Es un silogismo erróneo vincular el pesimismo y el dramatismo sobre España con el reconocimiento de que hay una leyenda negra, hecho excepcional en Europa, y el optimismo con la negación de su existencia. Imperiofobia y leyenda negra se escribe justamente para sacar la leyenda negra del pozo de la excepcionalidad que es mala compañera si se quiere entender un fenómeno cualquiera. Precisamente resulta un tanto contradictorio en la amable reseña del profesor Ricardo García Cárcel publicada en Crónica Global el pasado día 4 manifestarse contra la excepcionalidad y al mismo tiempo expresar gran preocupación por "lo poco que hemos avanzado en el ámbito de la pretendida normalización española respecto a Europa". Porque si hay que normalizarse es que no se es normal. Aquí discrepo. Lo europeo no me parece lo normal y lo español la anomalía, ni creo que Europa constituya ninguna norma de conducta moral y social suprema a la que haya que ajustarse para mejorar.
Leo que "hoy mal que le pese a Roca Barea no es posible citar a ningún historiador actual europeo o americano, con crédito científico, que participe de las fantasmadas de la leyenda negra. ¿Quién puede admitir las cifras de la represión inquisitorial que en su momento aportaron los martirologios protestantes?". Muchas veces en mi trabajo señalo que tal o cual opinión típica de la leyenda negra carecen ya de todo prestigio en ámbitos académicos. No me pesa. Al contrario, mi libro se basa en el trabajo de estos tenaces investigadores --entre ellos, el profesor García Cárcel-- que han desmentido las exageraciones de la propaganda. Pero que algunos profesores sepan ciertas verdades no implica que éstas hayan calado algo la opinión pública, y la leyenda negra es, ante todo, opinión pública. Es más, estas verdades ya sancionadas por la investigación no han podido ni siquiera abrirse camino en el estamento culto y universitario.
En 2009 se publica en España el libro de Karen Armstrong, flamante Premio Príncipe de Asturias, titulado Los orígenes del fundamentalismo en el judaísmo, el cristianismo y el islam. Armstrong sitúa el origen del fundamentalismo cristiano en los Reyes Católicos (¿y por qué no en la Inglaterra isabelina o la Alemania luterana?) y hace afirmaciones como esta: "Durante los doce primeros años de su existencia el Tribunal de la Inquisición condenó a muerte a unos trece mil conversos" (pág. 38). El profesor García Cárcel y algunos expertos más saben que esto no es verdad pero no parece que ello haya servido de mucho ni siquiera a los eruditos laureados. Y eso sí me pesa y no sirve de nada negar la evidencia.
Una crisis de 500 años
En plena crisis de la deuda en junio de 2012 el periódico alemán Süddeutsche Zeitung comentaba los problemas financieros españoles con un artículo titulado España: una crisis de 500 años, y allí se explicaba que el siglo XX en nuestro país era "una vuelta a la Inquisición". No parece, por lo tanto, que sea un dramatismo "victimista" considerar que las mentiras propagandísticas de la leyenda negra siguen tan vivas como siempre. Ese adjetivo que me molesta profundamente: victimista. Reconocer la vigencia de la leyenda negra no es victimismo, es mirar de frente la realidad y, como diría Ortega, hacerse cargo de ella.
La leyenda negra es una realidad histórica de múltiples aristas, unas van hacia el pasado y otras hacia el futuro. Porque, como bien señala el profesor García Cárcel, todo este asunto tiene que ver con la existencia misma de España, de manera que la reivindicación del pasado no es más que una reivindicación del futuro. Porque si España es el nombre de una anomalía, de una atrocidad histórica de la que hay que avergonzarse, entonces no merece la pena luchar por ella. Es un engendro que cuanto antes se desmantele y desaparezca, mejor. Por eso la leyenda negra es la capa en la que se envuelven todas las tendencias disgregadoras que pululan a sus anchas por nuestro, todavía, país.
Son muchos los asuntos pero dispongo de poco espacio: "La erosión del sistema, desde dentro, de determinadas élites intelectuales como los conversos que nunca se identificaron con el nacionalcatolicismo identitario". No entiendo por qué, ya que no parece que lo nacional-anglicano, lo nacional-luterano o lo nacional-calvinista hayan sido causa en los territorios respectivos de grandes quebrantos identitarios. Habrá que buscar las causas en otro sitio.
Acabaré comentando otra palabra, acusar: "Acusa de presuntos negacionistas". El adjetivo "presunto" tiene también unas connotaciones judiciales a todas luces excesivas en este contexto. No acuso de nada al profesor García Cárcel, cuyo trabajo admiro y respeto. Simplemente discrepo de él. Discrepar, querido profesor, no es acusar.