Un conocido historiador de origen gallego, activista de Òmnium y comisario nacionalista durante años en los tribunales de oposición a secundaria, hizo una profecía en 1993 que se ha cumplido casi al dedillo. Estábamos enzarzados en una discusión sobre si debían o no prevalecer criterios nacionalistas y lingüísticos en la valoración de los ejercicios de los opositores, cuando zanjó la polémica con este comentario: "Cuando tus padres ya no voten y tus hijos sean mayores de edad, alcanzaremos la independencia, y no habrá más que discutir".
Patientia vincit omnia, entendida la paciencia como aquella facultad de saber esperar cuando algo se desea mucho. Se trataba de actuar continua e intensamente en las aulas y en el asociacionismo con la esperanza de que el cinturón rojo de Barcelona se fuese convirtiendo en rosa, para terminar siendo cuatribarrado. El movimiento nacional catalán sabe desde hace tiempo que la balanza se inclinaría a su favor el día que esos pueblos, con abrumadora mayoría de castellanohablantes, dejasen de votar en clave española. En las autonómicas el plan abstencionista funcionó a la perfección en tiempos de Pujol. Se alteró ligeramente con la irrupción de C's, pero apenas cambió puesto que desde 1979 el municipalismo de izquierdas, primero psuquero y después socialista, siempre estuvo entregado a las consignas del dogma normalizador, tanto lingüístico como ideológico. El mejor premio a esta complicidad se simbolizó con el nombramiento del que fuera alcalde de Cornellà, el cordobés José(p) Montilla como presidente de la Generalitat, y las condecoraciones a la onubense Manuela de Madre, alcaldesa de Santa Coloma durante la década de los noventa y catalana del año en 2002. Son sólo un par de ejemplos entre centenares.
La Cataluña endins ya estaba ganada desde el carlismo. Iba a ser en las poblaciones del antiguo cinturón rojo donde se iba a dirimir el final del procés
El oasis de los ochenta y los noventa fueron años de confluencia idílica para la clase dirigente. A la burguesía catalanista, franquista o no, se le sumaron los líderes obreristas, antifranquistas reconvertidos en sumisos neocatalanistas. Todo empezó a cambiar, como aventuró aquel catedrático de secundaria, a comienzos del siglo XXI cuando desembarcaron mis hijos en el escenario político, primero como votantes después como agentes. Ya nada pudo ser lo mismo cuando esos jóvenes normalizados en la cosmovisión nacionalcatalana, hijos o nietos de inmigrantes, y aleccionados por un sistema educativo hispanófobo comenzaron a cuatribarrar el cinturón rosa con tonos cada vez más estelados. Y mientras, los gobiernos socialistas y populares en Madrid seguían contando nubes o veían llover. Después de todo lo que habían consentido al régimen pujolista desde 1980, sólo a un españolista desubicado se le pudo ocurrir llevar el nuevo Estatut aprobado en referéndum al Constitucional. Era cuestión de paciencia, el objetivo final de alcanzar una mayoría aplastante parlamentaria (2/3 de los diputados) estaba cada vez cercano.
La Cataluña endins ya estaba ganada desde el carlismo. Iba a ser en las poblaciones del antiguo cinturón rojo donde se iba a dirimir el final del procés. No se trataba de sumar para la causa a conversos o charnegos, sino de promover la interiorización desde la más tierna infancia de la cosmovisión identitaria como Verdad única y revelada. Nadie está obligado a condicionar su presente por las vivencias o ideologías de sus antepasados más inmediatos. Aunque a todos, a los nietos de inmigrantes catellanohablantes y a los hijos o nietos con un apellido catalán de viejo abolengo, les une la invención de un mismo imaginario antifranquista, unos por ser herederos de descamisados otros por serlo de colonizados. Y tan hiperventilados estaban que se creyeron que ya habían llegado a Ítaca. Como el viento les había sido muy favorable en los últimos años intentaron desembarcar, y esas prisas han hecho fracasar la paciencia de tantos años de construcción nacional. Los fanáticos cachorros del catalanismo creían que ya estaban en la orilla y el miércoles se hundieron en el cieno de sus propias heces.
Los fanáticos cachorros del catalanismo creían que ya estaban en la orilla y el miércoles se hundieron en el cieno de sus propias heces
Visto lo visto, ya solo les queda la esperanza de que el último empujón para vencer en el cinturón barcelonés lo den los líderes comuneros de Podemos, aunque voten no, su participación legitima el golpe. A final de la vergonzante sesión totalitaria del 6 de septiembre, se lo insinuó Anna Gabriel a Albano Dante: le cedo mi tiempo de réplica, compañero. Y Fachín picó: Nos vemos el 1-O. La molletense podemita Martínez Castells remató la faena con la retirada de banderas españolas para entregárselas a un amigo cupaire. Su gesto recordó el entreguismo del PSUC y del PCC al nacionalcatalanismo y rememoró la traición que esos pijos obreristas hicieron a todos los que habían luchado en el tardofranquismo por la democracia y contra la explotación de centenares miles de inmigrantes castellanohablantes, tratados como ciudadanos de segunda desde los tiempos de la rojigualda del águila hasta los actuales de la senyera estelada. Y después de todo lo sufrido, vueltas que da la vida, el fracaso o el éxito de la independencia están en manos de sus nietos. Ellos verán.