En el Museo del Prado (salas A, B y C del edificio Jerónimos) pueden admirarse más de doscientas obras pertenecientes a la Hispanic Society of America, institución de Nueva York creada por Archer Milton Huntington (1870-1955) en 1904 para la divulgación y estudio de la cultura española en Estados Unidos de América. El comisario de la exposición es Mitchell A. Codding. La misma incluye tesoros extraordinarios de la Hispanic Society (pinturas, esculturas, piezas arqueológicas y manuscritos y documentos varios de la biblioteca de aquella institución) que se han podido traer a España porque la sede que las custodia habitualmente está ahora cerrada por obras (lo estará hasta 2019).
No subrayaré aquí y ahora el placer que significa contemplar los retratos del Conde-Duque de Olivares o lo que se ha convertido en todo un símbolo de la exposición, el retrato de la duquesa de Alba, de Goya (esta obra sólo había salido dos veces de Estados Unidos), ni encareceré el interés por las exquisiteces que la muestra ofrece. Quiero, en cambio al hilo de la exposición reflexionar sobre lo que ha significado la Hispanic Society y el hispanismo norteamericano en nuestro país.
Huntington, el padre fundador de la Hispanic Society el 18 de mayo de 1904, fue, ante todo, un multimillonario, hijo del fundador de la gran compañía de ferrocarriles norteamericana, así como de uno de los más famosos astilleros. Desde que viajó a México a los 15 años se apasionó por lo hispánico. Su primer viaje a España fue en 1892 y desde entonces compró infinidad de obras de arte, desde cuadros de El Greco o Zurbarán hasta Zuloaga, Sorolla o Rusiñol, así como coleccionó ediciones singulares de obras de la literatura española desde el Tirant hasta el Quijote.
Curiosamente cuando Huntington fundó la Hispanic Society a la que legó sus colecciones personales, Estados Unidos acababa de derrotar a España estrepitosamente en el marco de la independencia cubana y filipina. En 1898 y tras la nunca aclarada explosión del Maine en La Habana (la prensa sensacionalista de William Randolph Hearst se encargó de adjudicar la culpa de la misma a España), nuestro país en los acuerdos de diciembre de ese año acordó la independencia de Cuba y la cesión a Estados Unidos de Filipinas, Puerto Rico y Guam. Las Filipinas se resistirían al nuevo colonialismo norteamericano, lo que generó una guerra de tres años que provocó más de un millón de muertos filipinos. Estados Unidos concedería autogobierno limitado a Filipinas en 1907 y la independencia no llegaría hasta 1946.
Hispanismo sin prejuicios ideológicos
Huntington vivió la peripecia de la guerra pero sin dejar de viajar a España, que le reconoció sus méritos, muy pronto, nombrándolo hijo adoptivo de Sevilla, Académico de Buenas Letras de esta ciudad, doctor honoris causa en la Universidad Complutense y correspondiente de la Real Academia de la Historia. Huntington representó como nadie el hispanismo norteamericano que nunca fue fruto del interés redentorista de la "pobre sociedad española" que tuvo el hispanismo francés muy contaminado de solidaridad con los exiliados, tan abundantes, tristemente, ya desde el siglo XVIII, ni respondió a la tradición puritana protestante que se interesó por España en tanto que alteridad católica y latina como fue el caso del hispanismo británico.
El hispanismo norteamericano vio a España sin prejuicios ideológicos como el país que nunca había sabido reconocer sus propias glorias, el país que había descubierto América sin saber quién era él mismo, el país, en definitiva, que necesitaba ser descubierto por los americanos. Antes que Huntington se habían dedicado a esa operación de descubrimiento Washington Irving, enamorado de Andalucía y que vivió en la propia Alhambra granadina; William Prescott, un extraño ciego que supo ver los reinados de Felipe II y los de los Reyes Católicos con mirada de admiración; Georges Ticknor, un filólogo que fue capaz de escribir una historia de la cultura española en 1849 que nadie en España había sabido hacer; Henry Charles Lea, un protestante, íntimo amigo, paradójicamente, de Menéndez Pelayo, que escribió una monumental historia de la Inquisición española (1906-1907) que no se tradujo al español hasta 1982 porque se decía en los medios académicos que un protestante tenía que tener una visión sesgadamente negativa de la Inquisición...
Luego llegó Huntington y compró muchos tesoros de la vieja España, seguro que a bajo precio. Hoy los españoles podemos ver algunas de las joyas de esa colección. Disfrutémoslas, ante todo, y pensemos en si se habrían conservado tales piezas en España como lo han hecho en Nueva York, si pudo contar en la creación de la Hispanic Society una mala conciencia americana por la forma en que España había perdido sus últimas colonias, si sigue pesando en la mentalidad española la perplejidad del indígena que es descubierto por el foráneo sin acabar de entender tanto interés ajeno por lo propio.