Dejando al margen mi profundo sentimiento de orfandad por la desaparición de quien considero uno de mis maestros en el campo de la historia y uno de mis referentes en el campo del ejercicio cívico y del compromiso político, quiero dedicar unas palabras a subrayar la significación de la obra y la trayectoria de Josep Fontana, considerado por la inmensa mayoría de nuestra intelectualidad como uno de nuestros mejores historiadores y uno de los más activos defensores de un humanismo progresista, del que daba permanente testimonio en sus escritos y en su actividad pública.

Formado bajo el magisterio de Jaume Vicens Vives y de Ferran Soldevila, y abierto a las influencias de algunos de los más renombrados historiadores marxistas de la segunda mitad del siglo XX (entre los que es justo destacar a Pierre Vilar), señalemos sólo como hitos inexcusables de su curriculum vitae su vinculación docente a las universidades de Barcelona, Valencia y Autónoma de Barcelona, la fundación del Institut Universitari d'Història Jaume Vicens Vives de la Universitat Pompeu Fabra (que dirigió hasta su jubilación en el año 2001), el permanente contacto con los estudiantes fuera de las aulas y, en otro orden de cosas, su militancia en el Partit Socialista Unificat de Catalunya desde 1957 y su apoyo a numerosas organizaciones políticas de izquierda hasta nuestros días.

En su obra escrita como profesional de la historia, quisiera distinguir tres vertientes. Una de ellas tiene que ver con su labor de investigador de la hacienda pública y del absolutismo y el liberalismo español, que se decantó en libros como La quiebra de la Monarquía Absoluta (1814-1820) (1971). La segunda se relaciona con sus reflexiones sobre la historia y sobre la teoría de la historia, que han servido de obligada referencia a varias generaciones de profesionales y estudiosos y que se han plasmado en libros tan influyentes como Historia. Análisis del pasado y proyecto social (1982). Y la tercera está constituida por sus grandes frescos de historia universal, donde dejó constancia de un pensamiento extremadamente riguroso y de una erudición realmente asombrosa, como se puede ver en libros como Por el bien del Imperio. Una historia del mundo desde 1945 (2011) o El siglo de la revolución. Una historia del mundo desde 1914 (2017). Y naturalmente, como no tengo espacio para más, me remito a cualquier ensayo bibliográfico sobre el autor, que multiplicaría sobradamente estos pocos ejemplos.

No puede dejar de mencionarse tampoco su continuada labor como asesor de diversas editoriales en materia de historia. En particular, su alianza con Gonzalo Pontón permitió que Editorial Crítica se convirtiese en una ventana abierta a la mejor historiografía que se hacía aquende y allende nuestras fronteras, a través de la publicación de libros clásicos de difícil acceso o faltos de traducción castellana y de obras recientes que pronto se revelaron imprescindibles para ampliar el territorio del historiador y para ofrecer nuevos foros de debate sobre las cuestiones más candentes. Con ellos tenemos contraída una deuda impagable.

Y, last but not least, fue un militante convencido de la necesidad de promover el conocimiento de la realidad del pasado y el presente como herramienta para una toma de posición que nos permitiera no sólo (siguiendo en esto a Marx) comprender el mundo sino también contribuir a transformarlo en un sentido progresista, para que en el futuro pudiera constituir (lejos de lo que ocurre hoy) un hogar habitable para todos los hombres y todas las mujeres.

Adiós, querido Josep. Nos dejas tu enseñanza y tu ejemplo, que perdurarán en nosotros. Y, como dijo el poeta, nos servirá de harto consuelo tu memoria.