Ricardo de Querol (Madrid, 1968), es subdirector de El País. Atesora una larga trayectoria en medios de comunicación, desde un lejano ya 1988. Acaba de publicar La gran fragmentación, en la editorial Arpa, donde da cuenta de los peligros, y también de las esperanzas que plantea la nueva era digital. De Querol entiende que hay motivos para la preocupación. Habla con celeridad, pero precisando cada vocablo, cada expresión. Quiere ofrecer optismismo, porque entiende que todo dependerá de la capacidad de cada ciudadano para tomar decisiones que no lo dejen como un mero sujeto pasivo de las plataformas y de las redes sociales. "Nos polarizan para que consumamos más contenidos, pero debemos resistir", señala en esta entrevista con Letra Global.

--Pregunta: Con los avances de todo tipo, y la cierta angustia que genera en muchos colectivos y generaciones más mayores, ¿sería el momento de una moratoria digital?

--Respuesta: Es verdad que hay gente que lo pide, que dice que hasta aquí hemos llegado, que no pueden seguir todos los avances que se producen, que les afeca en su vida, y que tal vez vamos demasiado rápido. No creo, sin embargo, que podamos frenar la innovación y que se paren nuevas cosas. Y sería, además, un error hacerlo. Mi percepción es que, como sociedad, aprenderemos a resistirnos al secuestro de nuestra atención por parte de los gigantes digitales. Creo que ese es el asunto, y que aprenderemos a hacer un uso más responsable de todo lo relacionado con lo digital, de las redes sociales o de las aplicaciones. Debemos saber que el negocio de esas empresas se basa en captar la atención a través de estímulos permanentes. Y todo ello en paralelo, espero, a que los legisladores y los tribunales pongan coto a muchos de los abusos que cometen esas supercorporaciones. Quiero esclarecer, en todo caso, que yo soy un usuario intensivo de la tecnología. Pero debemos aprender a hacer un uso responsable de ella que no nos obligue ni a regalar nuestra intimidad ni a quedar en una posición de sumisión ante esos intereses, y, al mismo tiempo, nos resistiremos a una ola de furia que, a menudo, recorrre las redes sociales. Nos polarizan, buscan que nos enfademos, para que consumamos más contenidos, pero debemos resistir.

--¿Estamos sufriendo esa polarización en lo que podríamos llamar como la vida real?

--Sí, es lo que está ocurriendo. Se han borrado un poco las barreras entre la vida virtual y la vida real, porque los datos que compartes con las empresas que te dan servicios se refieren a tu vida real y estás geolocalizado, saben quiénes son tus amigos, tus contactos del teléfono, todo. Pasamos más tiempo en una pantalla y ese tiempo se lo estamos robando al contacto humano con los demás.

--¿Y eso impide tener contacto con gente que piense distinto a ti?

--Sí, sí, para mí es uno de los problemas más serios de la forma en que son manejadas las redes sociales, porque te alimenta tu burbujita, te rodea de gente muy afín a ti y en la vida real no es así. Yo cito al sociólogo Bauman. Él decía es que en la vida real tú te vas a encontrar con gente que no comparte tus valores, que no comparte tu modo de vida y tienes que interactuar con él y llegar a soluciones de convivencia con él. Y eso no está pasando en las redes, donde hay una tendencia a alimentar tus prejuicios y las redes sociales hacen negocio también cuando te enfadas, cuando se genera división social, porque eso aumenta, --eso está muy estudiado--, el tiempo de consumo. Te lleva a consumir más contenidos del mismo tipo, con unos algoritmos entrenados para hacer eso. Es lo que he venido a decir como la gran fragmentación, que rompe consensos sociales. Se ha roto la creencia en un relato único compartido y se alienta el extremismo de todo signo y ahí ha habido intereses empresariales, pero también intereses políticos de países o estados o grupos para-estatales interesados en alentar la polarización en las sociedades occidentales.

Ricardo de Querol, autor de 'La gran fragmentación' / MOEH ATITAR

--¿Eso se puede conectar con un hecho político, con lo que sucedió en los años ochenta? ¿Las consecuencuas de la revolución neoliberal individualista la vemos ahora?

--Vivimos un tiempo de fuerte individualismo. Pero es una característica de la edad moderna que se acrecienta antes de que internet irrumpa en nuestras vidas. Es producto de los años 80, de la revolución conservadora, de Reagan y Thatcher. Desde aquellos años se observa un freno en la redistribución, que era uno de los valores centrales del mundo de posguerra, con el estado social y el estado de bienestar. Se observa un aumento galopante de la desigualdad, que provoca que la mayor parte del crecimiento económico enriquezca sólo a una élite. Es el discurso del 1% contra el 99%. Por otro lado, ha favorecido la precariedad en el empleo que afecta en particular a los jóvenes y que ha llevado a que sientan poco aprecio por el sistema, a que se sientan maltratados y se extienda esta idea de que los hijos van a vivir peor que sus padres, que me parece muy peligroso y corrosivo para la cohesión social. De eso no se ha sido consciente, porque se pensó solo en términos económicos. Lo que pasó en los 80 es que en ese momento empieza la política a polarizarse y luego las redes sociales no han hecho más que acrecentar esa tendencia a acelerarla e impulsarla e introducirle más combustible a esa tendencia, pero ya había una cierta tendencia a la polarización y las plataformas digitales no han hecho más que agravar la precarización laboral.

--¿Y con posterioridad?

--La crisis de 2008 y todas las crisis que han venido detrás, con la pandemia del Covid, y la guerra de Ucrania, y ahora con la hiperinflación, todos esos fenómenos no han hecho más que ensombrecer las perspectivas.

--Los 90, en cambio, estuvieron marcados por el optimismo.

--Hubo mucho desarrollo tecnológico y yo creo que sí, que fue la última década optimista, que se acaba con los atentados del 11S de 2001 y a partir de ahí la guerra de Irak. Entramos en un escenario mucho más complicado y la ilusión que teníamos en los 90 por Internet, que era algo fascinante, y que lo sigue siendo, se ha convertido en un pesimismo que yo creo que también es algo exagerado.

--¿Por qué?

--Se ha perdido la fe en el progreso, hemos dejado de creer que cada generación vivirá mejor que la anterior y eso es muy peligroso. Pero yo todavía creo que la ciencia y la tecnología permitirán nuevos avances que nos beneficiarán. La cuestión importante es que nos beneficien a todos, que no beneficien sólo a una pequeña élite, que yo creo que es el mayor riesgo que corremos.

Un grupo de afines a Donald Trump durante el asalto al Capitolio / LEV RADIN – EUROPA PRESS

--¿Qué es primero, sin embargo, la división social, o la voluntad de establecer nichos, como ocurrió, al principio, con emisoras de radio dedicadas a una música concreta? Es decir, cómo influye esa voluntad de establecer targets concretos, por parte de los medios, en la política, que ha acabado más fragmentada que antes y que dificulta llegar a consensos?

--Lo ha podido favorecer, pero no es el único ingrediente. Hemos citado las crisis y una polarización que se produce con anterioridad. Pero está claro que ha habido una fragmentación de la sociedad, de la cultura y particularmente de la política, que se ha vuelto más tribalista, con nuevos partidos, muchos de ellos de corte populista o extremista. Y, además, han llegado líderes populistas a partidos tradicionales. Lo hemos visto con Trump, que ha fagocitado lo que era un partido clásico, con un estilo despótico y autoritario. Pensábamos que la democracia iba a avanzar en todo el mundo, en los años 90, con la caída del muro de Berlín. Y no ha sido así. Se ha demostrado que puede haber un tecnocapitalismo tan avanzado como el chino, que sigue siendo una dictadura férrea, y que ha encontrado en la tecnología nuevas herramientas para controlar a sus ciudadanos. En todo caso, y esa es mi visión, creo que la censura se ha debilitado en los países autoritarios. La gente tiene acceso a Internet o accede a mucha más información de la que accedía en las generaciones anteriores que no podían escapar de la propaganda oficial.

--¿Pero?

--También esos regímenes, es cierto, controlan a los disidentes a través de lo que ellos mismos hacen en redes sociales o a través de sistemas de videovigilancia masiva, como los que tiene China, que es una cosa sin igual en el mundo. Y vemos, también, que cuando esos sistemas retroceden en algún país, avanzan en otros. Cae Trump, pero sube Meloni. Cae Bolsonaro, pero aparece Bukele en El Salvador.

--¿Por qué se debilita la democracia, al margen de la importancia que tiene esa fragmentación?

--Estamos en un escenario en que la democracia, efectivamente, se debilita, pero para mí un factor decisivo es el aumento de la desigualdad y la precariedad laboral, que provocan una desafección en el sistema.

--¿El motivo económico es el esencial?

--Es esencial, porque cuando la gente ve las perspectivas futuras oscuras, se desengaña de las instituciones. Podríamos decir que pierden prestigio las instituciones políticas, pero también las universidades, los medios de comunicación, todas las instituciones, incluidas las mediadoras por las que fluía el discurso público y que orientaban a la sociedad. Todas han resultado debilitadas por esta gran fragmentación, que, en gran parte, es la fragmentación de las audiencias, tanto respecto al público de los partidos políticos, como a las audiencias de los medios de comunicación.

--¿Hemos perdido, respecto a lo que teníamos?

--Quisiera evitar un punto de nostalgia por ese mundo en el que todo el mundo consumía las mismas películas, las mismas series de televisión o los mismos programas, o leía los mismos libros. Ese mundo ya no existe y no va a volver y en buena parte ha sido liberador. Porque hoy hay más opciones que nunca para informarse, para entretenerse, para conectar con gente. Por otro lado, se han roto los consensos básicos en los que se edificaban las sociedades occidentales.

--Por tanto, si uno dispone de tantos mundos distintos, ¿es imposible llegar a consensos? ¿Es ese el problema?

--Tu ves unas determinadas cosas y nadie sabe lo que lee el otro. Es tan distinto que puede haber mundos paralelos. Frente a la vieja televisión que se veía en familia, o el cine al que se solía ir con amigos, hoy cada uno ve su propia pantalla. Eso lleva a que en el espacio público haya un retroceso, porque la gente que está en la calle no habla con el de al lado. Uno va con sus auriculares, o va pendiente de su teléfono móvil. El sentido de comunidad se ha debilitado y, probablemente, se venga debilitando desde hace mucho tiempo. Han surgido entidades más pequeñas o causas más pequeñas. Pero una de las causas por la que no compartimos el mismo relato sobre lo que está pasando guarda relación con una de las claves del periodismo, uno de sus puntos fundamentales, y es que los hechos son sagrados y las opiniones son libres. Puedes opinar diferente, pero debemos partir de la creencia de un mismo relato sobre lo que ha pasado. Y eso se complica con la proliferación de una industria muy profesional de las mentiras. No es tanto que las mentiras sean creíbles como que provoquen confusión y que la gente no se crea nada y eso provoca, claro, desafecto con el sistema democrático, con la economía de mercado y con todos los elementos que cohesionaban una sociedad.

--¿Se da por descontado que no hay jerarquías a la hora de elegir las fuentes de información?

--Eso ha sucedido, sí, y lo peor es que propicia la opinión por delante de la información. Ese mundo de consumo rápido de redes sociales lleva a la gente a posicionarse antes de informarse y probablemente las opiniones más fundadas son del que antes se ha informado bien de ese asunto y se ha documentado. Sí, hay, claro, ese efecto de pérdida de autoridad de las fuentes que responde a este descrédito de todas las instituciones.

--¿Tendrá más credibilidad, o le irá mejor al medio local?

--Los medios locales están pasando dificultades y eso es muy malo para la sociedad democrática. Hay estudios que demuestran que en los lugares en Estados Unidos donde perdieron grandes periódicos locales de referencia la administración pública es menos eficiente y más corrupta. Se siente menos fiscalizada. Se ha producido un drama en la prensa local. Ha habido una fuga de la publicidad a otros soportes digitales, pero no necesariamente a las ediciones digitales de los periódicos, sino a otros como redes sociales o buscadores. Y todo ello en el transcurso de la irrupción de los telefónos inteligentes, que representan el mayor cambio que ha habido en siglos en la forma de consumir información desde que nacen los grandes periódicos. Sin embargo, los grandes medios han sabido transformarse y realizar una oferta atractiva con las sucripciones de pago. Este modelo para mí es muy positivo. Primero, porque el buen periodismo no es gratis y está bien que el consumidor elija sus medios de confianza y se abone a ellos. Y, segundo, porque hace más independientes a los medios, que se sienten forzados a invertir en la calidad de su contenido. Aquellos medios que consiguen que su primera fuente de ingresos sean los suscriptores tienen mucho ganado respecto a su solidez, en su viabilidad y en su independencia porque estarán menos sometidos a presiones externas. Ahora bien, ese modelo sirve para medios grandes o para medios muy especializados e imprescindibles. La prensa económica fue pionera en esto, pero la prensa local tiene más difícil alcanzar volúmenes de suscripción que sostengan sus redacciones y siguen siendo más dependientes de la publicidad y de las tiradas de papel.

--¿Pero el interés del ciudadano, dónde se centrará?

--Son tan necesarios los grandes medios como los medios locales para una sociedad democrática. En todo caso, el interés del consumidor o del ciudadano estará más en lo local, en lo que pasa en su inmediatez. Mucha gente habla del fenómeno local, que es tener mentalidad global. Es decir, estar enterado, ser cosmopolita, saber lo que pasa en el mundo, pero actuar principalmente en tu escala más cercana. Por otro lado, vivimos un tiempo de desglobalización. La globalización, que parece un fenómeno imparable, se está convirtiendo en una globalización fragmentada, en una globalización de zonas más que de todo el mundo, principalmente por la inestabilidad geopolítica derivada de la guerra de Ucrania, y de la tensión con China.

--¿Hay que hacer caso a Harari, cuando señala que si tienes datos, para qué quieres votos?

--A ver, es que los sueños de una democracia directa, que surgieron cuando dio sus primeros pasos Internet…Hubo un sueño libertario de democracia directa, pero al final no hemos conocido nada mejor que la democracia representativa. Pero hay una tendencia que han alentado los gigantes tecnológicos con sus estrategias que es el cesarismo, los liderazgos fuertes. Se acelera todo por la irrupción de las tecnologías, pero también por una mentalidad casi autoritaria de los líderes que dicen que ellos sólo responden ante el pueblo. Y es cierto que hay un sueño tecnoutópico, superloco, que se basa en una inteligencia artificial que puede tomar decisiones políticas. Me parece un completo disparate, aunque no creo que lo lleguemos a ver. En Europa se ha regulado más, con más firmeza, sobre la protección de datos. Y países como China, que no son tan respetuosos con la realidad de sus ciudadanos, van a tener ventajas para recopilar datos de ADN con usos científicos, por ejemplo. En China el uso masivo de tecnología puede ser una herramienta esencial de control social para el régimen.

--¿Y qué sucede con las redes sociales y los jóvenes?

--Las redes sociales se manejan por algoritmos que no entendemos y que promueven ciertos contenidos u otros principalmente bajo criterios de rentabilidad económica, de captar mejor la atención de los usuarios de cualquier manera. Se ha hablado mucho últimamente de las redes sociales, con Instagram y la salud mental de los adolescentes y este es un problema que va a ir a más. Hay informes internos de META que reconocen estos problemas de salud mental, que, en parte, están provocados por el narcisismo y el exhibicionismo, por la necesidad que se genera para verse estupenda o estupendo en las fotos que subes.

--Por tanto, pese al optimismo que expresaba antes, aquí habrá que proteger más a determinados colectivos, como los más jóvenes.

--Sí, va a ser inevitable controlar los contenidos que pueden consumir. La legislación y la acción de los tribunales pueden poner coto a bastantes abusos que se están cometiendo.  

--¿Optimismo, entonces, pese a todo?

--Tenemos acceso a un conocimiento más grande que el que recopiló la biblioteca de Alejandría en el mundo antiguo. El que tenga curiosidad intelectual, tiene infinitas vías para saciarla, y el que quiere información seria, la sabe encontrar. Será muy importante educar a la gente, para que sepa diferenciar fuentes fiables de las que no lo son. Pero eso siempre ha sido importante, siempre ha existido la mentira y la manipulación. No podemos rendirnos al desánimo en un momento en el que la tecnología también nos va a ofrecer oportunidades, porque sigue teniendo algo liberador. Un chino sigue teniendo acceso a mucha más información de la que su padre tuvo en tiempos de Mao.