La historia es un continuo revisionismo. Los historiadores nos dedicamos al ejercicio penelopiano de hacer y deshacer los relatos del pasado. Ciertamente ha habido muchos intentos de despegarse del método o de los objetivos de la historia clásica para aplicarse los propios historiadores, a sí mismos, con propósito narcisista, el término de la nueva historia. Empezaron en los años 60 del siglo XX los historiadores económicos con Fogel a la cabeza que pusieron en la palestra la NEH, la Nueva Historia Económica, con patente autosatisfacción respecto a la vieja historia económica puramente cuantitativa. Le siguió en los años 70 (concretamente en 1978) Le Goff, al frente de la tercera generación de Annales que elaboró el catecismo doctrinario de la historiografía francesa bautizándolo pomposamente como la Nueva Historia. El afán de sublimar lo nuevo ha alcanzado hasta a los pseudohistoriadores catalanes Jordi Bilbeny, Albert Codines, Pep Mayolas, Víctor Cucurull... que bautizaron en el año 2013 su escisión de la Fundació d'Estudis Històrics de Catalunya como el Institut Nova Història.
La ansiedad de estos "nuevos historiadores" radica en replantearse de arriba abajo la historia de Cataluña presuntamente falsificada por la historia oficial castellana, que desde, al menos, el siglo XV habría supuestamente buscado ningunear la historia de Cataluña negándole la presunta identidad catalana a personajes como Cristóbal Colón, Bartolomé de las Casas, Cervantes, Teresa de Jesús, Erasmo de Rotterdam... No hay personaje que resista su voracidad fagocitadora. Los apóstoles de la Nova Història catalana quieren redimir a Cataluña del escaso bagaje cultural que suponen sus siglos de decadencia (XVI y XVII) echando mano de todas las figuras del horizonte castellano y europeo para capitalizarlas y hacerlas suyas.
No me interesaría este fenómeno si se tratase de pintorescas tesis que exprimen la imaginación e inventan historias alternativas absurdas y en ocasiones ingeniosas. En la historia no han faltado tesis extravagantes de presuntos historiadores ávidos de atención mediática. La última que recuerdo es la que viene defendiendo un profesor universitario que atribuye la autoría del Quijote a Luis Vives. Lo que me inquieta es que el delirio de la pseudohistoria tiene proyección mediática en la Cataluña actual y absorbe subvención económica por parte del Gobierno catalán que no está precisamente para permitirse lujos. El Institut Nova Història fue premiado con el XIX Premio Nacional President Lluís Companys entregado por Esquerra Republicana de Catalunya "por su labor de investigación, estudio y divulgación de la historia de Cataluña con un carácter iconoclasta e innovador explotando al máximo las posibilidades de interacción, participación e internacionalización de los estudios por su compromiso con el conocimiento de la historia de Cataluña" y apoyado por toda la inteligencia del proceso independentista desde Isabel-Clara Simó a Toni Strubell. Hasta este momento, que yo sepa, el historiador Oriol Junqueras no se ha pronunciado acerca de las singulares tesis de la Nova Història. No estaría mal que algún día dijera lo que piensa al respecto.
El sueño de la razón
Estos nuevos historiadores recorren toda la geografía catalana predicando sus delirantes interpretaciones con el aplauso enfervorizado de sus seguidores absolutamente convencidos de que la nómina de catalanes ilustres es mucho mayor de la que creíamos y que, desde luego, entre los muchos robos que hay que atribuir al Estado está el de la apropiación injusta de grandes personajes históricos de los siglos XVI y XVII. La Nova Història obviamente no es historia. Es puro delirium tremens del imaginario, una explosión surrealista de afirmaciones alucinógenas y alucinantes. Lo llamativo del caso es que la etiqueta de Nova Història genera clientela en un momento histórico ciertamente en el que parece institucionalizado el sueño de la razón, el desparrame del imaginario, con las fugas hacia adelante en busca de futuros arcádicos o con las fugas hacia atrás en busca de glorias presuntamente arrebatadas que permitan legitimar el ansiado Estado catalán.
Lo que llama la atención de la Nova Història ya no es la absurda serie de invenciones que comporta, sino que se vende el producto, a todas luces, adulterado y falsificado con argumentos infantiles como el fruto paradójicamente de la épica lucha contra las supuestas falsificaciones que ha sufrido la historia de Cataluña por parte del enemigo estatal. Como en la tradición histórica catalana hay no pocas falsificaciones autónomas (desde la invención del Otger Cataló a la falsa crónica de Boades, presuntamente del siglo XV y que se inventó Gaspar Roig Jalpí a finales del siglo XVII), me permito sugerir que con la vocación desveladora de mentiras y mitos que les caracterizan empiecen por poner luz en las manipulaciones y distorsiones de la historia de Cataluña. Así la buena voluntad revisionista de la nueva historia catalana le daría un sentido a la palabra nova y nos permitiría, de paso, poner un poco de sensatez en la construcción-destrucción del pasado. La historia como ciencia no se merece caer tan bajo.