En el nacimiento de los hornos de fundición, el alto precio del mineral de hierro y del carbón fueron el gran obstáculo en la génesis de la industria pesada en Cataluña. El coste de la materia prima importada dividió la siderurgia del ochocientos en dos grandes ramas: las grandes sociedades anónimas de altos hornos y las pequeñas fundiciones de origen familiar. En las primeras venció el espíritu de apellidos pioneros como Bofill, Serra, López, Alexander, Tous, Villavecchia, Cornet o Bonaplata, mientras que en las segundas abundó el mundo de la menestralía ampliamente articulada en núcleos urbanos de lo que los demógrafos noucentistas llamaron años más tarde la Catalunya-ciutat. Ambas forjaron una red productiva de gran calado a partir de su industria especializada en la producción de hierro laminado y a la postre de acero.
La fundición iba a decidir, como en el resto del mundo industrializado, la potencia germinal del sector automovilístico, la máquina que puso a andar al mundo, basada en el modelo fordiano de fabricación en masa. Las entradas y salidas de los laminados concentraron a las cabeceras en los puertos marítimos y de este modo las Reales Atarazanas de Barcelona acabarían concentrando lo que los historiadores económicos de Europa llamaron le feu catalán, como expone Carrera Pujal en La economía de Cataluña en el siglo XIX.
La calderería era la fuente y, al mismo tiempo, la industria auxiliar de los grandes proyectos. Así ocurrió con Nueva Vulcano, una herrería que construyó barcos, como el emblemático Balear para la compañía Navegación e Industria. Muy pronto se botaron el Delfín y el Mercurio (construido en Liverpool) y los packet inspirados en los modelos británicos, como el Villa Madrid y el Barcino. Fueron los primeros vapores catalanes, que al cabo de unas décadas serían desplazados por el afán ganador de la Trasatlántica, la gran bandera de Antonio López y López, primer marqués de Comillas (que tendrá su lugar en esta brújula semanal). Nueva Vulcano nació como proyecto de éxito, pero su presencia internacional no llegaría hasta los primeros años del siglo XX, con accionistas como Ignasi Villavecchia y Josep María Serra, fundador del Banco de Barcelona, junto a Manuel Girona, financiero por antonomasia del fin de siglo y alcalde de Barcelona.
El XIX prolongó su tiempo histórico en dos direcciones: la pujanza industrial y la fuerza cultural de la Renaixença, proclamada por Bonaventura Aribau y Joaquim Rubio en el diario El Vapor. Vulcano desplegó su resistencia al cambio cumpliendo con los saltos en el modelo de laminación y montaje en las instalaciones portuarias donde la compañía construyó y botó el barco de guerra Elcano y un número importante de lanchas cañoneras encargadas por el Ministerio de Marina. El inicio de la primera Gran Guerra marcó un punto de inflexión. La condición de España como país neutral impulsó la creación de Trasmediterránea, el nuevo gran competidor que acabaría convirtiéndose en el monopolio natural del vapor y la fundición en las zonas portuarias de Barcelona, Tarragona y Sagunto. La naviera absorbió a Vulcano y la fusionó con Unión Naval de Levante, bajo la gestión del grupo alemán Krupp.
La era del acero vivía sus primeros balbuceos. Tras el cambio de siglo, en menos de tres décadas, los Krupp levantaron un emporio y entraron en una dura decadencia bajo la presión asfixiante del III Reich, que convirtió a la gran siderúrgica europea en un monopolio del Estado controlado por los oficiales de las SS. En La caída de los Dioses, Luchino Visconti, expuso los mecanismos que condujeron al estallido de la mayor conflagración armada que ha conocido la humanidad, tomando como base la descomposición de una rica e influyente familia, propietaria de una importante fábrica de acero que abastece de armas al ejército. Visconti muestra la connivencia entre el gran capital alemán y el movimiento nacionalsocialista, al que su dinero ayuda a conseguir el poder. Los grandes industriales piensan que Adolf Hitler será un eficaz dique contra la amenaza de una revolución comunista. Los Krupp llegaron a la conclusión de que la política expansionista y agresiva del Reich les beneficiaría a base de contratos para abastecer a unas fuerzas armadas que muy pronto se saltarán las restrictivas cláusulas del Tratado de Versalles.
La presencia de Krupp en España anticipó este deseo de expansión mucho antes de que los acontecimientos se precipitaran en Alemania. El cine mostró a los Von Essenbeck (los Krupp) en su lujosa residencia berlinesa la misma noche en que ardía el Reichstag, en un grandilocuente fresco sobre la decadencia con el telón de fondo de los históricos acontecimientos que terminarían por incendiar Europa entera.
En Cataluña, la conjunción entre la siderurgia y la navegación estaba servida. Con sede social en Madrid, la nueva compañía española en la esfera de los Krupp había ido expandiéndose hasta pasar a formar parte del Banco Central. La concentración de capital del periodo entre guerras, especialmente en lo felices 20, definía la llegada de un tiempo nuevo. La fusión entre el capital industrial y el financiero hablaba ya el lenguaje de los trusts que dominarían los mercados hasta el crash del 29. España atravesó la crisis financiera más atrancada por sus problemas políticos que preocupada por la caída del valor de los activos. La Bolsa de Barcelona, concentrada entonces en el llamado Bolsín de la Banca Arnús-Garí, dejó de efectuar el descuento automático de acciones y letras de cambio; la iliquidez sumió en la desolación al mundo financiero ya inestable a causa de la debilidad regulatoria de la II República. Barcelona atravesó una etapa de colectivizaciones que paralizaban los pedidos de los importadores europeos.
Mucho antes, en la segunda mitad del XIX, los hermanos David, Thomas y William Alexander, de origen escocés, habían establecido una fundición en el barrio de la Barceloneta (Historia económica de la Cataluña contemporánea, de Jordi Nadal). Paralelamente, en solares aledaños a la fundición escocesa se instaló la fábrica de vapores y locomotoras fundada por Valentí Esparó, germen de La Maquinista Terrestre y Marítima. Empezaba una competencia provechosa para ambos que se hizo visible en la Exposición Universal de 1888, con la presentación de los Alexander como fabricantes de máquinas de vapor. La Vulcano creciente del medio siglo adquirió a los escoceses el vapor Victoria, que hizo la primera línea La Habana-Barcelona. Paralelamente, Esparó, uno de los grandes perfiles empresariales de la revolución industrial, fundó La Maquinista Terrestre y Marítima y adquirió las instalaciones y solares de los Alexander, cuya compañía había entrado en quiebra.
La consolidación de La Maquinista se interrumpió muy al principio a causa de la muerte de Ramon Bonaplata, uno de sus fundadores. En 1867, recién construido el primer dique seco del Puerto de Barcelona por parte de la casa Bofill i Martorell, la revolución Septembrina de 1868, que desalojó del poder y desterró a Isabel II, supuso un paréntesis obligado. La Gloriosa de Prim abrió el Sexenio Democrático al grito de ¡abajo los borbones! pero hizo aguas en 1870, cuando el general fue misteriosamente asesinado en la madrileña calle del Turco, la misma noche en que llegaba a España Amadeo de Saboya, el rey propuesto por el directorio militar.
La Maquinista atravesó entonces su segunda crisis provocada por la caída del valor de sus acciones. La empresa recompró los títulos a los minoritarios y amortizó su valor en una operación que ampliaba su autocartera a cambio de vaciar sus arcas. Para financiar la operación, La Maquinista vendió parte de su patrimonio inmobiliario al indiano Ignacio Goytisolo, bisabuelo de los escritores Juan, Luis y José Agustín Goytisolo. El entonces presidente, Josep Maria Serra, abandonó el cargo y fue sustituido por Josep Cortada i de Vedruna, un agente de cambio y bolsa barcelonés. Muy pronto, la simbólica compañía volvería a manos industriales en las figuras de Tous i Miralpeix y Josep Maria Cornet. Empezaba el tiempo de los ferrocarriles, el momento en el que el mundo industrial catalán prescindía de parte de su fortaleza naval para centrarse de nuevo en la industria.