Pi i Margall es la representación arquetípica de la España que no pudo ser, que nunca ha podido ser. Su vida fue un cúmulo de frustraciones a las que siempre sobrepuso un espíritu voluntarista extraordinario. Figura histórica muy estudiada (Jutglar, Molas, Gabriel, Trias, Caminal, Máiz...) nunca fue entendido en su tiempo por más que siempre se reconociera su honestidad personal. Catalán y español, en plena ofensiva nacionalista catalana, nunca fue reconocido por los catalanes como suyo ni en España se asumió nunca su proyecto de Estado federal y su republicanismo que chirriaba directamente con la España oficial. Criticado duramente, obligado muchas veces al exilio, su figura, sin embargo, mantiene un extraño halo de respetabilidad por su coherencia y su firmeza moral.
Nacido en 1824 en Barcelona, en pleno reinado de Fernando VII, en el marco de una familia humilde de artesanos textiles, fue seminarista hasta los 17 años; estudió derecho en Barcelona y se trasladó a los 22 años a Madrid donde se doctoraría. Sus primeras publicaciones se centraron en la historia del arte español con el volumen dedicado a Cataluña de La España pintoresca y la Historia de la pintura en España. Vivió de infinidad de oficios, más allá de la condición de publicista, crítico artístico, literario y teatral y hasta empleado de banca. Ingresó en el partido demócrata, dedicándose más intensamente a la política desde 1848. Se radicalizó desde 1854, se refugió en Vergara, donde estudió la historia del País Vasco, y se casó con la vasca Petra Arsuaga con la que tuvo varios hijos (los más conocidos fueron Francisco, diputado en Cortes, y Joaquín, que editaría las obras de su padre).
Anticentralismo, republicanismo y obrerismo
Escribió La reacción y la revolución donde defendía su proyecto político de ideas entonces radicales (sufragio universal, milicia nacional, reforma fiscal, poder constituyente, abolición de las quintas). Se asienta entonces la imagen que le perseguiría toda la vida de inflexible y doctrinario. Anticentralismo, republicanismo y obrerismo serían los ejes de su pensamiento. En 1859 se estableció como abogado en Madrid aunque desarrollará su vocación política a través del periodismo, como director de La discusión. Conspiraría contra la monarquía, lo que determinó su exilio en París en 1866. Allí leería obsesivamente a Marx, Comte y sobre todo a Proudhon al que traduciría al español.
La revolución del 1868 se produjo estando él en el exilio. Fue elegido diputado a las Cortes constituyentes y participó en la fundación del partido republicano-federal. Su proyecto discrepaba tanto del centralismo como de la insurrección que pretendían muchos miembros de su partido. Proclamada la república de 1873, tras la abdicación de Amadeo de Saboya, fue ministro de la Gobernación en el primer gobierno de Estanislao Figueras que sólo duró cuatro meses (de febrero a junio) y que se saldó con la famosa sentencia de Figueras: "Estoy hasta los cojones de todos nosotros".
Presidente de la Primera República
Pi sería el presidente del segundo Gobierno que sólo duró 37 días y que se hundiría por la deriva del cantonalismo cartagenero, la expresión más surrealista del proyecto federal de Pi. El propósito era instaurar en España, desde abajo, la república federal sin esperar a que las cortes constituyentes aprobaran la constitución. La insurrección fue liderada por personajes singulares como Antonio Gálvez Antonete o Manuel Cárceles Sabater. El cantón resistió inopinadamente. Tres generales tuvieron que aplicarse para acabar con él: Martínez Campos, Francisco de Ceballos y López Domínguez. El cantón sobrevivió a las dimisiones de Pi y Salmerón y no se extinguió prácticamente hasta el golpe de Estado de Pavía contra el gobierno Castelar en enero de 1874. Pi i Margall defendió siempre concesiones a los insurrectos. La historia y asedio del cantón fue reflejada por Ramón Sender en su novela Mr. Witt en el cantón y por Benito Pérez Galdós en el episodio De Cartago a Sagunto. Se llegó a acuñar moneda propia en Cartagena y y hasta se desplegó la bandera turca. La represión fue muy dura, con el exilio al norte de África de unas 500 personas. Una experiencia nefasta. Pi sería confinado en Andalucía por los alfonsinos. Pero nunca perdió la ilusión de sus sueños federales. En 1877 publicó Las nacionalidades, un ensayo histórico en el que defendía ante todo la utilidad de la federación de los pueblos y cuestionaba las ventajas de la unidad impuesta.
Proyectó una constitución federal en 1873. En el marco de la Restauración, se divorció políticamente de Valentí Almirall y el catalanismo. Fundó el Partido Federal y fue concejal del ayuntamiento de Madrid y diputado por Barcelona en 1881, 1886, 1891, 1893, y 1901, año de su muerte. En los últimos años de su vida se significó por su apoyo a la independencia cubana y su oposición a la guerra con los Estados Unidos y por su esfuerzo en conjugar catalanismo y federalismo. Publicó en 1890 Las luchas de nuestros días y escribió múltiples artículos en El Nuevo Régimen. Murió, inasequible al desaliento, defendiendo lo que siempre habían sido los principios de su vida. Los fracasos nunca le hicieron cambiar. Se aferró al idealismo de los principios y sus buenas intenciones nadie las puso en duda. El infierno, en cualquier caso, parece ser está empedrado de buenas intenciones.