El nuevo libro de Marta Peirano (en adelante MP), Contra el futuro (Debate) es una invitación a negarse al pesimismo, al nihilismo al que nos invita la situación sin salida en la que nos hallamos: esa convicción que tenemos todos (menos los inconscientes, los conservadores sin imaginación para los que Dios proveerá y siempre sale el sol por Antequera) de que, ya que hemos roto el juguete, de nada sirve atormentarse y luchar contra lo inevitable. Es evitable, dice MP, y si no lo es, es preciso igualmente comportarse como si lo fuera, ahí reside nuestra última recámara de dignidad. Vale la pena luchar.
Estamos hablando, claro, del desastre medioambiental, que en realidad no le importa a mucha gente (a mis vecinos, desde luego, no): que la mayoría no quiere ver, no percibe más que por la molestia que causan estas altas temperaturas veraniegas que igual que llegaron se fueron e igual que se fueron volverán.
Uno de los aspectos interesantes de Contra el Futuro es que la autora se haya tomado la molestia de haber entendido, y de que haya formulado con palabras claras, los motivos por los que, ante las grandes amenazas, aunque sean obvias, seamos tan renuentes a reaccionar, a comprometernos con la respuesta, con la posible reacción. Nuestro talón de Aquiles --y lo que, creo, nos costará la extinción, la famosa “sexta extinción”, ¡qué ganas tengo de verla!-- es nuestra ceguera, inducida y voluntaria, ante los retos desagradables que se nos plantean, la pereza para tomar en consideración las cosas desagradables. Es ese hábito de la memoria de recordar, y marcar como pauta para el futuro, aquellas otras ocasiones en que también fuimos desafiados y sin embargo supimos sobreponernos y prevalecer.
Esas rutinas del pensamiento, esa ceguera voluntaria, qué pereza debelarlas. Y sin embargo hay tantos indicativos de que se cumple el viejo poema del guatemalteco Rafael Gutiérrez:
Un pájaro picotea un fruto.
Al rato, otro pájaro picotea el mismo fruto.
Y más al rato otro pájaro picotea el mismo fruto.
Finalmente ya no existe el fruto.
Tampoco los pájaros.
(Por cierto: ¡Aparta, pajarraco, no me toques la merienda!
Así no se puede escribir. Demasiado colibríes.)
Decíamos... que esa pereza de pensar y formular, MP no la tiene. Se toma la molestia de debelarla después de explicar los patrones endémicos a los que responde.
Véase por ejemplo el sub-apartado donde explica por qué Es difícil luchar contra el cambio climático. Primero, "es demasiado amorfo. Le faltan la clase de características que nos permiten prestar atención a algo, al menos lo bastante para tenerle miedo. No tiene bordes definidos ni fronteras que lo distingan en el mapa, no está circunscrito a un lugar en el tiempo o el espacio". (…) Segundo, "requiere asumir costes y sacrificios ahora para esquivar o mitigar pérdidas mucho más grandes pero futuras, y por lo tanto lejanas e inciertas. No porque seamos fundamentalmente egoístas, sino porque hemos evolucionado para resolver lo urgente a costa de lo importante.” Tercero, “los detalles nos parecen inciertos y rebatibles, incluso cuando a un lado del debate está la Academia Nacional de las Ciencias y al otro un grupo de padres antivacunas arrancando antenas 5G”… Etcétera.
Contra el futuro está dividido en tres partes. Después de exponer en las dos primeras, con numerosos e interesantes ejemplos y anécdotas –y estadísticas— las dimensiones de la amenaza a la que estamos expuestos, y de desmontar los mitos heroicos con los que ahora se revisten nuestros proteicos salvadores, los Masters of the Universe de Silicon Valley con sus narcisistas proyecciones futuristas hacia el cosmos, dando ya por condenado este planeta…
Sin pasividad
Después de todo eso, en la tercera parte MP propone respuestas colectivas al “feudalismo climático”. Abandera la fe de que entre todos, si nos lo proponemos, y a pesar de toda evidencia, podemos revertir las catástrofes profetizadas. Para ilustrar esta convicción, esta tesis, da algunos ejemplos estimulantes, por ejemplo las severas medidas --ante la amenaza aparentemente invencible de la sequía que iba a dejar sin agua corriente, y por ende sin vida, a la ciudad de El Cabo---, que tomó el ayuntamiento y que fueron asumidas por la población con una llamémosla solidaridad egoísta y ejemplarmente disciplinada.
Ahí se juntaron las fuerzas de una autoridad de una alcaldesa, de una corporación municipal, con autoridad e ideas claras y las de un vecindario que no pudiendo ya ignorar la urgencia de un peligro demasiado cercano y evidente, supo comprometerse en su propia salvación, asumiendo restricciones incómodas.
Es uno entre varios ejemplos de “resistencia ciudadana frente al feudalismo climático” que expone Contra el futuro. Un libro que, en realidad como ya habrá entendido el lector, no está escrito “contra el futuro” propiamente dicho sino contra la resignación o la pasividad ante un futuro declarado imposible, decretado de extinción. Contra la idea de que lo peor es ya inevitable. Pues no, dice MP. No, si nosotros no queremos.