José Antonio Maravall y Julio Caro Baroja escribieron estudios ya clásicos sobre "el mito de los caracteres nacionales". Ambos historiadores demostraron su rechazo a los estereotipos caracteriológicos cargados de tópicos referidos a identidades colectivas. El presunto carácter nacional no deja de ser un producto histórico, moldeado por la historia a lo largo del tiempo, que cambia de significado en función de las situaciones que vive el colectivo, que suscita valoraciones diferentes dependiendo de las miradas de los observadores ajenos con sus filias y fobias y que, desde luego, ofrece perfiles psicológicos distintos según la clase social a la que nos estemos refiriendo. La adscripción social se antepone la mayor parte de las veces a la identidad antropológica.
Estas reflexiones son aplicables al supuesto carácter catalán del que, positiva o negativamente, tanto se habla. La sinécdoque es ciertamente la figura retórica más cultivada. Sistemáticamente se confunde la parte (el comportamiento de unos determinados catalanes) con el todo (el genérico catalán) y ello nos lleva a graves errores de análisis político. El tantas veces esgrimido "carácter catalán" ha pasado efectivamente por múltiples fluctuaciones a lo largo del tiempo histórico. El mismo se formuló como tal por primera vez en el siglo XIII desde la Italia que experimenta la presencia militar y comercial catalana. Los juicios no son en general favorables y ahí queda la "avara povertá di Catalogna" de Dante como mejor testimonio. Curiosamente la primera leyenda negra antiespañola es italiana y se dirige fundamentalmente hacia los catalanes. El sueño imperial catalán almogávar generó infinidad de reticencias en Italia como la generaría siglos después en toda Europa el imperio español.
Desprecio y 'seny'
En los siglos XVI y XVII, los juicios sobre los catalanes parten esencialmente del ámbito castellano. Los viajeros extranjeros por la Cataluña de ese momento dejan pocos textos sobre el carácter catalán. Desde Castilla, las opiniones sobre el mismo estuvieron lógicamente condicionadas por el conflicto político de 1640 y de la guerra de Sucesión. Los desprecios son mutuos. Desde Castilla, son famosos los sarcasmos de Quevedo en el marco de la Guerra de Cataluña con Felipe IV o las recomendaciones que se hacen a raíz de 1714: "De las quejas de los catalanes no hay que hacer caso porque siempre han estado mal con su camisa", "no te fíes, hay un común refrancillo, que dice que el catalá la fará, si no lo ha hecho". Se subraya como muy propio la ansiedad por lo incierto: "Bella y discreta fábula es la de aquel perro que llevando en la boca una presa de carne al pasar un riachuelo, vio era mayor la que en el agua se le representaba y codicioso soltó la que tenía en la boca segura para asir la que miraba incierta dentro del arroyo, quedando burlado pues sin una y sin otra. Poseían los catalanes el mayor riesgo y persuadidos de sus discursos, soñándose más felices de lo que estaban, quisieron perder lo seguro por lo incierto".
Antes del siglo XVIII ciertamente, el carácter catalán se caracterizaba a ojos foráneos como "idólatra de sus privilegios" y se expresaba en el ejercicio bandolero que generaba profunda inseguridad por sus caminos y notables prevenciones respecto a su gobernabilidad que manifestaban abundantemente sus virreyes y hasta las recomendaciones de Carlos V a su hijo Felipe II. Sólo Cervantes, a través de su hidalgo manchego Don Quijote, se atrevió a romper esa prevención, entrar en la Cataluña bandolera de Rocaguinarda, embrujarse con Barcelona a la que llenó de alabanzas y finalmente hundirse en la decepción. Don Quijote no pudo soportar convertirse en personaje bufonesco jaleado por los espectadores barceloneses en su torneo con el otro manchego, el caballero de la Blanca Luna. Capaz de sufrir tantas desventuras, no podía asumir su propia imagen ridícula ante el espejo catalán. La curiosidad ante Cataluña se troca en profunda amargura y el loco tras la vivencia catalana acaba recuperando su lucidez y saliendo del sueño de la razón, se va a morir a su tierra.
Después de 1714, en la segunda mitad del siglo XVIII, con Cataluña plenamente integrada en la monarquía empieza la gran oleada viajera y los juicios favorables sobre los catalanes. Curiosamente, los primeros testimonios favorables al carácter catalán son los de los ilustrados castellanos, como el periodista Nifo, el gaditano Cadalso o el asturiano Jovellanos. Cadalso recuerda que se empezó entonces a llamar a los catalanes holandeses de España y reivindica la productividad y capacidad de trabajo como ejemplo para todos los españoles. Antoni de Capmany exaltará la significación histórica de la burguesía catalana e institucionalizará los valores de capacidad empresarial, el espíritu negociador, la apertura cultural, como propios del talante catalán. Nacía el seny catalán.
Complejo de superioridad y victimismo
El siglo XIX es el siglo de la glosa narcisista catalana. Empieza el complejo de superioridad frente a la inferioridad castellana, acompañado no pocas veces de exaltación etnicista contrapuesta a la raza semítica castellana. El racismo catalán de los Almirall, Pompeu Gener o Rosell y Vilar alcanza delirios singulares sobre los que ironizaron intelectuales como Juan Valera o Clarín. Los viajeros extranjeros en el siglo XIX no se sintieron especialmente cómodos en Cataluña. Los testimonios de Richard Ford en 1844 son muy duros, entre otros aspectos contra la corrupción catalana: "Una conspiración catalana soborna a los comisionados del Gobierno, manipula sus informes, compra a la prensa venal, y si todo eso falla, amenaza como última ratio con una rebelión".
El narcisismo catalán se desboca políticamente en contraposición a España, en las últimas décadas del siglo XIX siempre con dos formas de expresión: la de la superioridad intelectual y política que implica la exigencia del paternalismo intervencionista (Cambó) y la de la superioridad moral que incide en el discurso victimista respecto a la perversidad intrínseca del Estado (Rovira i Virgili). En pleno franquismo, se escribieron dos interesante aproximaciones antropológicas-históricas al carácter catalán. Ferrater Mora diseccionó los ingredientes del carácter catalán en cuatro variables: continuidad, seny, mesura e ironía. Vicens Vives por su parte se planteó el carácter catalán como la conjunción histórica de dos variables: el seny (la sensatez) y la rauxa (el arrebato). Cataluña se habría movido entre las dos opciones caracterológicas, dominando en algunas etapas el sentido común, en otras, la desmesura. La historia de Cataluña sería el fruto del ejercicio dialéctico de ambas variables. La rauxa de 1640 daría paso al seny del neoforalismo de las últimas décadas del siglo XVII; la rauxa de 1714 habría desembocado en el triunfo de la productividad de la segunda mitad del siglo XVIII; las "bullangas" del siglo XIX deslizarían a la sociedad catalana hacia la feliz integración política en el Estado en los tiempos de la primera restauración borbónica; el frenesí revolucionario de los años treinta se convertiría en el desarrollismo catalán de los años 60 y 70 del siglo XX. El seny como aprendizaje de los descalabros de la rauxa.
Pluralidad
El periodista Gaziel, la conciencia crítica catalana, tras la experiencia republicana en Cataluña aportó una imagen sobre el carácter catalán más pesimista que la de Vicens. "El sino político de la tierra catalana, desde que España se constituyó en unidad nacional a fines del siglo XV, ha sido constantemente un sino protestatario. Mal avenida con el uniformismo creciente del Estado español, Cataluña ha vivido, políticamente hablando, en un Estado de malhumor y enfurruñamiento constantes. Unas veces, la mayor parte del tiempo, dormitando acurrucada al margen de la vida pública, replegada en sí misma [...]. Y otras veces dando, de pronto, unos bruscos estallidos anárquicos, que nunca, ni remotamente, le resolvían nada a ella, pero tan fuertes, de una realidad tan brutal, que bastaban para hacer tambalear a España entera. Pasadas estas convulsiones volvía siempre el aparente sopor."
En definitiva muchos han sido los perfiles psicológicos del presunto carácter catalán. No estaría demás que nos acostumbrásemos a usar más el plural cuando hablamos de Cataluña y analizar mejor los discursos políticos que vienen de culturas políticas confrontadas.