En 1493, los españoles llegaron a las Antillas Menores y “habiendo visto dos toscas estatuas de madera en cada una de las cuales había una serpiente enroscada, pensaron ser imágenes adoradas por los indígenas, pero luego supieron que eran colocadas allí como adorno, pues como creen los nuestros que sólo dan culto al numen celeste”. Narrada por Pedro Mártir de Anglería, esta curiosidad de los primeros observadores por entender las imágenes de los nativos mutó, apenas tres años más tarde, en represión y destrucción. La desconfianza y el dogma evangelizador inspiró el inicio de una guerra de las imágenes --estudiada por Serge Gruzinski-- que continua hoy día.
Pedro Mártir, periodista avant la lettre, resumió muy bien las dos principales percepciones que un observador puede experimentar ante una estatua. Para uno es un ídolo de exaltación apologética o hagiográfica de un rey, un militar, un conquistador, un escritor…; para otros no pasa de ser un adorno más o menos familiar, sin mayores implicaciones ideológicas y que, como mucho, evoca un pasado jibarizado, sin más pretensión de molestar.
Es conveniente, de tanto en tanto y sin abusar del erario público, ir cambiando estatuas o el nomenclátor de las calles, pero no es recomendable hacerlo por animadversión u odio. La iconoclastia es compañera inseparable de la iconodulia, dos caras de la misma moneda, dos dogmas de la misma fe: la superioridad moral del elegido. Al fanatismo destructor le suele suceder el fanatismo idólatra, y ni uno ni otro son recomendables para la convivencia o para el 'progreso'.
Ahora que el antirracismo se ha dejado arrastrar por viejas formas de identitarismo multicultural, es de esperar que otras tendencias identitarias como las nacionalistas emerjan aún con más fuerza. Poco ayudan tertulianos prime time cuando comparan a Hitler con Colón y las retiradas de sus respectivas estatuas para, de ese modo tan burdo e indocumentado, justificar la última furia iconoclastia anticolombina.
Hay comunidades, ciudades y países que asisten atónitos ante los ataques a su símbolo por excelencia. La comunidad italoamericana se ha sentido menospreciada, no en vano el día de Colón se celebraba como reconocimiento a la aportación de esos inmigrantes al progreso de Estados Unidos. Nada tuvieron que ver los viajes colombinos con el exterminio y expolio, primero británico y después norteamericano, de los nativos de aquellas tierras. Colombia y los colombianos pueden entrar en una crisis de identidad nominativa y existencial si la iconoclastia triunfa mundialmente. Huelva tiene el 3 de agosto, día de partida de las tres carabelas en 1492, como santo y seña de su identidad, no es casualidad que su fiesta grande se llamen Fiestas Colombinas, que la estatua de Miss Whitney a la Fe Descubridora (un monumental fraile apoyado en una cruz) se le denomine popularmente Monumento a Colón, y que una reciente estatua del navegante con atributos decimonónicos se haya colocado en el centro de la ciudad.
Sorprende que la alcaldesa de Barcelona haya dicho sí a la estatua de Colón por ser un símbolo destacado del skyline la ciudad, para añadir que siempre que se haga una contextualización, es de suponer que ésta será sobre la negativa labor española en América y su respectiva Leyenda Negra. Haría bien Ada Colau en entender la impresión que tuvieron los primeros españoles que llegaron a las Antillas ante las estatuas, y que la aplicase en Barcelona. El contexto que debe explicarse es por qué la burguesía catalana celebró el IV centenario del descubrimiento erigiendo esa impresionante columna con el marino genovés en lo más alto. El didáctico proyecto haría bien en destacar la catalanidad del excepcional conjunto escultórico que le acompaña con el que se simboliza la participación de catalanes en los viajes colombinos.
El otro contexto --descubrimiento, conquista y colonización-- se ha de explicar en la escuela sin historias de buenos y malos, y si no se hace es que la historia en el sistema educativo catalán se ha convertido, en bastantes casos, en un artefacto en manos de sacerdotes fanáticos y manipuladores. Ese es el problema que a los Comuns les debería preocupar, aunque oídas las declaraciones de la diputada Albiach el conocimiento histórico ni está ni se les espera. Y, quizás, por fin ya sepamos qué apunta Colón con su dedo: el lugar hacia donde deben dirigirse los que ignoran el pasado o los que tanto odian al descubridor. El parecido de la estatua con Fernando Fernán Gómez es sólo una pista.