En este interregno del 155, donde el hipernacionalismo de los directores generales gobierna sin gobierno, el próximo conflicto llegará cuando se crucen las tijeras del tiempo. Mientras llega ese temido o deseado momento --depende de la sensibilidad política o tribal de turno--, las divagaciones del president legítim generan cierta expectación, más en unos que en otros. El "no estamos solos, que sabemos lo que queremos" se debilita si en el día a día la prédica del Legítimo no llega a tiempo o con la contundencia y sorpresa esperada. Entre esas opiniones (des)organizadas hay una que persiste: es la gran obsesión por determinar si la Cataluña nacional, también llamada República catalana, es un país homologable o no a cualquier Estado europeo. Todo apunta a que la frustración melancólica puede acentuar aún más el desprecio escéptico hacia Europa. Los resultados electorales en Italia refuerzan un poco más esa tendencia.

En este contexto, la permanencia en Waterloo del Legítimo es una pantalla que para los intereses nacionalistas ha de permanecer abierta porque es un artefacto escénico a través del cual se construyen significados ideológicos. ¿Estamos ante el recurso a la vieja semántica del Barroco? Hay muchas similitudes entre el capital simbólico del procés y el que escondía el discurso cultural dominante en los siglos XVI y XVII. Para Rodríguez de la Flor, la Contrarreforma fue "una gigantesca maquinación para dotar de sentido al mundo, para resemantizarlo". Sin llegar a la enorme dimensión de aquella operación, el procés participa también de la condición de mundo encantado, de un espacio metafísico con una estética preciosista e hiperretorizada. Como ha sucedido con los estudios sobre el Barroco, hay que acudir a la hermenéutica o a la arqueología de la configuración mental para desentrañar las claves de la construcción mental del procesismo. Con los papeles incautados a los Mossos no es suficiente.

Entre los asesores de Puigdemont encontramos a historiadores y a filólogos, profesionales o aficionados, que están convencidos de la excepcionalidad catalana haciendo referencias constantes a un ultramundo quimérico que para ellos es alcanzable

No debe ser casual que entre los asesores de Puigdemont encontremos a historiadores y a filólogos, profesionales o aficionados, que están convencidos de la excepcionalidad catalana haciendo referencias constantes a un ultramundo quimérico que para ellos es alcanzable. De ahí que las divagaciones puigdemontianas tengan una lógica parabólica o metafórica que nos retrotraen, por ejemplo, a su Girona barroca y encisa, esa que tanto le gusta a Quim Torra.

Jeroni del Real fue un cronista gerundense del siglo XVII que dejó escritos pensamientos que parecen fundamentar algunas divagaciones del Legítimo. Para el cronista se debía tener presente que al sufrir por la patria "el disfavor és favor, el perill es seguretat, el robo és riqueza, el desterro és glòria, el perdre és guanyar, la persecutió és corona, el morir és viure, perquè no hi ha mort tan gloriosa com morir el home per defensa de sa Pàtria". Las similitudes entre aquel fin patriótico y el actual son sorprendentes, ambos justifican los medios, sean el robo, la prisión, el exilio u otras derrotas parciales.

Sin embargo, en la Cataluña barroca no todo el patriotismo se debía entender como una exaltación martirial. Entre sus avisos Jeroni del Real planteaba cuáles debían ser los límites en las acciones de los gobernantes: "Los grans ingenis, si no són modestos y dòcils, són peligrosos a la república, perquè, superbos y pagats de si, desprecien los òrdens y tot los pareix que’s deu governar segons sos dictàmens". La soberbia, la egolatría y la arrogancia no eran admisibles ni en aquella Cataluña ni lo deberían ser ahora. Quizás si la ensimismada filóloga y el historiador encisat hubiesen leídos aquellos avisos, ni la ínsula Warteloo se hubiera fundado ni las divagaciones puigdemontianas hubieran llegado a ser un monumento al disparate y al delirio. Nada mejor que escuchar a Sancho, cuando dimite como gobernador de Barataria, para indicar como ha de acabar esta república catalana de mujeres y hombres encantados: "Abrid camino, señores míos, y dejadme que vaya a buscar la vida pasada, para que me resucite de esta muerte presente".