Chartres pertenece a la región de la Beauce, más conocida como “el granero de Francia”. Amable, cercana y muy bien conservada, sus calles nos guían entre encantadoras casas con entramado de madera, históricos edificios, iglesias y pequeños puentes que cruzan las aguas del Eure. Un río que abraza y distingue la ciudad en dos partes: la alta coronada por su gran dama, la catedral, y la baja, la más antigua.
Si a París se la conoce como la Ciudad de la Luz, Notre-Dame de Chartres es un templo de luz. Esta magnífica construcción, Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 1976, tiene su origen, como la mayoría de estos sagrados lugares, en la anterior catedral románica que se destruyó a causa de un incendio en junio de 1194. Tras la tragedia, todos los ciudadanos se volcaron en la reconstrucción y a finales de ese mismo año comenzaron los trabajos, que finalizarían en 1225. La futura catedral se convertiría en todo un símbolo de fe y tenacidad de sus habitantes. El nuevo edificio abrazará el estilo arquitectónico emergente en la época para acabar convirtiéndose en una exquisita joya del gótico francés.
El exterior armónico y elegante expresa un bello ejercicio de técnica y arte. Su fachada principal se abre a una espaciosa plaza que permite contemplarla en toda su magnitud. Sus dos esbeltas torres escoltando el formidable rosetón invitan a penetrar hacia su interior para asistir al místico espectáculo intramuros.
Un americano en chartres
Nada más acceder al recinto los ojos se elevan hacia los vitrales. Un total de 172 vidrieras componen esta cristalina galería policromada con un claro tono dominante, el inconfundible e irrepetible “bleu de Chartres”. Además se enorgullecen de permanecer intactas desde su creación entre los siglos XII y XIII. Un hito nada desdeñable ya que la ciudad sufrió importantes daños durante la Segunda Guerra Mundial. A punto estuvo de ser objetivo de las bombas si no llega a ser por la intervención del coronel norteamericano Welborn Barton Griffith. Éste, en un heroico acto, inspeccionó personalmente el recinto para confirmar que sus torres no eran utilizadas por los alemanes como atalayas de vigilancia, logrando así anular la orden de destrucción que pesaba sobre el monumento.
Otro de los elementos que más interés despierta en el recinto es su enigmático laberinto. Muchas elucubraciones planean sobre su significado, pero en realidad estos símbolos son mucho más habituales de lo que creemos y se pueden ver en las catedrales de Amiens o Reims. Posiblemente representan el arduo camino de penitencia y sacrificio en busca de Dios. Sus dimensiones (13 metros de diámetro) coinciden con las del rosetón y su distancia de la fachada oeste es la misma que la del rosetón al suelo, de manera que si se plegara en un plano imaginario, ambas coincidirían. Nada queda al azar en este simbólico edificio en el que se coronó Enrique IV, conocido como el “buen rey” por ser uno de los más queridos de los franceses. A él se le atribuye la improbable frase “Paris bien vale una misa”, al renunciar, en la ceremonia de su entronización, al calvinismo para abrazar la fe católica y con ella el poder.
De paseo por la ciudad
Alimentada el alma es tiempo de callejear y descubrir numerosos encantos. La parte alta es donde se asientan los edificios oficiales como museos e instituciones. Justo detrás de la catedral, precedido de unos apacibles jardines, se encuentra el museo de Bellas Artes, ocupando la que fuera antigua residencia episcopal. En la actualidad el espacio alberga colecciones de arte que van desde la Edad Media hasta mediados del siglo XX.
Nos alejamos un poco hasta llegar a la plaza de la Poissonerie y la pintoresca Casa del Salmón, una ubicación privilegiada para la Oficina de Turismo. Se aprecia en la fachada el tradicional entramado de madera tan típico de las casas de algunas zonas de Francia. Desde aquí un agradable paseo nos acercará a la plaza Billard donde los días de mercado se pueden adquirir productos de la zona como quesos, frutas, verduras, legumbres…
Cercana a la zona ribereña del Eure sorprende la iglesia de San Pedro que antaño formaba parte de la abadía de Saint-Pere-en-Vallée. En sus muros luce unas hermosas vidrieras del siglo XIV.
A medida que nos adentramos en la parte baja de la ciudad y nos aproximamos al río, descubrimos pequeños rincones que resultan encantadores. Su trazado claramente medieval te anima a deambular por sus calles, atravesando puentes y viviendas, lavaderos o molinos, mientras te atrapa en una atmósfera sugerente y melancólica.
Desde hace años, durante algunos meses (este año debido al Covid-19 es aconsejable comprobar las fechas), la localidad se ilumina al caer la noche. Chartres en lumières es un festival visual de luz y sonido que transforma en un hipnótico espectáculo numerosos puntos notables de la ciudad. Una experiencia realmente única y emocionante que te regala una extraordinaria imagen, y, que se ha convertido en un importante reclamo turístico. No se pierdan la proyección sobre la catedral. Una preciosa historia a todo color ante sus ojos.