“Adios director”. Así se despidió hace unos días el diario italiano La Repubblica de su fundador y director durante dos décadas, Eugenio Scalfari, exhibiendo en su portada este momento de emoción contenida. Su muerte, el pasado día siete de julio en Roma, deja un vacío insalvable en la vida pública de su país. Scalfari ha sido un protagonista absoluto de la historia del periodismo en la Italia de posguerra y de la segunda mitad del siglo pasado. “La claridad de su prosa, la profundidad de sus análisis y la valentía de sus ideas acompañaron a los italianos durante más de setenta años e hicieron de sus editoriales una lectura esencial para cualquiera que quisiera entender la política y la economía”, en palabras de Mario Draghi.
Scalfari ha sido también un gran descreído, pero tocado por el misterio. Tras su elección a la cátedra de San Pedro, el Papa Francisco mantuvo correspondencia con el periodista; ambos pusieron un acento especial en una conversación sobre la relación entre fe y laicismo, publicada en 2013 en un volumen editado por Einaudi. Un diálogo, entre la cabeza visible de la Iglesia y “el amigo laico”, como Francisco llamaba a Scalfari, el intelectual que fundó el Expresso en los años sesenta y creó el diario La Reppublica en 1976, en medio de la década difícil de las Brigadas Rojas, el Potere Operaio, el affaire Feltrinelli, el terrorismo ultra y las implicaciones de la Democracia Cristiana en los entramados de la mafia napolitana y la camorra calabresa.
Los artículos de dos gigantes
Fue el decenio del Sorpasso y el inicio de un largo camino hasta correr el velo de la Tangentópolis, la etapa en la que redescubrimos el crimen político, el asesinato de fiscales y Jueces y las implicaciones de la alta magistratura en un país herido en su división de poderes y en aparente descomposición. Pero en medio del caos, Italia siempre resurge. Europa se acostumbró entonces a la nación transalpina, volcán de las ideologías perdidas, atrapada en una estructura institucional que la trasciende y la mantiene intacta, como acabamos de ver, hace pocos días, en el momento en que el actual presidente de la República, Mattarella, le ha dicho al primer ministro dimisionario, Draghi, “vuelve al Parlamento y reconstruye una nueva mayoría”. Aquí no ha pasado nada.
En Roma, la fortaleza del aparato de Estado es antigua y granítica como las Murallas Aurelianas. La República y el Gobierno están unidos a través de un hilo de Ariadna que va desde el Quirinal al palacio Chigi; la argamasa de su cohesión es invisible; aguanta por mucho que tiemble. Scalfari escribió muy a menudo sobre esta fortaleza que hay detrás de la aparente fragilidad. Lo hizo desde el centro izquierda, sosteniendo sobre las anchas espaldas del diario La Reppublica el peso de una de las columnas en las que se ha basado la opinión pública durante medio siglo; al otro lado, en el centro derecha, el periodista e historiador Indro Montanelli (desaparecido en 2001), sostuvo el gran pedestal de la libertad en sus opiniones vertidas en Il Corriere de la Sera. El antagonismo amigable de los dos editorialistas ilustrados ha recorrido universidades y publicaciones de medio mundo. El buen viajero ha sabido siempre que antes de poner un pie en Florencia y buscar una “habitación con vistas” en la Toscana de Foster, era casi obligado haber leído los artículos del día de los dos maestros equidistantes, ejemplos de fineza y condena del canibalismo al uso.
Acaba un siglo de periodismo y pasión civil
En setiembre de 2013, el nuevo papa le envió una carta a Scalfari, ya veterano periodista, en la que le decía “la Iglesia, créame, a pesar de todas las lentitudes, infidelidades, errores y pecados...., no tiene otro sentido y finalidad que vivir y dar testimonio de Jesús”. Fue entonces cuando ambos se emplazaron en el Patio de los Gentiles, el territorio de la conversación sabia en la que todo vale siempre que entremos descalzos en “el cetro de Occidente”. El Patio existió como tal; fue el gran recinto que se abría en el Templo de Jerusalén, al que podían acceder los no judíos que deseaban orar al Dios único. El escritor y el sumo pontífice se referían a él como el espacio metafórico de la controversia creativa. Scalfari y Francisco hicieron de aquel patio, entre hebraico y bizantino, una entelequia digital imaginaria más propia de los peripatéticos que de las mitras y los birretes. El periodista disertó en sabia intimidad e investigó. En la etapa de su vida que va de 2001 a 2015, vieron la luz libros del como Dibattito sul laicismo (2005) y L’uomo che non credeva in Dio (2008), publicados ambos por Einaudi.
Hoy se dice en Italia que, con la desaparición de Scalfari, acaba un siglo de periodismo y pasión civil. Libros como Per l'alto mare aperto, Scuote l'anima mia Eros o La passione dell'etica, ofrecen en parte la clave para entender su vinculación con la ciudadanía que no se desprende solo del trabajo informativo bien hecho sino que además engarza la desesperanza de muchos con el anhelo moral de un auténtico hombre de letras. Su última entrega, L'amore, la sfida, il destino es una divertida colusión del pensamiento y el deseo que el autor encuentra en la ficción como un Narciso enamorado, dominado por el instinto o la fatalidad. Es el capítulo más narrativo de una pluma genial al servicio de la comunidad que en su postrimería se reinventa, como un apasionado de su propia búsqueda, un canto a su alma peregrina.
Nacido en Civitavecchia, a la puertas de Roma junto a los palacios cardenalicios, Scalfari comenzó su carrera periodística en 1950 como colaborador en Il Mondo y L'Europeo, semanarios que fueron referentes. El suyo es el caso peculiar de un agnóstico del siglo XX unido sentimentalmente a las joyas escultóricas y pictóricas del Vaticano, a los jardines del Palacio Farnese u otros como Villa Lante y Bomarzo, ideado hace quinientos años por el conde Pier Orsini y redescubierto para las letras por el argentino Mújica Lainez, como una narración fantástica en el molde de la novela histórica.
Scalfari se definió a sí mismo como un hombre de espiritualidad modesta, lo que choca con su interés por el símbolo, como gozne cultural de la civilización. El director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, Matteo Bruni, ha señalado que el Papa Francisco se enteró “con dolor del fallecimiento de su amigo. Guarda con afecto el recuerdo de los encuentros y de las densas conversaciones sobre las cuestiones últimas del hombre, que ambos mantuvieron a lo largo de muchos años”. Las reacciones a la desaparición del maestro Scalfari han sido muchas y desde todos los ámbitos de la sociedad.
La clase política, que le había perdido la pista hace años, reaccionó con cariño y desmemoria, a partes iguales. La Iglesia en cambio, más atenta al traspaso sideral como última ratio del monopolio de la muerte, remarcó los méritos del laicista marcado a fuego por la moral cristiana. El periodista ya ausente practicó en su longeva vida la lectura de Marco Aurelio: Si hay dioses pero son injustos, entonces no te gustaría alabarlos. Si no hay dioses, entonces simplemente tu vida habrá terminado pero habrá sido noble y tu recuerdo vivirá en las memorias de los que amas (Memorias). Pese a la ambigüedad de Scalfaro en los grandes momentos del alma, el cardenal Gianfranco Ravasi recordó también con estima y paciencia benedictina “nuestro apasionante diálogo de 2013, en el verdadero espíritu del debate abierto”, una vez más, en el Atrio imaginario de Jerusalén, para acabar derivándolo hacia el circo mundano del periodismo: “diálogo sobre los desafíos y el futuro de la información".
El maestro recorre a Marco Aurelio
Scalfari compaginó su labor de periodista con la política y participó en la fundación del Partido Radical italiano, del que fue secretario general adjunto. Entre 1963 y 1968 desempeñó la dirección de L'Espresso, un cargo que abandonó para volver a la política y ocupar un escaño en el Parlamento como diputado socialista. Allí nació su amistad con Giorgio Napolitano y ambos pusieron en marcha su cruzada contra Silvio Berlusconi, el jefe de Forza Italia, bandera del populismo más rancio. El dueño de un emporio dudoso y del AC Milan de los años dorados inició su caída cuando más brillaba, en la primera década de este siglo. En los primeros años noventa, como director todavía de La Repubblica, Scalfari se opuso rotundamente a que el magnate de los medios de comunicación se hiciera con el control del grupo editorial Espresso-Mondadori, en una dura batalla que terminó con la intervención del Gobierno y el reparto del consorcio.
Después, cuando Berlusconi llegó a primer ministro, el propio Scalfari se encargó de debilitar en sus artículos la posición ideológica del Gobierno, hasta que Napolitano, entonces presidente --el primer y único militante del Partido Comunista Italiano que desempeñó este cargo-- en noviembre de 2011, respaldado por Bruselas y la opinión de los mercados, le dio la puntilla a la tropa lombarda que soñaba con el nuevo Duce y sostenía un oscuro deseo de ruptura territorial. Napolitano suspendió el Gobierno de Berlusconi al borde del precipicio económico y moral para entregárselo al gabinete técnico de Mario Monti. Desde entonces, Il Cavaliere, el título honorífico concedido por el presidente de la República Giovanni Leone en 1977, vive un fin de fiesta marcado por los procesos judiciales y su mermada economía.
Scalfari ya no puede socorrer nuestras penas con sus atinados argumentos. Cuando la crónica abandona al narrado, podemos pensar que el maestro recurre por última vez a Marco Aurelio: la vida de un hombre es lo que sus pensamientos hacen de ella.