Imagen de época rusa del viaje de la nave espacial rusa Vostok-1

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Ciencia

El camino seguro de la ciencia

Los avances tecnológicos han producido a lo largo de la historia progresos y bienestar, pero también excesos contraproducentes que deben corregidos con un auténtico espíritu pedagógico

24 agosto, 2022 19:35

La velocidad con que se innova en tecnología produce vértigo y rebasa nuestra capacidad de asimilación. Pero, aunque sean importantes, es claro que ni la tecnología ni la velocidad son lo mejor y más escogido que pueda tener el ser humano, quien tiene muchas facetas innovadoras que desarrollar. El genial científico Santiago Ramón y Cajal veía fundamental instalarse en el espíritu de innovación, siempre con un trato llano y cordial. Y ofrecía como pauta el propósito de “descubrir en lo que se ve, la verdad de lo que es”. Es notorio que los desarrollos sociales guardan una distribución irregular. Todo tiene su razón histórica y no admite explicaciones superficiales y supremacistas. Es capital, para todos sin excepción, avanzar en lo posible, lo que exige vivir desacomplejado y ajustarse a la realidad.

Hace un siglo, el joven doctor Marañón lamentaba desde Alemania que los estudiantes españoles tuviesen que ir a unos laboratorios donde apenas aprendían nada, de modo que no podían por menos que aburrirse de los asuntos científicos. “Todo esto hay que cambiarlo –escribía– y yo creo que, entre unos pocos, podemos hacer mucho”. Obsérvese que no presumía que pudiera hacerlo todo. Sería muy provechoso para todos que los políticos aprendieran de este estilo prudente de hacer y decir. La seriedad merece el mejor de los créditos.

Santiago Ramón y Cajal, estudiante de medicina en Zaragoza 1876

Santiago Ramón y Cajal, estudiante de medicina en Zaragoza 1876

No todos pueden ser el primero o subir al pódium. Hay incluso distancias siderales entre unos y otros, y en muchos aspectos, pero ello no obsta para seguir lo que Kant denominaba el camino seguro de la ciencia, y aproximarse a mejores modos de vida. Sin embargo, como consecuencia de los avances tecnológicos hay excesos siempre contraproducentes. Por ejemplo, en la densidad del tráfico. Diez de las veinticinco ciudades del mundo con mayor tráfico son estadounidenses y generan pérdidas de miles de millones de dólares en salarios y productividad. Ahora se van abriendo paso otras alternativas, así los novedosos taxis aéreos de nueva generación: los vehículos eléctricos de despegue y aterrizaje vertical eVTOL (electric Vertical Take Off and Landing), una opción de transporte más ecológica, silenciosa y barata que los helicópteros.

En 1955 se acuñó el término Inteligencia Artificial que ha dado lugar a la hoy imparable sociedad digital. Dos años después, en 1957, el satélite artificial ruso Sputnik 1 (compañero de viaje) fue el primero en ser puesto en órbita alrededor de la Tierra. Al poco se fundó la NASA y antes de que pasaran cuatro años más, el astronauta ruso Yuri Gagarin sería el primer ser humano en viajar al espacio exterior y completar la órbita alrededor de la Tierra: lo hizo con la nave espacial Vostok 1 (‘Este’). La carrera espacial (entonces cosa de dos) siguió recién elegido Kennedy presidente de los Estados Unidos, y en abril 1961 se puso en marcha el Programa Apolo.

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Pasado el tiempo y acabada la guerra fría del siglo XX, antiguos trabajadores de la NASA fundaron una empresa que ha diseñado drones que, guiados por IA, son capaces de plantar árboles. Todo esto parece irreal, parece ciencia ficción. Pero ya está aquí. Los drones cartografían primero una zona para identificar los lugares más adecuados para plantar y, después, disparan a la superficie unas vainas llenas de semillas que van dentro de un misil biodegradable. Las expectativas son inmensas, pues un solo piloto puede manejar seis drones a la vez y plantar cien mil árboles al día.

El futuro va más rápido de lo que crees (Deusto), libro escrito por Peter Diamandis y Steven Kotler, se ocupa de la convergencia tecnológica que transforma empresas, economías y vidas. Las redes de comunicación móvil siguen evolucionando. En torno a 1940, la generación 0G introdujo las primeras redes telefónicas. La 1G, los primeros teléfonos móviles, en el decenio de los años 80. La 2G, Internet, en los años 90. Diez años después, la 3G, aportó aceleración y banda ancha barata. Hacia 2010, la 4G: banca móvil, comercio electrónico y smartphones. Y diez años más tarde, la 5G: el logro de una velocidad cien veces superior a la de antes y con un precio mínimo.

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Hay ya una informática afectiva que enseña a las máquinas a comprender y simular las emociones humanas. Cómo detectar las expresiones faciales, los gestos de las manos, la mirada, el tono de la voz, el movimiento de la cabeza o el ritmo del discurso, e interpretar el estado anímico de un individuo, incluso el de un grupo humano. El reto es ir más allá de los datos, pues las máquinas de big data no entienden el mundo. Es cierto que las plataformas sociales de Realidad Virtual permiten visitar la tumba de Nefertiti, por ejemplo, de modo que varias personas compartan a la vez el mismo espacio virtual. O pasear por las calles de Manhattan y ver los edificios como eran hace un siglo, acompañados de victorianos holográficos que hacen de historiadores virtuales. Y que su convergencia con redes inalámbricas 5G permite incluir a cualquiera en un formidable sistema educativo virtual, mediante un casco.

Portada de 'The Architecture Machine', de Nicholas Negroponte

Desde hace años, Nicholas Negroponte, fundador del MIT Media Lab. (Laboratorio del Instituto Tecnológico de Massachusetts), defiende que los niños con un portátil cargado de aplicaciones y juegos educativos, pueden aprender solos a leer y a escribir, mientras descubren cómo navegar por internet. Admirables entornos interactivos, en efecto. Pero hablemos del presente y no ya del futuro de la educación, en cantidad y calidad. Es un hecho que un enorme número de alumnos abandonan sus estudios, muchos por aburrimiento. Se cifra en 263 millones los niños que hoy carecen de acceso a la educación básica, criaturas que necesitan ayuda para ser instruidas y no quedar retrasadas sin remedio.

Para 2030, la Unesco calcula la necesidad de 69 millones de profesores, que deben tener conciencia de sus estudiantes como personas, diferentes cada una de ellas, a las que hay que potenciar como sea con un trato llano y cordial, próximo y eficaz, con apetito por saber y por ejercer el espíritu crítico, por saborear la libertad razonada. Cuando Dwight Eisenhower se despidió por televisión de los estadounidenses, después de 8 años seguidos de presidirlos, les remarcó que: “por cada antigua pizarra hay ahora –era 1961– cientos de nuevos ordenadores electrónicos”. En efecto, la actualización y extensión tecnológica es imprescindible. Pero, hoy como ayer, tal como decía Ramón y Cajal, lo decisivo es instalarse en el espíritu de innovación. Y “descubrir en lo que se ve, la verdad de lo que es”. Sólo así, podremos construir hombres y sociedades libres y desarrolladas.