Aunque pueda ser difícil de explicar, vivimos todavía, cuarenta y dos años después de su muerte bajo la sombra de Francisco Franco. Ciertamente, el propio Franco y sus seguidores construyeron el mito épico del personaje, temática que ha estudiado Laura Zenobí en un libro muy interesante (Cátedra, 2011). La primera biografía hagiográfica del dictador fue la de Joaquín Arrarás (1937). A lo largo de los cuarenta años de poder omnímodo se escribieron infinidad de biografías apologéticas desde Ricardo de la Cierva hasta Suárez Fernández, esta última con documentación de la Fundación Francisco Franco. No faltaron historiadores extranjeros glosadores de su figura, de Claude Martin a Philippe Nourry. En vida de Franco ya se escribieron biografías críticas como las de Luciano Rincón y Salvador de Madariaga. Después de su muerte han proliferado los estudios desde una óptica liberal como las biografías de Juan Pablo Fusi, Javier Tussell, Bartolomé Benassar o Enrique Moradiellos y las visiones del personaje se han ido haciendo cada vez más ácidas como reflejan los libros de Viñas o Preston por citar algunos de los más significativos.
Las glosas del mito Franco han girado en torno a cuatro ejes: que Franco ganó la Guerra Civil con habilidades estratégicas dignas de Napoleón; que salvó a España de la destrucción al resistirse a entrar en la órbita de Hitler; que pilotó la salida de España del hundimiento económico y que fue el que urdió el proceso de la transición a la democracia. Vida privada y vida pública impecables conjugadas. Tenacidad, serenidad, sobriedad, desconfianza gallega y laboriosidad serían sus principales cualidades. Los defectos o más bien excesos se le atribuirían a su mujer. La nómina de elogios ha sido abrumadora y entre sus virtudes añadidas se han destacado sus condición de gran cazador y pescador, experto en poderes sobrenaturales y hasta dominador extraordinario de las constantes fisiológicas. Hoy el relato épico y heroico de Franco está agotado pese a los intentos de Pío Moa. Los historiadores, ya desde la derecha (Payne), ya desde la izquierda (Preston), están todos de acuerdo en asumir la extrema mediocridad del personaje, su falta de ideas, su ambición de poder, su capacidad de supervivencia, su cercanía a dictadores latinoamericanos más que al propio fascismo europeo, su inserción en una historia larga de reaccionarismo ideológico español y de guerracivilismo.
Lo más inquietante es que la permanente referencia al franquismo se inserta en el marco de la flagrante distorsión histórica de definir la Guerra Civil española como la confrontación entre la pérfida España y la arcangélica Cataluña
Pero frente a los libros de historiadores rigurosos de diverso perfil ideológico parece haberse impuesto la simplicidad y la banalidad en los juicios de valor con la historia convertida en un cómic de buenos y malos sin el menor asomo de capacidad de análisis. Así se ha ido institucionalizando en la opinión pública española la idea de que Franco ha sobrevivido a la Transición, que el franquismo sigue gobernando. Todo ello con juicios penosos sobre la democracia española envuelta en la etiqueta de fascista con una frivolidad increíble en el uso de los términos y el fatalismo permanente que flota como una sombra, la idea del Estado fallido, estructuralmente fallido.
Franco, como ha escrito recientemente Eduardo Mendoza, se ha convertido en un referente al que se puede atribuir todo o casi todo lo que sucede hoy y cuya invocación traslada inmediatamente el insulto franquista o fascista. La imagen de la represión franquista sigue fosilizada en la mente y la izquierda que contribuyó decisivamente, en conjunción con la derecha, a la construcción de la Transición a la democracia, parece abdicar de sus responsabilidades en la misma y vive febrilmente instalada en la exploración de las limitaciones y defectos del proceso transicional.
Especial singularidad refleja en Cataluña la plurifuncionalidad del término franquista o fascista para descalificar al que piensa de manera distinta a los monopolizadores de los dogmas de fe. Lo más inquietante es que la permanente referencia al franquismo se inserta en el marco de la flagrante distorsión histórica de definir la Guerra Civil española como la confrontación entre la pérfida España y la arcangélica Cataluña. Se ignora, una vez más, la complicidad de una parte importante de la sociedad catalana en la alineación política con el franquismo, desde el 18 de julio de 1936, a lo largo de la guerra y desde luego de los años de la dictadura. La victimización permanente respecto al franquismo que fue y al inventado franquismo que subsiste supone desconocer la responsabilidad de muchos catalanes en la propia financiación del golpe militar del 18 de julio con Cambó a la cabeza y la participación de muchos jóvenes catalanes en la guerra en el bando de la España nacional. ¿No eran catalanes las muchas víctimas del proceso revolucionario catalán de 1936? ¿Puede despacharse con el adjetivo traidores a todos los implicados en el ideario franquista? ¿Hay que empezar a enumerar los abuelos, padres o parientes de los que hoy exhiben su condición de independentistas?