Se ha escrito, con razón, que la envidia de los mediocres y el juego sucio de los mafiosos ha hecho mucho daño a la vida universitaria. Y muchos ciudadanos aún se preguntan cómo es posible que la gran mayoría de los historiadores de la academia catalana no se haya posicionado públicamente ante la constante divulgación del disparate como argumento histórico.

¿Por qué han permitido que la realidad histórica se fabrique a gusto del consumidor? Pero, ¿es la demanda la que crea la oferta? Es decir, ante la explosión identitarista y su merchandising, el discurso historicista nacionalcatalán --en el formato que sea-- se ha limitado a ofrecer al público soberanista productos contrastados para alimentar la identidad.

¿Cuántos historiadores se han preguntado por la cantidad y la calidad de los muchos catalanes que ganaron las tres guerras, en 1652, en 1714 o en 1939?

Cabe otra reflexión, ¿es la oferta la que ha creado la demanda? Todo apunta que ha sido así. Sin embargo, después de más de treinta años de normalización identitaria en todos los niveles educativos, ahora estaría funcionando la retroalimentación entre la oferta y la demanda. Pero, ¿los historiadores universitarios han ejercido éticamente su profesión? ¿Han mirado para otro lado o han sido cómplices durante todos esos años y lo siguen siendo en la actualidad?

Pongamos un ejemplo, Josep Fontana y su celebrado y difundido último libro: La formació d’una identitat. Una història de Catalunya, publicado en 2014 y reeditado en numerosas ocasiones desde entonces. Muy pocos pueden dudar del excelente magisterio de Fontana ni de la calidad de su producción historiográfica, ni en Cataluña ni en el resto de España ni en Latinoamérica, donde se cuentan por miles los seguidores de su discurso marxista en castellano. ¿Habrán leído su producción en catalán?

Cito la conclusión del aclamado libro sobre la identidad de los catalanes: "D'un sentiment que ha perdurat en el temps i que ha arribat en plena vigència al present, havent resistit cinc-cents anys d’esforços d’assimilació, amb tres guerres perdudes --el 1652, el 1714 i el 1939--, sotmès a unes llargues campanyes de repressió social i cultural, que encara duren avui". ¿Cuántos historiadores se han preguntado por la cantidad y la calidad de los muchos catalanes que ganaron las tres guerras, en 1652, en 1714 o en 1939?

¿Quinientos años de resistencia a esfuerzos de asimilación? ¡Qué agotamiento para unos y otros!

¿Quinientos años de resistencia a esfuerzos de asimilación? ¡Qué agotamiento para unos y otros! Pero, ¿esa fracasada asimilación ha sido cultural, genética, piscológica, lingüística o fonética? Seguramente, todas. Y qué decir sobre la represión actual por ser catalán. Recordaba Hobsbawm que, cuando se construye una "supuesta identidad con un pasado mal comprendido y a menudo inventado", es necesario releer a Marx: "La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos".

Decía Graham Greene que él no era un escritor católico, sino un escritor que, además, era católico. Cuando se confunde sentimiento y profesión, la conclusión resultante tiene más de dogma historicista que de reflexión historiográfica. Y ya se sabe que el Papa es infalible, otro dogma que sigue celebrando la parroquia académica. Así nos va.