"Habent sua fata libelli", los libros tienen su destino. La noveleta La muerte de Napoleón fue publicada por Anagrama a finales de los años ochenta sin que despertase mayor interés, al menos que yo recuerde; entonces el autor, el sinólogo belga Simon Leys (1935-2014) no había cristalizado entre nosotros como una figura tan excéntrica, tan rematadamente literaria, con una obra tan minimalista y exacta, embellecida además por el aire de disidencia contra "l'esprit de son age" que le proporcionó en 1971 su ensayo El traje nuevo del presidente Mao en el que denunciaba la verdadera naturaleza de la Revolución Cultural china, muy loada entonces por el establishment cultural francés en la resaca de mayo del 68, especialmente representado por los buques insignia de Le Monde y Tel Quel.
Ahora Acantilado vuelve a poner en circulación esta novela breve o cuento filosófico que fabula la fuga de Napoleón de Santa Elena, dejando en su lugar a un sosías que le sustituye mientras él viaja clandestinamente a Europa para reunirse con sus fieles, dar un pronunciamiento, recuperar el poder y concederse una segunda oportunidad de escribir la historia (aviso al lector que no conozca aún la novela de Leys y se proponga leerla de que si no se salta este párrafo echará a perder la sorpresa argumental). Pero al desembarcar en Amberes, se encuentra con la sorpresa de que circula ya por Europa una noticia sensacional: acaba de fallecer en Santa Elena Napoleón --o sea su sosías--, y esta novedad completamente imprevisible condena al fugitivo a una situación imposible: pues si siguiendo sus planes se presenta al mundo como el auténtico Emperador, será inevitable que se le considere uno más de los locos que se pasean por los jardines de los manicomios con la mano derecha metida en el chaleco a la altura del corazón, persuadidos de ser el auténtico Napoleón... Así, Napoleón se instala en Bruselas, se casa con una carnicera, visita el campo de batalla de Waterloo...
Este argumento es una vuelta de tuerca a las clásicas novelas de fugitivos y cautivos, de hombres providenciales e impostores que se intercambian los papeles, subgénero lleno de fascinación, desde El prisionero de Zenda hasta Pálido fuego pasando por Príncipe y mendigo. La única novela de Simon Leys es un relato ejemplar sobre el ser y el no ser, sobre la paradoja del destino y el azar, sobre la distancia entre las grandes ambiciones y las crasas contingencias, sobre los hechos reales y la realidad definida por la opinión pública... que por cierto, de una manera inesperada levanta resonancias en nuestro momento provincial.
Todavía quedan por publicarse algunos ensayos de Leys, pero con este librito lo sustancial de su obra ya está a la disposición del lector español. El único aspecto negativo de este hecho objetivamente positivo es que muy probablemente no se me presentará otra ocasión para elogiarle públicamente.