Una de las noticias de esta pasada semana ha sido la reapertura del Museo Africano en Tervuren, localidad belga, más concretamente flamenca. Un hecho que no debería tener mayor trascendencia de no ser porqué el Museo se centra en la que fue la colonización belga del Congo. Una extraordinaria masacre, con millones de víctimas, que finalizó en el siglo XX. Personas conducidas a la muerte, la mutilación o la esclavitud. Seguramente nada muy distinto de otros procesos colonizadores, pero con algunas características singulares.
Así, la barbarie se siguió cometiendo en pleno siglo XX, hace poco más de cien años. No nos estamos refiriendo al siglo XVI, auge de la conquista de América. La atrocidad es responsabilidad de uno de los países europeos más avanzados. El Museo se ubica en Flandes, conviviendo en armonía con los habitantes de una región muy próspera, y especialmente respetada por aquella Catalunya con la que comparte aspiraciones independentistas. Y, finalmente, el máximo responsable de la barbaridad fue el Rey Leopoldo II, conocido por las muchas estatuas que en su honor se reparten por Bélgica.
La aventura colonial genera una gran incomodidad en Bélgica, incapaz de asumir su pasado. Algo similar a lo que sucede en otros países europeos, como es el caso de Francia que, por una parte, se otorga el papel de gran defensor de los derechos civiles mientras, por otra, se niega a asumir su colaboracionismo con la ocupación nazi, o su crueldad en Argelia, descolonizada hace poco más de 50 años y dejando tras de sí cientos de miles de víctimas, si bien algunos estudios las elevan al millón y medio.
Estas consideraciones me vienen de una conversación reciente, en la que independentistas recordaban la conquista de América como una muestra del primitivismo atávico de los españoles. En definitiva, un motivo de los más determinantes para huir de España, y entregarse a países civilizados como Bélgica, especialmente su parte flamenca.
Sin llegar al dislate de Pablo Casado, al afirmar que la Hispanidad es el hito más importante de la humanidad junto al imperio romano, es de justicia denunciar lecturas tan interesadas como descontextualizadas de la historia española. El pasado colonial de España no es, en absoluto, más bárbaro que el de otros países europeos
En este mismo sentido, me sorprende como el independentismo se refiere a la explotación de las colonias americanas como si Catalunya no tuviera nada que ver en ello. Una actitud que, hace pocos meses, adquirió actualidad con motivo de la retirada del monumento al Marqués de Comillas por sus negocios con Cuba. Acerca de dicha colonia caribeña, ¿dónde se cantan habaneras? En Catalunya. ¿Donde existen más mansiones de indianos? En Catalunya. Por algo será.
A los que presumen de amar tanto a Catalunya, les pediría que no alimenten interpretaciones torticeras de la historia. El único camino hacia la independencia es un proyecto común y compartido por la inmensa mayoría de catalanes. Un proyecto que no puede tener como uno de sus pilares una lectura distorsionada de la historia. Las emociones que emanan de una historia reinventada no pueden conducir a lugar alguno.
Que disfruten mucho los flamencos de su Museo y de los recuerdos de ese desastre que, en los años 50 y con ese genuino sentido del humor catalán, retrató como nadie el cantante Dodó Escolá con su canción ¿Qué pasa en el Congo?. Les animo a bailarla.