o Alba de América (1951), por citar algunos ejemplos, con directores como Sáez de Heredia, Rafael Gil, Orduña y tantos otros.
La excepción de 'Surcos'
En 1942, desde la revista Primer Plano se escribía: “la altura y la responsabilidad del cine histórico es tal que con ningún otro género puede compararse. La importancia del género histórico en la pantalla alcanza a la formación misma del espíritu nacional… Ningún momento como este para que productores y realizadores sientan como imperativo indeclinable la obligación de enseñar dentro y fuera de nuestras fronteras cual fue la trayectoria magníficamente gloriosa de España a través de los siglos”. García Viñolas, en 1938, diseñó todo un plan de promoción del cine histórico que quedaría en agua de borrajas. Obviamente también, el cine de inquietud social fue marginado por el propio franquismo. Solo Surcos (1951) de Nieves Conde, un antiguo falangista segoviano, rompió la tendencia natural al sentimentalismo y al folclorismo. Las películas más taquilleras de los años cincuenta fueron El último cuplé (Juan de Orduña), La violetera (Luis César Amadori), ¿Dónde vas Alfonso XII? (Luis César Amadori), Marcelino, pan y vino (Ladislao Wajda) y Tarde de toros (Ladislao Wadja). Las únicas inquietudes históricas se volcaron en el recuerdo de María de las Mercedes, la primera mujer de Alfonso XII interpretada por Paquita Rico en la película de Amadori (1958).
En el segundo franquismo emergió la ironía y la capacidad satírica de Berlanga junto al primer progresismo casi escolástico de Bardem. El verdugo (1963) coincidió significativamente con la ejecución de Julián Grimau. El papel de García Escudero en la promoción de un nuevo cine español con todas sus limitaciones se ha resaltado con razón.
Una visión que huye del consenso
Pero muy pocos directores se acordaron de la historia. Tuvieron que venir Anthony Mann en 1961 para rodar El Cid en España y Orson Welles también para rodar en nuestro país Campanadas a medianoche (1965) para que el público descubriera las diversas caras del cine histórico. Los Summers, Picazo, Patino, Camus… con los directores de la llamada Escuela de Barcelona solo apelaron a la memoria para recordar alguna obra literaria de pasado poco lejano como La tía Tula de Picazo, por ejemplo. Tampoco Saura con el productor Querejeta miraría hacia atrás, demasiado metido como estaba en ahondar en las concavidades psicológicas del propio franquismo. En la Transición política empiezan a aflorar las primeras evocaciones memorísticas, aunque siempre más dirigidas hacia la historia de la Guerra Civil y el franquismo, que no a tiempos anteriores. El cine, en este sentido, no ha hecho sino reproducir la misma memoria corta de la sociedad española obsesionada con el relato de la Guerra Civil como si la historia de España hubiera empezada en 1936.
Si cuantificamos todas las películas que se han hecho del cine histórico española a lo largo de toda su trayectoria constatamos que al Imperio español se han dedicado un total de 13, a la Guerra de la Independencia 12, a la Segunda República 7, a la Guerra Civil española 71, a ETA 30 y a la Transición política a la democracia 29.
En esta serie de Crónica Global dirigida por Ricardo García Cárcel y Miquel Escudero Diéguez, programador de cine en los Festivales de Cannes y de Belfort, haremos un recorrido por la historia de España, periodo a periodo, en el que analizaremos los relatos cinematográficos que se han construido a lo largo del tiempo, respecto a cada una de estas etapas. Ciertamente, avanzamos como conclusión de nuestro análisis que el cine español no ha contribuido ni a ratificar una imagen autosatisfecha de nuestra historia ni, desde luego, a articular una visión neutra o consensuada de los conflictos vividos en la historia de nuestro país.