Katharine Graham, la propietaria del The Washington Post, le recuerda en un momento dado a Ben Bradlee que su difunto marido, un hombre muy ingenioso, decía que los periódicos son como el borrador de la historia. La bisoña editora animaba de esta forma a su director en el trance que ambos vivían a propósito de la publicación de los papeles de McNamara, tal como se recoge en la magnífica película The Post, traducida aquí como Los archivos del Pentágono.
La definición de Phil Graham era muy acertada entonces, en los años sesenta del siglo pasado, y también ahora. Además, es aplicable a todos los medios de comunicación, no solo a los impresos.
Estos días se están produciendo acontecimientos que marcarán el futuro de Cataluña y de España. El desafío independentista ha tocado fondo tras la intervención de la autonomía y la actuación de la justicia.
Un Carles Puigdemont excitado por los 940.000 votos que consiguió el 21D no reconoce ante sus seguidores que ha perdido el pulso con el Estado e insiste en una huida hacia delante --en solitario-- que no lleva a ningún sitio bueno.
Quienes lo pusieron al frente de la Generalitat --Artur Mas-- le han pedido que dé un paso al lado, como hacen quienes le apoyaron y gobernaron con él en coalición --Oriol Junqueras--. El mismo mensaje que le ha transmitido Roger Torrent, el actual presidente del Parlament.
Los historiadores no lo tendrán fácil para elegir las fuentes que reflejen fielmente los hechos de estos días
No hace falta ser un especialista para darse cuenta del ingente trabajo que espera a los historiadores para reflejar fielmente los hechos de nuestros días.
Cuando oigan, vean y lean los borradores de la historia que se hacen ahora deberán estar muy pendientes de la fiabilidad de las fuentes que consulten, porque la narración de la realidad no solo estará teñida por la pasión con que se vive el procés. Las subvenciones, la publicidad institucional y la dependencia de un mercado clientelar condiciona a los medios de comunicación catalanes como nunca antes había ocurrido.
Para muestra, un botón. Los medios hiperventilados han estado horas estos dos últimos días debatiendo si es legal, profesional y ético que una televisión difundiera las imágenes de los mensajes del móvil de Toni Comín.
Cuestionar el interés de una noticia tan relevante es un auténtico disparate. No solo son más papistas que el Papa, es que maldicen la evidencia de que todo era mentira: de que mientras en público se apela al legitimismo, en privado solo se ven judas; de que ese mundo virtual que nos han relatado se acaba y con él su modus vivendi. Por eso ellos también buscan traidores.
Están tan acostumbrados a practicar el seguidismo ciego, a no pensar, que cuando sus guías cambian el paso, se pierden.