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Inteligencia Artificial
La tecnología y las mentalidades abiertas
El poder de la tecnología se hace sentir con fuerza en cualquier actividad y su potencia es tan intensa que rebasa con creces la capacidad de adaptación del ser humano y nos obliga a revisar nuestra mentalidad y nuestras habilidades
El hecho de que la robótica, internet y la Inteligencia Artificial converjan en sus empeños asegura una ola de transformación formidable. ¿Quién puede negar o poner en duda que ésta debería estar al servicio de los seres humanos, sin distinción alguna? Los algoritmos IA, por ejemplo, analizan con precisión y rapidez las imágenes médicas, y tenemos dispositivos para tratar la salud de forma personalizada mediante análisis de datos genéticos y epigenéticos (los cuales se configuran en el curso del desarrollo de un ser vivo).
Del mundo científico y tecnológico esperamos ayuda ante los desastres naturales. Así, disponemos de soluciones en tiempo real para la medición y el seguimiento de riesgos geológicos. El uso de radares permite monitorizar la estabilidad de las paredes de roca de las minas. Es posible advertir con antelación un derrumbe, evacuar ese lugar y reforzar la pared de roca antes de que colapse. El poder de la tecnología se hace sentir con fuerza en cualquier actividad y su potencia es cada día más intensa, hasta el punto de que rebasa con creces nuestra capacidad de adaptación. No sólo permite procesar inmensos volúmenes de datos y discernir patrones, sino que su ritmo vertiginoso obliga a revisar nuestras habilidades y nuestra mentalidad. Y su evolución exponencial afecta también a los trabajos que desarrollamos. Es inevitable cuestionar cómo se aplica esta potencia desmesurada.
Hace más de diez años, unos académicos de Oxford estimaron que al llegar el año 2030, en Estados Unidos se habrían perdido el 47% de los puestos de trabajo a causa de la automatización. Y este año el ingeniero Omar Hatamleh, jefe de inteligencia artificial en el Centro Goddard de la NASA, destacaba que “entre el 60 y el 70% de los trabajos que habrá de aquí a 10 años no existen todavía”.
Estas previsiones reclaman tomar conciencia de lo imparable y adaptarnos al nuevo panorama con una mentalidad abierta y diligente, regulando nuestras emociones y nuestra curiosidad; afinando los diversos patrones de pensamiento y configurando discursos bien formados y construidos. En el panorama que asoma resulta básico intervenir con la idea clara de que todo aquello que se planifique debe estar imbuido por la conciencia de que todos somos personas, y que debemos trabajar juntos (cada uno en la medida de sus posibilidades, por mínimas que sean). Mimar la tecnología mientras se desprecia el valor de la condición humana deviene en pesadilla.
!['Esta vez es diferente'](https://a1.elespanol.com/cronicaglobal/2025/01/13/letraglobal/letras/ciencia/916168541_13972368_855x1140.jpg)
'Esta vez es diferente'
El ya mencionado Omar Hatamleh (nacido en Granada, de madre española y padre jordano) ha publicado este otoño el libro Esta vez es diferente (Deusto), donde refiere la interacción entre la neurociencia y el desarrollo de la inteligencia artificial, así como la intersección de ésta con la cognición humana, mediante pensamientos imaginativos e innovadores. Hace apenas dos años que Chat GPT ha hecho tangible para el público en general la conversación IA que todo lo hace y todo lo puede. Asegura Hatamleh que cuando la computación cuántica madure lo suficiente para combinarse con la IA, será la tecnología básica de cualquier sector. Y añade que hay que contemplar los valores de equidad, responsabilidad, transparencia y privacidad. Por supuesto, lo contrario conduce directamente al engaño, a la esclavitud y la tiranía.
En su continua expedición a lo desconocido, la fuerza tecnológica guarda dentro de sí un enorme potencial de desigualdad y abuso. Hay múltiples trayectorias posibles, pero con un peligro cierto de que se produzca una rotunda brecha clasista. Bien implantada ésta, el derecho puede tambalearse hasta derogarse, dejando a los amos sin obstáculos para tener esclavos carentes de deseo de libertad y plenitud.
En contra de los intereses políticos de cortísimo vuelo que prevalecen a nuestro alrededor, urge invertir a fondo en una formación sólida de todos los ciudadanos y establecer un sistema educativo eficaz que eleve su calidad y nos dé esperanza. Que, por desgracia, esto sea hoy por hoy una quimera no nos exime de postularlo y de trabajar por él. ¿Cómo guiar el crecimiento con la integración social?
¿Qué hace la gente tras jubilarse? ¿Busca desarrollar algo relevante que antes no podía hacer, se abraza a una nueva esclavitud o bien opta por sestear? De hecho, asumir la condición personal de los seres humanos impone benevolencia y respeto a cada uno de ellos, el deber de concederles atención y consideración. Nadie está de más.
En verdad, hay innumerables cosas interesantes por hacer e incluso disfrutar. Sucede que padecemos una paradoja social: la facilidad de conexión (tanto para viajar como para comunicarse) es incomparable con la habida en ningún otro tiempo y, sin embargo, la sensación de aislamiento, soledad e impotencia es inmensa y creciente.
Hay trabajos mecánicos de los que podemos librarnos para hacer cosas más satisfactorias. Así, la humanidad llegó a idear los robots (palabra que procede de la voz checa robota: ‘trabajo, prestación personal’). Disponemos ya de robots sociales que acompañan y alivian la soledad de gente de toda edad. Isaac Asimov planteó dilemas éticos y sociales y propuso tres leyes robóticas:
(1) un robot no debe dañar a un ser humano ni omitir su ayuda
(2) un robot debe obedecer las órdenes humanas, salvo si va contra la anterior
(3) un robot debe proteger su propia existencia salvo si va contra las dos primeras.
Una ley cero resume declarando que un robot no dañará a la humanidad ni consentirá por omisión que los humanos sufran daño.
La interacción humana con robots junto a la existencia de híbridos y cíborgs (seres formados por materia viva y dispositivos electrónicos) conduce a la pretensión de una élite a definir de nuevo lo que significa ser humano y modificar el marco jurídico. De este modo, en la previsión de que los avances tecnológicos lograran que los robots experimentasen sensaciones similares al dolor, algunos plantean otorgar derechos sociopolíticos a los robots humanoides. Se desprende una extraña sensibilidad hacia una máquina humanizada en paralelo a un desinterés por la suerte de los seres humanos de carne y hueso, por sus desgracias o por la mengua de su realidad (convertidos en supervivientes o en individuos insustanciales, impregnados de superficialidad y carentes de interés, desprovistos de vida interior).
!['Justicia para los animales'](https://a1.elespanol.com/cronicaglobal/2025/01/13/letraglobal/letras/ciencia/916168545_13972484_855x1140.png)
'Justicia para los animales'
Entiendo que se plantee la propiedad de derechos intelectuales sobre las innovaciones, o la existencia de visados y certificados. “La IA –señala Omar Hatamleh- no sólo compite con trabajos manuales, sino intelectuales”. Y es, dice, “un bebé que empieza a gatear”, “una especie nueva que va a convivir con nosotros”. ¿Disminuirán con ella nuestra capacidad mental y nuestra calidad humana?
Martha Nussbaum (ensayista y profesora de Derecho y Ética en la Universidad de Chicago) dice “muy en serio” en su libro Justicia para los animales (Paidós), que un perro debería tener capacidad legal de imponer demandas judiciales y que habría que posibilitar a los animales el derecho de sufragio. Todo esto resulta disparatado, así el considerar que “si los animales son objeto de una multa, su compañero humano deberá asumir su pago, pero lo correcto será que se le ‘imponga’ al animal, pues asignarle la responsabilidad de lo ocurrido no deja de ser una señal de respeto”. El asunto es que los derechos solo son humanos, otra cosa es que no tengamos derecho alguno a hacer daño a los animales y que nuestras obligaciones para con ellos sean inexcusables. Es nuestra responsabilidad.