Aunque ya conocemos bastante sobre el papel y la participación femenina en la barbarie nazi, poco se ha hablado de ello. Cuando uno piensa en la historia del nazismo y en sus crímenes rápidamente le vienen a la cabeza los nombres de grandes jerarcas nazis como Himmler, Goebbels, Eichmann, Göring, Heydrich y, por supuesto, Hitler. En cambio, las mujeres ocupan un lugar muy discreto en el imaginario colectivo sobre el nazismo, en el que quizá únicamente sobresalen Eva Braun, la amante del Führer, y, como mucho, Magda Goebbels, tristemente conocida por dar muerte a sus seis hijos ante la inminente derrota total del Tercer Reich. Un suceso escalofriante que aparece en la magnífica película El hundimiento (2004) dirigida por el cineasta alemán Oliver Hirschbiegel y en la que Bruno Ganz borda el papel de Adolf Hitler.

Magda Goebbels con dos de sus hijas / ARCHIVOS DE HISTORIA

Eva Braun estuvo siempre a la sombra de Hitler. Pese a que fue su amante durante quince años, su relación era conocida exclusivamente por los círculos más cercanos del dictador. Ciertamente, se mantuvo siempre alejada de la política y de los asuntos bélicos que consumían todo el tiempo y la energía del Führer. En su diario personal, Eva Braun refleja la angustia que le provoca la falta de atención y cariño de un Hitler obsesionado con su trabajo y continuamente ausente. Esta situación se intensificó durante la guerra, aunque ya venía de lejos. Eva intentó suicidarse en dos ocasiones durante los primeros años de relación ya que se sentía sola y abandonada. Pese a todo, Eva Braun permaneció al lado de su amado hasta el final. Eva Braun y Adolf Hitler se casaron en el búnker de Berlín el 29 de abril de 1945. Un día después se suicidaron.

Eva Braun / ARCHIVOS DE HISTORIA

Magda Goebbels responde a la imagen arquetípica de mujer aria elogiada por la propaganda nazi. Una madre fiel volcada en la familia y en el cuidado del hogar. Tras un primer matrimonio fallido, se casó con el ministro de Propaganda Joseph Goebbels en diciembre de 1931 con el que tuvo seis hijos, todos con la inicial hache en honor al Führer. El matrimonio Goebbels estuvo siempre muy ligado a Hitler, desde los años previos a la conquista del poder por parte del Partido Nazi hasta los instantes finales de agonía del régimen. Magda era una entusiasta devota nazi, ciega admiradora de Adolf Hitler que le correspondió con una intensa amistad. Para muchos, fue la auténtica primera dama del Reich.

Matrimonio Goebbels / GOOGLE

Extrema brutalidad

Tras la aparente fachada de nazi impecable, la biografía de Magda esconde un oscuro secreto: tuvo un intenso romance con el judío ucraniano Haim Arlozoroff, un sionista militante que terminó asesinado en Tel Aviv en 1933 y cuya memoria sigue viva en Israel. Irónicamente, Magda se empapó y participó del ambiente de los círculos sionistas en los que se movía activamente Arlozoroff. Años más tarde, con el fervor típico del converso, se convertiría en la más fanática y comprometida con la causa nacionalsocialista. Prueba de ello fue el trágico final que le dio a sus hijos, a los que envenenó de uno en uno. Según ella: “es mejor que mis hijos mueran a que vivan en la vergüenza y el oprobio”. La victoria soviética estaba al caer y Magda no concebía una Alemania sin Hitler. El 1 de mayo de 1945 se suicidó junto a su marido.

 

 

El discurso del trinfo de la voluntad de Hitler / YOUTUBE

El monopolio del mal no fue patrimonio exclusivo masculino ni todos los verdugos fueron hombres. El papel secundario de las mujeres en el genocidio nazi es un tópico que Wendy Lower se esfuerza en deshacer en su libro Las arpías de Hitler (Crítica, 2013). La historiadora norteamericana demuestra que la labor desempeñada por medio millón de mujeres jóvenes (maestras, enfermeras, oficinistas, secretarias…) se reveló crucial para la ejecución del plan de aniquilación y expansión imperial alemán en la Europa central y del este. Entre todas ellas, destacaron por su extrema brutalidad y fanatismo las guardianas de los campos de concentración Irma Grese, Maria Mandel e Ilse Koch. Las tres se ganaron a pulso una temible reputación (sus apodos dan fe de ello) no solo entre sus víctimas, sino también entre los infames oficiales de la SS a los que en numerosas ocasiones superaron en crueldad y devoción a la cruzada nazi.

"La zorra de Buchenwald"

“El ángel de Auschwitz” o “la bella bestia”. Así es como era conocida Irma Grese, guardiana y supervisora de los campos de concentración de Ravensbrück, Auschwitz y Bergen-Belsen. Rubia y sumamente atractiva, tras su dulce rostro angelical se escondía un auténtico demonio. La perversidad y el sadismo de Grese no conocían límites. Ha sido bautizada como la peor de las criminales de guerra nazis.

Irma Grese, “El ángel de Auschwitz" / ARCHIVOS DE HISTORIA

Durante su juicio, su actitud se movió entre la frivolidad, la indiferencia y el desprecio más absoluto hacia el testimonio desgarrador de sus víctimas. Nunca se arrepintió de sus crímenes. Fue condenada y ejecutada por los Aliados el 13 de diciembre de 1945 con tan solo 22 años.

Los casos de Grese y de Ilse Koch llaman especialmente la atención por su increíble voracidad sexual y por el disfrute lascivo en la tortura, la humillación y el asesinato. Parece ser que podían llegar a tener orgasmos con el sufrimiento de sus víctimas. Grese cometía abusos sexuales y violaciones contras sus prisioneras y tenía una particular obsesión con los pechos grandes, que disfrutaba cortando o destrozando a golpes con una vara. Era conocida por su colección de amantes y por tener encuentros sexuales sadomasoquistas con otros oficiales de la SS. Ilse Koch llegó incluso a montar una especie de picadero en el que compatibilizaba la lujuria con el ejercicio de la violencia más salvaje. Koch se ganó el apodo de “la zorra de Buchenwald”.

Ilse Koch, "La zorra de Buchenwald" / ARCHIVOS DE HISTORIA

Maria Mandel, al igual que Grese, destacó por su inhumanidad como jefa del campo de mujeres en la fábrica de muerte de Auschwitz-Birkenau. También trabajo en los campos de Ravensbrück y Dachau, en los dejó un largo rastro de atrocidades. Utilizaba los términos “mascota judía” o “conejillo de indias” para dirigirse a sus víctimas, con las que se ensañaba con una crueldad despiadada. Además, Mandel supervisó espantosos experimentos médicos con prisioneras en Ravensbrück. Al parecer, le producía morbo “amenizar” su trabajo y rutina diaria en el campo al compás de música clásica, un toque cultural muy del gusto nazi. Esta brutal guardiana aparece en la recientemente publicada novela Postales del Este de la periodista y escritora madrileña Reyes Monforte.

Maria Mandel, jefa del campo de mujeres en la fábrica de muerte de Auschwitz-Birkenau / GOOGLE