El historiador José Luis Villacañas

El historiador José Luis Villacañas

Democracias

Villacañas: “El exilio es una constante, casi antropológica, de la cultura española”

El catedrático de la Complutense, autor de un ensayo sobre Luis Vives, reivindica el papel de la investigación biográfica para impedir la manipulación política de la Historia

30 agosto, 2021 00:00

El catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense, José Luis Villacañas, autor de ensayos como Imperiofilia y el populismo nacional-católico, una respuesta al polémico libro de Elvira Roca Barea sobre la leyenda negra, ha publicado estos meses una extensa y minuciosa biografía del humanista Luis Vives (Taurus), uno de los pensadores más injustamente olvidados de la filosofía española, cuyos pensamientos sobre la justicia, la igualdad y los lazos entre los ciudadanos son de increíble actualidad. 

–Usted defiende la importancia de la biografía dentro de la historiografía. Este género, sin embargo, no ha tenido mucha fortuna en el ámbito hispánico. 

–La Historia es, ante todo, una narración de singularidades contextualizadas y también de singularidades vivientes; es decir, de seres que responden a su contexto y a sus circunstancias, en el sentido orteguiano. Por tanto, el objeto histórico más específico es exactamente la vida de un alguien singular. El ejercicio de la Historia se torna verdaderamente representativo ahí donde la vida se desenvuelve con la máxima concreción. Lo que sucede es que, en efecto, nuestra tradición intelectual no se define por las biografías porque no suele tratar singularidades, sino abstracciones. Es una tradición geológica, pero no viviente. Representamos el pasado a través de imágenes previas que nos han sido legadas o a través de dogmas, pero nunca nos aproximamos a él desde la libertad de prejuicios. Esto tiene que ver con el uso político de la Historia, transformada en un conjunto de abstracciones. La biografía, sin embargo, impide este uso político. Es demasiado concreta y real para poder elevarse a la categoría de dogma. La vida humana es muy compleja y la biografía nos obliga a ser tolerantes con los meandros infinitos del devenir de los individuos, sobre todo sin son excepcionales. 

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–¿La “fatua autoestima” y el “estéril resentimiento” son los dos grandes pecados de la historiografía?

–Sí. Son los dos pecados de la historiografía instrumentalizada. El resentimiento nos hace representarnos como parte de un agravio no resuelto. Todo aquel que se sitúa ante la vida con la sensación de estar agraviado y se siente ofendido permanentemente, cuando descubre la historia de Luis Vives tiene que preguntarse si su sensación de resentimiento es legítima. Vives supera la tragedia personal y colectiva de la Inquisición y del exilio para seguir pensando y viviendo. Para estar en condiciones de actuar según su ideal de vida. Con su ejemplo, muestra que el resentimiento se puede superar a base de algo más importante que el odio y el rencor: el entusiasmo. Vives no cambia su sufrimiento por la ligereza ni por un olvido superficial o por una actitud indiferente. Lo cambia por un sentimiento más grande: el amor por su trabajo, el amor por su ideal de concordia y de paz. Desde este punto de vista nos ofrece un ejemplo inolvidable. 

–¿Podríamos hablar del compromiso intelectual de Vives con sus semejantes y el con el tiempo en el que vivió?

–Vives es un caso paradigmático de complejidad intelectual. No es un azar que Ortega y Gasset, conforme avanza en su experiencia filosófica en una situación tremendamente trágica para él y toda su generación, no cese de estudiar a Vives. Ve en su trayectoria la clave del filósofo moderno, el hombre capaz de vivir en soledad buscando la verdad y, al mismo tiempo, capaz de vivir en sociedad con vínculos y amistades cívicas. Vives es un hombre tremendamente complejo y el primer hombre moderno europeo. Camus tiene un relato titulado Jonás o sobre el arte, donde nos cuenta la historia de un pintor que vive en soledad y dibuja un cuadro en el que se intuye una palabra, pero no sabemos si se trata de solitario o solidario. Son las palabras que definen al humanista, que es solitario porque debe dedicarse al estudio pero, al mismo tiempo, es solidario en cuanto hombre de su época, que habla en su tiempo y para su gente. Es el doble régimen de la razón –intelectual y público– defendido por Vives, pero también por Kant, quien habla de un uso público de la razón y de un uso académico. 

–¿Esas dos concepciones de la razón no entran en contradicción?

–No. El Vives que busca la verdad en solitario haciendo una crítica de todos los saberes de la época es el mismo que escribe al Papa y a los distintos reyes defendiendo siempre los mismos ideales. Su coherencia es magnífica.

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–No sé hasta que punto Vives fue un defensor de la democracia, pero parece que creía en la igualdad. ¿La razón es lo que nos hace iguales?

–Vives parte de un conocimiento de la tradición, aunque siempre desde una actitud crítica. Supo vincular los ideales políticos de Roma –de Cicerón, ante todo– con los del cristianismo. Fue capaz de ver hasta qué punto estos dos ideales, los políticos y los religiosos, se refuerzan en la medida en que el cristianismo, debido a su idea de igualdad, se proyecta sobre los ideales republicanos de Cicerón. Así convergen la cultura de la igualdad cristiana con la libertad romana. Ambas son partes de una misma razón. Tanto la religión cristiana como el sistema de división de poderes de la Roma republicana son racionales; lo que sucede es que la cultura aristocrática de Roma tiene que ser compensada con una idea de la igualdad que haga a todos ciudadanos. No se trata únicamente de igualdad ante la ley, sino material. En su ensayo El socorro de los pobres, Vives expone dos cuestiones clave. Primera: la negación de la idea de que los pobres están más cerca de Cristo y, por tanto, el rechazo de que la pobreza es una realidad evangélica. Vives cree que lo que hace que un Estado sea verdaderamente cristiano es el trabajo, que es lo que dignifica al ser humano y le ayuda a tener una mirada de comprensión de aquello hacia lo que está llamado. Segunda: aquellos que no pueden trabajar –porque están enfermos o por cualquier otro motivo– tienen que ser atendidos no por los monasterios, sino por las instituciones públicas.

–¿Vives rechaza la limosna o la beneficencia?

–Para Vives las instituciones públicas tienen que estar encaminadas a mantener a todo aquel que no puede trabajar y a prestar ayuda a quienes no pueden vincularse con la comunidad mediante un trabajo. A mi juicio, Vives ha logrado algo que solo logró posteriormente Ortega y Gasset: sin abandonar sus tradiciones, las hispánicas, comprendió las realidades europeas y salvó el abismo entre Norte y Sur de Europa. Es enormemente actual. 

–¿Ortega y Gasset tenía en La rebelión de las masas una concepción de la sociedad más elitista que la estructura social que define Vives?

–Por supuesto. Y esto es así porque Vives piensa en la construcción de la ciudad, no en un poder imperial que está por encima de la ciudadanía. Es un humanista que considera que la vida humana es perfecta solo en el ámbito urbano, donde el ser humano puede hacerse a sí mismo de manera perfecta. Una ciudad permite estamentos y diferencias entre iguales y entre individuos e instituciones, que tienen que estar próximos entre sí. Las urbes articulan la población en diferencias orgánicas, borrando la distancia entre élites y masas. Señalo esto porque la ciudad de Vives no tiene masas. La única posibilidad de configurar masas en la ciudad humanista es a través de los indigentes y los pobres por la falta de trabajo. Esta dimensión de masa indiferenciada, anónima e inhumana, es la que inspira a Vives para proponer una cultura del trabajo. Está convencido de que el trabajo dignifica, singulariza y dota de valor a los individuos. O, como diría San Pablo, el trabajo es lo que dota de carisma a cada persona. 

La rebelión de las masas, España invertebrada, Ortega y Gasset

–¿La reflexión de Vives sobre el ideal urbano tiene que ver con su experiencia en las ciudades europeas?

–Europa es una tierra de ciudades. La existencia de lo que llamamos la España vaciada es resultado de la destrucción del tejido urbano en favor de tres o cuatro grandes urbes que no permiten la diferenciación ciudadana ni la amistad cívica, y que generan masas ingentes de personas que caen en el anonimato o en los movimientos sentimentales o llenos de prejuicios que pueden llegar a ser peligrosos para nuestra sociedad.

–¿La prohibición de estudiar en las universidades extranjeras impidió que el pensamiento de Vives penetrara en la cultura española de su época?

–Bueno, es importante diferenciar la España del Emperador de la posterior. La España de Carlos V era un país abierto y que no quería aislarse de Europa. Lo que sucedió es que no se consiguió mantener unida la monarquía hispánica con el imperio, de ahí que, tras la muerte del rey, nos encontremos al imperio a favor de su hermano Fernando y a la monarquía hispánica junto a su hijo Felipe. Cuando perdió su conexión con el imperio, España se aisló. Las primeras manifestaciones son el índice de los libros prohibidos y la orden en contra de las universidades que no estaban controladas por la Iglesia, como Lovaina y otras escuelas europeas, cuyos alumnos tuvieron que regresar a España, donde las ideas de Vives no tuvieron presencia alguna. 

–Todo lo contrario de lo que sucedía en Europa.

–En Centroeuropa encontramos a un intelectual como Comenius, que utiliza las ideas de Vives y se interesa por la pedagogía y comparte la necesidad de revisar todas las ciencias, sobre todo las de la naturaleza. Gracias a Comenius las ideas de Vives llegaron a Inglaterra de 1610, donde se le estudia, sobre todo en Oxford y Cambridge, y se publica una parte de su obra. Son los años de formación de Francis Bacon, el gran filósofo moderno, que formulará un nuevo programa de conocimiento de la naturaleza y cuya línea de trabajo llega hasta la Crítica de la razón pura de Kant. Vives es una figura central del espíritu crítico europeo y está en los orígenes de la Ilustración europea. 

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–Él era consciente del poco reconocimiento que tuvo en su país. “En España leen poco mis obras y menos las entienden”,  escribe a Juan Maldonado.

–Efectivamente. En esa carta Vives se hace eco del fracaso en la traducción de El socorro de los pobres y de la imposibilidad de regresar a España. Esta carta es importante porque está dirigida a Maldonado, un hombre destacado del humanismo español y pone de relieve que, aunque era pequeño, el interés por Vives existía. Siempre hay una minoría que sabe identificar este tipo de personas e ideas.

–La figura de Vives permite reflexionar sobre el exilio. ¿Podríamos considerarlo como uno de los primeros intelectuales españoles exiliados?

–Sí. Esto se ve bien en un pasaje de su obra en el que compara aquellos países, como el suyo, donde se sufren persecuciones y se vive con inseguridad y con temor hacia posibles denuncias por parte de los vecinos o allegados con los países donde es posible vivir en paz. Ante esto, Vives se pregunta si no es comprensible que alguien que pasa por la experiencia del miedo busque serenidad en otros países y otras ciudades. El exilio es una constante, casi antropológica, de la cultura española. Basta pensar en María Zambrano para darse cuenta de hasta qué punto esta condición del ser humano está íntimamente relacionada con el valor de una libertad de la cual no se puede prescindir. Por esto, es tan importante el pasaje que te mencionaba. Cuando en una carta Américo Castro afirma que la inseguridad es una característica de la historia española cita a Vives: e parece un ejemplo de cómo esa inseguridad predispone a la experiencia del exilio. Esto vincula a los españoles con el pueblo de Israel y es que la diáspora hispánica ha sucedido a lo largo de toda nuestra historia. Y creo que esto debe ser motivo de reflexión. Debemos preguntarnos por qué que algunos españoles hemos provocado tanto temor a otros –españoles– como para que decidieran exiliarse. Y esta pregunta nos obliga a reflexionar sobre los procesos de intensificación del odio.

–Parece que tenemos cierta incapacidad para vivir juntos

–Yo hablaría de una incapacidad de tratar el conflicto. Los valores democráticos no consisten en la producción de homogeneidad, sino en la capacidad de gestionar el conflicto y la diferencia de manera que no produzcan inseguridad. Este es un problema civilizatorio que tenemos los españoles y no tienen los suecos: ellos tienen un problema, pero no lo convierten en un absoluto. Cuando elevamos un conflicto a una condición total otros se sentirán inseguros y, como dice Vives, cuando alguien se siente inseguro y tiene miedo, odia. Y el que tiene odio es violento. El gran problema civilizatorio de este país es su incapacidad para evitar la inseguridad, el miedo y la violencia producidos por sus conflictos. Y esta incapacidad se debe a que mentalidades como la de Vives no están presentes en nuestra vida cultural, histórica, política o intelectual.