Anochece. En la plaza de San Martín de Estella, en Navarra, aparecen las sombras de muchos personajes, los de las obras de Galdós, de Baroja o de Valle-Inclán. Son los símbolos de las guerras civiles del siglo XIX, la representación de la muerte, en todas direcciones. Fernando García de Cortázar, (Bilbao, 1942--Madrid 2022) jesuita, que presumió de serlo durante toda su vida, observa a esos protagonistas de las guerras carlistas. Está agazapado en un rincón de la plaza, y anota, y reflexiona. Y quiere contar y explicar, con objetividad, pero desde una posición concreta, firme, sin temer que se le pueda encasillar. Sufre, ha padecido hasta el final. La España en la que creía no es la que se ha impuesto. Siguen los bandos enfrentados, y permanece la pena liberal de España, la imposibilidad de lograr un amplio campo de juego liberal, respetuoso con la ley, que no atienda a nacionalismos que siempre consideró que debían haber pasado “por un tribunal de la historia”.
García de Cortázar ha fallecido y deja una extensa obra, histórica y también de ficción, con la obsesión de llegar al gran público, de hacer entender al ciudadano que no es especialista y que teme enfrentarse a un grueso nanual de Historia que la interpretación del pasado debe formar parte de nuestras obligaciones. No se puede formar parte de una comunidad sin conocer cómo ha llegado a serlo y sin pensar con datos rigurosos que podrá llegar un día en que todo se desmorone, si no se actúa con respeto.
¿Qué temía García de Cortázar? Un principio ha guiado su obra, la de títulos como Breve historia de España, Los perdedores de la historia de España, De Atapuerca al Estatut, Los mitos de la historia de España, Historia de España desde el arte, o el último que publicó Paisajes de la Historia de España: la sencillez y claridad, la precisión anglosajona, con la obsesión por atraer al lector. “La historia es siempre la crónica de una aventura”, decía, y con una amplia sonrisa hablaba con su interlocutor, al que recordaba que había sido perseguido por ETA, y que era uno de los pocos sacerdotes que habían recibido un servicio de escolta.
Historiador en la Universidad de Deusto, García de Cortázar se había caracterizado por defender a las víctimas del terrorismo y por apoyar la ley de partidos que suposo la ilegalización de Batasuna. No había ambigüedades en su posición, consciente de que la democracia liberal era, precisamente, lo que no existía en el País Vasco. Y que aquella lucha de ETA en nombre del pueblo vasco no era más que una cerrazón nacionalista, una consecuencia que se arrastraba en el tiempo por la falta de conexión con las libertades que había impulsado el liberalismo.
En sus últimos meses de vida lamentaba cómo el nacionalismo vasco estaba alimentando un discurso favorable a sus tesis sobre todo lo que había sucedido desde finales de los años cincuenta del pasado siglo. El relato no lo estaban ganando los demócratas, a su juicio, sino los herederos políticos del terrorismo.
¿Cómo entenderle hoy? Su figura reclama una vuelta al diálogo sincero en España. Hay autores, curiosamente anglosajones, que defienden la democracia como un constante duelo, y que no ocurre nada si ese enfrentamiento –dialéctico, claro—acaba siendo duro, bronco. Es lo que defiende Giles Tremlett, historiador y periodista, autor de Las Brigadas Internacionales (Debate). Considera Tremlett que en España se exagera todo por el recuerdo de los años treinta, la época en la que se especializó García de Cortázar. Y que la pelea política “a pecho descubierto que hay en España es preferible al consenso”. ¿Estamos en esa situación, es mejor lo que apunta Tremlett?
La Escuela de Salamanca, "como la escuela de Platón"
Las distintas concepciones del bien existen y no se pueden ocultar. El propio historiador que acaba de fallecer defiende su propia concepción del bien, la de un sacerdote jesuita, que se instala en el tablero político y mueve sus piezas a través de relatos bien construidos. Pero su intención es la de llegar a algo más, a una especie de “patriotismo cultural”, por lo menos, que una a todas las comunidades políticas que se han desarrollado en España.
La necesaria investigación histórica le llevó a defender el papel de España en América Latina, rechazando los lamentos ahora de los presidentes latinoamericanos, que reclaman a España una especie de perdón por las acciones de los propios antepasados de las autoridades latinoamericanas. Esa es una gran paradoja que el jesuita pone de relieve, al destacar a autores y corrientes pioneras en su tiempo, como la Escuela de Salamanca y a Francisco de Vitoria, “comparable a la escuela de Platón”. Su voz es firme: “Se crea el derecho internacional, el derecho de gentes, con magníficos pensadores, poetas y santos”, aseguraba en una entrevista con Letra Global.
¿Referencias? El sacerdote jesuita, el historiador que lamenta la falta de un terreno de juego liberal, tenía tres claros modelos: Goethe, Azorín y Unamuno. El objetivo, siempre, era el de emocionar con el hecho histórico, para establecer una conexión directa entre el lector y el paisaje, entre el ciudadano y el personaje, para colocarse en su piel. Pero, como viejo historiador y severo jesuita, tenía claro que no se debe ser condescendiente con los más jóvenes. Hay que esforzarse y buscar la verdad, la que uno intuya, con perseverancia, aunque en la falta de conocimientos –a su juicio, una evidencia—tenga una responsabilidad central un sistema educativo que para el historiador ha ido a peor, bajando el nivel de forma progresiva.
Contra la especulación metafísica
Y ese secreto, esa divisoria en España, la que dificulta el patriotismo, por lo menos el cultural que defendía el sacerdote, se encuentra en Estella, en esa plaza San Martín. Un enclave con grandes imágenes literarias y que nos evocan la tragedia, la sangre y la muerte.
Ahora bien, y en eso también destacó García de Cortázar, la historia de España nunca fue algo aislado. Todo lo sucedido se incardinó en la Gran Historia de Europa. Las luchas cainitas no son una especialidad española. También ahora existe un país totalmente dividido y se trata de Estados Unidos, otrora modelo para las democracias liberales.
Pero vamos a acabar en Estella, uno de los lugares elegidos en el último trabajo del historiador, Paisajes de la Historia de España. Dice García de Cortázar:
“Goya retrató a dos campesinos matándose a garrotazos en un cuadro que, después de las guerras carlistas, se ha interpretado como metáfora de la historia de España, como la más desgarradora ilustración del supuesto cainismo español. ‘No hay peor enemigo del español, y de lo español, que el español mismo’, decía poco antes de ser fusilado Julián Zugazagoitia en 1940. Pero la historia no es destino ni puede reducirse a una especie de especulación metafísica”.