Cuenta fray Joan Gaspar Roig i Jalpí (1624-1681) que un día entró en una notaría de Blanes y halló en un rincón un curioso manuscrito. Se trataba de la copia de una historia de Cataluña escrita hacia 1420 por un tal Bernat Boades, que había sido cura y rector en aquel mismo pueblo de la costa catalana. El volumen tenía por título Libre dels feyts d'armes de Catalunya y contenía numerosas historias, algunas se creía que contadas por primera vez, sobre el pasado glorioso del Principado desde la llegada de los cartagineses hasta la dinastía de los Trastámara: el origen de las cuatro barras de sangre, la truculenta relación entre fra Garí y la hija de Guifré el Pelós, el artúrico episodio de la espada de Vilardell en su lucha con un dragón, el rescate que San Esteban hizo de Galcerán de Pinós de una prisión mora en Almería, el apasionado pero engañoso engendramiento de Jaime I o la relación entre el Bon Compte de Barcelona y la emperatriz de Alemania con la que se justificaba la vinculación política entre Cataluña y la Provenza.
En el momento de ese presunto descubrimiento, Roig i Jalpí ya era conocido por algunas obras religiosas e históricas, y había regresado de Madrid con un título bajo el brazo: Cronista Real de la Corona de Aragón. En su estancia en la Corte había polemizado con el zaragozano José de Pellicer sobre si el origen de las cuatro barras era catalán o aragonés, es decir, si el escudo de armas había sido otorgado por el rey Carlos el Calvo a Guifré el Pelós o ya lo poseía la casa de Aragón antes del matrimonio de Petronila con el conde Ramon Berenguer. Era un asunto de enorme trascendencia en una sociedad tan ligada al dinasticismo y sus símbolos.
Reinaixença
La fascinación por esta historia legendaria de Cataluña alcanzó su mayor reconocimiento en 1873 cuando el manuscrito fue editado por Marian Aguiló. Los escritores de la Renaixença, como Víctor Balaguer o Antoni Bofarull, bebieron alegremente en el Libre dels feyts para difundir leyendas con las que deleitaron a los lectores de la segunda mitad del siglo XIX. La publicación de esta obra, corregida y comentada, en cinco volúmenes la llevó a cabo la editorial Barcino. La Guerra Civil interrumpió la edición hasta que en 1948 apareció el cuarto volumen. El texto iba precedido de un largo prólogo de Miquel Coll i Alentorn en el que demostraba con una erudición abrumadora que, y para sorpresa de todos, Roig i Jalpí era un impostor, se había inventado la historia y había atribuido la autoría a un paisano suyo que había vivido a comienzos del siglo XV.
Pero no todo acabó ahí. La segunda sorpresa la dio Martí de Riquer cuando afirmó que el Libre dels feyts era el único exponente conocido de la mejor prosa escrita en catalán durante los siglos XVI, XVII, XVIII y primeras décadas del XIX. Que una impostura fuese la obra cumbre de la literatura en catalán durante casi trescientos años no era la mejor imagen que se podía dar de la cultura catalana de siglos atrás. Consciente de ello, Riquer se afanó en explicar cuáles habían sido las razones que habían llevado a Roig i Jalpí a realizar esa falsificación y, cómo no, las encontró.
En la tradición de los falsos cronicones, inventar hechos y documentos fue una práctica bastante común en los siglos XVI y XVII, en eso el fraile blandense no había sido original. La diferencia radicó en que se inventó no un dato o un texto sino toda una historia de Cataluña al completo, incluido el autor, y lo hizo, según Riquer, por patriotismo historiográfico. Al parecer, el fraile había quedado marcado en su juventud por el Corpus de Sangre de 1640 y por sus nefastas consecuencias. Pero ¿por qué la había escrito en catalán arcaico? Según Riquer la razón era tan sencilla como lógica: "Sería difícil de refutar por sus adversarios, más expertos en textos latinos". Todo encajaba una vez más.
Alabanzas al impostor
La filología catalana aceptó con resignación el fraude y el elogio, y el libro empezó a ser denominado el pseudo-Boades. Sin embargo, en 1987 y cuando aún vivía Coll i Alentorn --president a la sazón del Parlament de Cataluña--, la editorial Barcino reeditó el libro constando otra vez como autor Bernat Boades. El catalanismo más rancio se había enamorado del impostor; a fin de cuentas, Roig i Jalpí había engañado para demostrar la verdad de una tesis que defendía con entusiasmo: el pasado glorioso de Cataluña. De ahí que no sorprenda que ese fraude haya sido premiado una y otra vez, hasta el punto que hay ciudades como Girona o Sabadell que en la actualidad tienen calles dedicadas al autor que nunca existió (Bernat Boades). O, aún más, villas como Blanes, Pineda de Mar o Palafolls o la misma Girona han denominado alguna de sus calles con el nombre del magnífico impostor que, además y aunque lo ignoren, también fue censor de la Inquisición.
En aquellos siglos, decía Julio Caro Baroja, "el falsificador, con frecuencia, tiene de su lado al hombre de fe (a veces él mismo es hombre de fe). Los críticos pueden pasar por incrédulos o sospechosos de descreimiento". No debe extrañar que esto mismo suceda en los tiempos que vivimos, cuando el fabulador es tratado como un patriota y un héroe, el crítico es señalado como anticatalán y los presidentes del Parlament ya no son sabios honestos como Coll i Alentorn sino que afirman que su ficción es nuestra realidad.