Prim es un personaje atípico en la historia de España. Catalán español, fue el último héroe de guerras exteriores que hemos tenido en nuestro país. Singularmente audaz, proyectó su vocación militar al campo de la política hasta convertirse en el personaje más poderoso de España, hacedor y deshacedor de monarquías, amado y temido como nadie al mismo tiempo. Representó el sueño liberal de la España que acababa de salir de la Guerra de Independencia, y que se concienció progresivamente de que los Borbones constituían un lastre insufrible. Ambicioso, disfrutó de la acumulación de títulos (conde de Reus, marqués de Castillejos, vizconde de Bruc), convencido de su propio carisma, vivió una época en la que el régimen político lo imponían los militares en función de su perfil ideológico. Lidió con Espartero, Narváez, O'Donnell, Serrano y tantos otros espadones instalados en la cultura del pronunciamiento y la conspiración. En vida, ya suscitó relatos biográficos como los de Balaguer o Blairet. Pérez Galdós lo elevó a la condición de protagonista de uno de sus Episodios Nacionales (1906) y el misterio de la identidad de sus asesinos en 1870 ha suscitado desde estudios presuntamente rigurosos como los de Pedrol y Rius (1960) a novelas como las de Gibson o Calvo Poyato y hasta una serie de televisión española en el año 2014 con Francisco Orella, representando su papel. Los mejores estudios son los de Fradera, Anguera y el general Alejandre.

Procedente de una familia de clase media de Reus (su padre fue un notario que intervino en diversos hechos militares de la Guerra de Independencia y de la primera guerra carlista), Juan Prim vivió la guerra desde muy joven. Sin hacer carrera militar académica, saliendo de la nada, y haciendo gala de un valor intrépido, se fue labrando un currículum en la primera guerra carlista a base de episodios de audacia singular que le permitieron a los 28 años ser coronel y a los 29, general. Asume como general los retos que los políticos le ofrecieron: como gobernador de Barcelona, la represión de la Jamancia en 1843, inclusive con el bombardeo de Barcelona a finales de ese año; como capitán general de Puerto Rico, la represión de la revuelta esclavista, enviado a la Guerra de Crimea, emisario en México en 1861 para negociar con Juárez en su enfrentamiento con Francia e Inglaterra. Allí defendió actitudes tolerantes y pactistas, influido por su matrimonio con la rica mexicana Francisca Agüero González con parientes como el ministro Echevarría. También fue enviado a la Guerra de Marruecos desde 1859 donde alcanzó sus mayores éxitos militares en la toma de Tetuán o la batalla de Castillejos y Wad-Ras que representarían pintores como Fortuny. La participación victoriosa en las operaciones militares exteriores en que se involucró o lo involucraron le dotaron de una popularidad extraordinaria en toda España que su instinto político quiso capitalizar.

Populismo, militarismo e identidad catalana

La vocación política de Prim tuvo tres ejes de conducta. Un sentido populista, que le hizo conspirar sistemáticamente contra las fuerzas reaccionarias especialmente simbolizadas en la figura de Narváez, y que le condujo al exilio con frecuencia (desde el primer exilio de París en 1842, pasó estancias varias en esta misma ciudad, Bruselas y Londres, consumiendo rápidamente el importante patrimonio de su mujer); la condición militar, que le otorgó un carácter resolutivo de acción directa, sin capacidad retórica, dispuesto siempre a aplicar a la vida parlamentaria criterios ejecutivos contundentes, lo que Fradera llamó "la pedagogía del sable"; y la identidad catalana que le permitió superar la memoria de la revuelta popular catalana por él reprimida y, a caballo de su defensa celosa del proteccionismo textil catalán, alcanzar niveles de seguimiento en Cataluña, no conseguidos por ningún líder político. Nadie como él consiguió asociar a Cataluña al proyecto español como lo demostró la abundante participación catalana en la Guerra de Marruecos. Su catalanidad brilló en muchas situaciones, recomendando a sus paisanos "no correr demasiado porque si se corre demasiado se puede tropezar".

Sin duda, no sólo consiguió un prestigio carismático en España sino que su voz fue oída en foros internacionales, como cuando con el problema mexicano por medio, se entrevistó con Lincoln y apoyó la causa de la Unión en la Guerra Civil Norteamericana. Su muerte cierra el propio ciclo conspirativo de su vida. Desde al menos 1857 no había hecho otra cosa que conspirar contra el poder establecido, con represiones sufridas, como la de la Noche de San Daniel de 1865, o la del cuartel de San Gil de 1866, que siempre le cogieron fuera. Triunfó finalmente su alternativa política en septiembre de 1868, quizá porque ya había muerto Narváez, que fue su contrapunto. Prim, erigido en presidente de Gobierno, aferrado a la monarquía que no querían sus amigos los republicanos, apostó por Amadeo de Saboya, duque de Génova, sobrino del rey de Italia, contra otros candidatos como el portugués Fernando de Coburgo, el francés duque de Montpensier o el alemán Leopoldo de Hohenzollern. 191 votos de apoyo en las Cortes trajeron a España a Amadeo. El 30 de diciembre de 1870, el mismo día que desembarcaba en Cartagena el nuevo rey, Prim era asesinado en la Calle del Turco de Madrid en medio de una nevada terrible. Los candidatos a asesinarlo fueron muchos, porque fue tan querido como odiado. Pudo ser Montpensier, pudo ser el republicano Paúl y Angulo, pudieron ser los militares al servicio de Serrano, pudieron ser cubanos críticos con la posición de Prim ante la Cuba independentista... Nadie ha demostrado con suficiencia argumental la identidad de sus asesinos. Ni siquiera sabemos si murió por las heridas causadas por los disparos, si el motivo de su muerte fue una infección ulterior, si murió estrangulado dentro del Palacio de Buenavista... La polémica al respecto entre los expertos de la Universidad Camilo José Cela y la Complutense dice mucho y mal del garantismo científico en lo que se refiere a diagnosis forenses. Parece que los misterios que rodean su muerte no quieren restar un ápice a la patente aureola romántica que rodea al general Prim en la memoria colectiva española.