Decía Rousseau que el ser humano es bueno por naturaleza y la sociedad le corrompe. Esa especie de delirio optimista parece cumplirse en el caso de Bonnie Parker (1910-1934), la mítica ladrona de los años treinta y cincuenta por ciento de una de las parejas de forajidos más famosas de la historia. Junto a Clyde Barrow (1909-1934) protagonizó atracos y huidas de las fuerzas del orden que fascinaron a los estadounidenses de la Gran Depresión. En lugar de deplorar sus actos contra la ley, la opinión pública se dejó llevar por el halo de romanticismo que despertaban aquellos jóvenes guapos y rebeldes, una especie de Romeo y Julieta en versión criminal. Hasta que fueron demasiado lejos y los mismos que les habían admirado se pusieron en su contra.
Mientras el crimen organizado de la época, el que encabezaban Al Capone y otros gánsters, constituía un fenómeno urbano, lo de Bonnie y Clyde tiene que ver con un mundo muy distinto, el de la América rural. Ambos crecieron en familias muy humildes. Desde muy joven, Clyde ya apuntaba maneras y empezó a meterse en líos que le condujeron a prisión. Bonnie, en cambio, era alumna aplicada con un especial talento para la poesía. En otro ambiente social tal vez hubiera podido ser una gran escritora, pero para ella todo empezó a torcerse al encontrar a los hombres menos adecuados. Con tan solo dieciséis años se casó con un tal Roy Thornton, que resultó ser un maltratador y un delincuente que acabó entre rejas.
Más tarde, al conocer a Clyde, el flechazo fue instantáneo. Él ingresaría al cabo de poco tiempo en prisión, por lo que su Bonnie no pudo verle demasiado. Fue en ese tiempo cuando le escribió las cartas llenas de romanticismo e ingenuidad que encontramos recopiladas en el volumen Wanted Lovers (Alpha Decay, 2010). El perfil que aparece en esta correspondencia es todo lo contrario del que esperamos en una asaltante de bancos: una y otra vez, intenta ser una influencia benéfica para su amado. Aconseja a su “niño” que no se meta en problemas y piense en encontrar un trabajo cuando salga a la calle: “Quiero que seas un hombre, nene, y no un matón. Sé que eres bueno y sé que puedes portarte bien”. Mientras tanto, casi en términos existencialistas, la joven refleja el absurdo de una vida sin alicientes en la que nunca hay nada nuevo contar: “Ya nunca pasa nada. Por lo menos, nada que sea interesante”. ¿La empujaría esta sensación de vacío a lanzarse a la vida emocionante de la clandestinidad y el delito?
Una ejecución
Un refrán asegura que todo se pega menos la hermosura. No fue Bonnie Parker la que consiguió enderezar a Clyde Barrow sino Clyde Barrow el que arrastró a Bonnie Parker hacia el “lado oscuro”. Cuando él recuperó la libertad, iniciaron una febril carrera de atracos que los hizo moverse entre cinco estados, para así pasar de uno a otro a conveniencia. Su modus operandi no contemplaba el asesinato siempre que la fuga estuviera garantizada. Aún así, se atribuyen a Clyde entre doce y trece muertes.
¿Qué hacía Bonnie, mientras tanto? Su función, según los testimonios de miembros de su banda, parece haberse limitado a cuestiones logísticas. Nadie la vio empuñar nunca empuñar un arma y menos matar a alguien.
El principio del fin vino de una operación en principio exitosa, el asalto a una prisión en la que nuestros intrépidos bandidos consiguieron liberar a un antiguo colega, Raymond Hamilton, que cumplía una condena de 263 años de cárcel. El asesinato de uno de los guardias hizo que el gobierno federal y el estado de Texas unieran esfuerzos para cazar, por fin, a unos delincuentes tan escurridizos. Un antiguo ranger retirado, Frank Hamer, el personaje al que interpretaría Kevin Costner en Emboscada final (2019), sería el responsable de su búsqueda. Sin embargo, el implacable agente de la ley no organizó una captura sino una ejecución. Sus hombres ni siquiera dieron el alto: vaciaron directamente sus cargadores sobre el automóvil de los fugitivos.
Ladrones de bancos, antiguos piratas
Alrededor de unas 20.000 personas asistieron al funeral. ¿Por qué toda esta fama si ellos no fueron, ni mucho menos, la única pareja de enamorados en pasear, como diría Lou Reed, por el “lado salvaje”? Hubo otras, como la que formaron John Paul Chase y su esposa Vivian, ambos integrantes de la banda del mítico Dillinger. Bonnie y Clyde alcanzaron un statu superior por diversos motivos. Su actuación, propia de personajes de ficción cinematográfica, despertaba la fantasía de mucha gente que, en aquel tiempo de crisis y continuas penalidades, seguramente no veía con malos ojos el robo a los odiados bancos. Además, nadie podía discutir su irresistible fotogenia. La divulgación de unas imágenes en las que rezumaban atractivo por todas partes hizo mucho para transformarles en superestrellas.
Por si todo esto fuera poco, Bonnie, con sus poemas, acabó de redondear su imagen glamurosa. En una de sus composiciones da su versión de los hechos y se queja de todas las mentiras que se cuentan acerca de ella y de Clyde. No son, en realidad, tan despiadados como los pintan, pero sí de “naturaleza fiera”. Enemigos mortales del orden establecido que representan los soplones y los policías, los dos saben que la sociedad no va a permitirles llevar una vida como buenos ciudadanos en una casita coqueta. Si quieren continuar siendo libres, su única opción es no rendirse y continuar hasta el final con su huida hacia adelante.
Arthur Penn, en la famosa cinta protagonizada por Warren Beatty y Faye Dunaway, les convertiría en un arquetipo de sofisticación. El mito, como siempre, idealiza la realidad, pero sirve para comunicar algo que va más allá de nuestros impulsos racionales. Los ladrones de bancos, como los antiguos piratas, nos aportan el espejo en el que contemplamos lo rebeldes que nos gustaría llegar a ser.