Falta un elemental sentido de la prudencia
Llevamos ya casi veinte meses de pandemia. Tiempo para haber vivido varias idas y venidas, con remisiones y nuevas olas que hacen que aún no sea, ni mucho menos, una situación controlada ni superada. Van apareciendo nuevas variantes inquietantes. Sin duda que un mayor conocimiento del virus y los procesos de vacunación nos han permitido salir de la oscuridad casi medieval en la que estuvimos inmersos durante los primeros meses y recuperar una versión de normalidad que no acaba de ser tal nunca del todo completa y que provoca que a veces nos confundamos. Un proceso de superación que se eterniza en una sociedad ya mentalmente muy agotada, lo que hace tender a las autoridades y a cada uno de nosotros a acelerar de manera poco prudente actividades sociales y abandono de limitaciones que nos llevan a nuevas olas y los efectos de las modalidades del virus que comporta su enorme capacidad de mutación. Una situación de precariedad sanitaria y de indefensión como en el mundo occidental hacía siglos que no se sentía, una vulnerabilidad para la que no estamos sin duda nada preparados para hacerle frente ni a nivel social ni institucional.
Tanto el cansancio colectivo como la necesidad de recuperar una actividad económica que prácticamente se paralizaron en su totalidad en algunos momentos, han llevado a forzar las cosas y no actuar en muchos momentos de manera adecuadamente prudente. En nuestro país, se quería recuperar el turismo a cualquier precio, y hemos pagado precisamente el precio de la recaída en los contagios y al ser durante unos meses el peor país de Europa en efecto Covid, a pesar de tener unos índices de vacunación bastante altos. Precipitación en abrir la manga del ocio nocturno, las fiestas patronales, los festivales de música y los viajes de fin de curso. Concentraciones multitudinarias de jóvenes y adolescentes sin ningún tipo de precaución, defensas o distancia social, justamente de aquellos colectivos aún no vacunados. Una administración e incluso reputados científicos afirmando que al aire libre no habría ningún problema. Triunfo del optimismo voluntarista. El resultado ha sido de miles de contagios y una curva ascendente durante muchas semanas, con hospitales y Ucis de nuevo saturadas. Una mezcla de imprudencia e incompetencia que ha resultado fatal.
Probablemente falta en muchas personas el sentido de responsabilidad ante una situación tan seria como la que vivimos. Se pierde la perspectiva. Cuando cometemos imprudencias no sólo nos ponemos en peligro nosotros mismos, lo que podría resultar hasta cierto punto aceptable, sino que justamente por lo que significa una epidemia ponemos en peligro a los demás y a toda la colectividad. Podemos argumentar que nuestros gobernantes son incapaces, que nos confunden, que resultan contradictorios y que tienen tendencia a sobreactuar, lo que los hace poco creíbles y, probablemente, tendremos razón. Esto, sin embargo, no nos exime de nuestra responsabilidad, de nuestro cuidado en actuar de manera razonable, madura y prudente. La pandemia no se ha superado y aún menos resuelto, aunque entreveamos una cierta salida futura y ya no estemos tan inquietos. Relajar nuestros comportamientos y actitudes no hará más que alargar y eternizar la situación, cronificarla. El rechazo de una parte de la ciudadanía a vacunarse demuestra tanto el poco sentido de colectividad, de escasa solidaridad de alguna gente, como la facilidad con la que penetran y se apropian de la sociedad todo tipo de rumores y falsas informaciones a través de la red. Se apela a un falso sentido de la libertad personal para rechazar vacunarse, con lo cual se retrasa la inmunidad de grupo y, mientras tanto, se contagia y mueren personas. El negacionismo se ha convertido en la enfermedad de una sociedad demasiado saturada de individualismo y de personalidades necesitadas de remarcar su diferencia, su singularidad. La salud pública es un concepto que requiere, para que funcione, de colaboración, cooperación y compromiso. Es algo muy serio. El pensamiento científico y el conocimiento experto deberían estar por encima de manías y ensimismamientos particulares. Abrir internet o dar vueltas por las redes sociales más esotéricas no nos proporciona experiencia ni nos da conocimiento y autoridad, y seguro que no nos hace más autónomos e informados. En algunos ámbitos, la capacidad de mantener la disciplina social nos haría más fuertes. Y también más libres.