Hace cien años nació Alexander Soljenitsin, el autor de “Archipiélago Gulag”, y la efeméride, que no tiene mayor importancia salvo como ocasión de recordar a los hombres meritorios, refrescar la memoria sobre sus aportaciones, ha pasado entre nosotros completamente desapercibida. Y sin embargo Soljenitsin fue uno de los escritores más importantes del siglo XX al mostrar a la luz, la luz indiscutible de la experiencia propia y del testimonio de una colectividad maltratada, la verdad sobre la naturaleza represiva, concentracionaria, del sistema comunista.
En este orden de libros hay tres que fueron decisivos: a finales del os años 40, “Yo elegí la libertad”, de Víktor Kravchenko, uno de los primeros “desertores” del paraíso igualitario, sobre la policía política y el totalitarismo del régimen estalinista. Diez años después, “La nueva clase” del yugoslavo Milovan Djilas, también un testimonio de primera mano sobre la formación, en los Estados que supuestamente habían liquidado el sistema de las clases sociales, de una nueva clase, que era la elite burocrática, que disfrutaba de privilegios burgueses pero sin haber sido siquiera constructivas, productivas. El tercer libro es, claro está, “Archipiélago Gulag”, de Alexander Soljenitsin, su testimonio personal –a finales de la segunda guerra mundial fue condenado a ocho años de trabajos forzados y destierro de Moscú a perpetuidad-- de la vida en los campos siberianos, enhebrado con los testimonios que fue recogiendo de otros doscientos “veteranos” del horror.
Soljenitsin ya había dado señales de su talento con libros como “Agosto de 1914”, con “Lenin en Zurich” y sobre todo con “Un día en la vida de Iván Desinovich”, novela corta donde narra precisamente el curso de un día en la vida de un prisionero de los campos de trabajo soviéticos, que se pudo publicar en una importante revista moscovita en 1962 en el contexto del deshielo tras la muerte de Stalin y el XX Congreso del PCUS (1956), donde su sucesor como secretario general del partido, Kruschev, denunció algunos de los crímenes cometidos por Stalin y su camarilla, de la que por cierto él mismo había formado parte, con entusiasmo juvenil que progresivamente se fue transformando en temor a convertirse en otra de las víctimas de la paranoia exterminadora del Hombre de Acero”.
“Un día en la vida…” fue un best seller con demasiado éxito, de manera que su reedición fue prohibida. Y después de que Kruskev fuera depuesto (en 1964) y sucedido por Breznev, “Archipiélago Gulag” se quedó sin ninguna posibilidad de ver la luz en la URSS. El volcánico manuscrito fue sacado clandestinamente de Rusia a fragmentos, con la colaboración desinteresada de muchos colaboradores del escritor, y publicado por primera vez en Francia en 1973. Fue una conmoción, la definitiva ruptura de un tabú en la intelectualidad internacional a propósito de la URSS, que le valió además el premio Nobel de Literatura. Soljenitsin fue expulsado de la Unión Soviética en 1974.
Recuerdo un diálogo que decía más o menos esto:
--¿A ti que condena te ha caído?
--Quince años.
--¿Por qué?
--Por nada.
--No me engañes. Por “nada” son diez años.
Soy de los que recuerdan la emisión del programa de José María Íñigo en marzo del año 1976 en el que compareció Soljenitsin. Pocos meses antes había muerto Franco, Arias Navarro era todavía el indigno presidente del Gobierno, a vueltas con la “apertura” y las insatisfactorias “asociaciones políticas”, y aquel ruso de la barba caprina, rara, dijo en el programa de Televisión Española verdades como puños, verdades intempestivas que levantaron ampollas. Había pasado unos días paseando de incógnito por nuestro país y comprobado que comparada con la URSS España no podía considerarse una dictadura; aquí se disfrutaba de libertades que en su país eran inconcebibles, como viajar al extranjero o por el mismo territorio nacional sin necesidad de una autorización especial, comprar prensa extranjera, hacer fotocopias, etcétera. La oposición más o menos clandestina lo anatemizó como agente de la CÍA o poco menos. Así, lo que fue comprendido en Francia, por ejemplo, en España no lo fue.
Soljenitsin era un contrarrevolucionario, un eslavista, un hombre espiritualista y religioso. Rasgos que, como su experiencia vital, le acercan a Dostoievski, y que también contribuyen a hacerle antipático para el lector laico. Fue un escritor positivamente decisivo, que aquí fue injustamente desdeñado y que vale la pena recordar.