1.200 euros. Ese es el salario máximo de un graduado recién llegado al mundo de la investigación. Siempre que sea afortunado: los hay que en su primera nómina cobran menos. Pese a que Cataluña atesora un importante número de centros científicos punteros, las condiciones salariales y laborales de sus profesionales dejan mucho que desear. Contratos blindados, percepciones bajas y un horizonte laboral incierto: esta es la tríada de los novatos.
Hasta el punto de que los universitarios se lo piensan dos veces antes de tomar este camino. "El principal dilema se da entre tu vocación y poder comer. El trabajo es apasionante, pero si quieres dedicarte a la investigación pública debes saber que te pasarás la vida pidiendo becas y que encontrar un trabajo fijo es difícil", asegura Ricardo Baltà, miembro del IRTA (Institut d'Investigació i Tecnologia Agroalimentàries).
"Hacemos números"
Cuando terminó la carrera, este biólogo descubrió que lo suyo era la vida de laboratorio. Aunque tuviera que estrecharse el cinturón. "Mi mujer también se dedica a la investigación y entre los sueldos de ambos podemos vivir perfectamente. Aunque hacemos números. Pero entiendo que si vives en una ciudad como Barcelona, estás solo y tiene que pagar el alquiler... te puede llegar justo", explica.
A la vista de estos sueldos, no extraña que la mayoría de doctorandos compaginen las probetas con la tiza. Como explica Marc Llirós, investigador del Institut d'Investigació Biomèdica de Girona Dr. Josep Trueta (IDIBGI), "debido a la precariedad del sistema, muchas personas tienen un contrato libre como profesor asociado". En ocasiones, son los propios centros de investigación asociados con universitarios también exigen dar un cierto número de clases, explican los profesionales.
Tizas y probetas
No es una panacea: los sueldos medios oscilan entre los 400 y los 600 euros. Pero toda ayuda para llegar a fin de mes es buena. "Puedes sacar la cabeza fuera del agua", cuenta Llirós. Y añade: "Por lo general, la investigación es una labor vocacional. Las personas en esta profesión pueden estar estresados, pero nunca desencantados".
Lo que sí relativiza este investigador son las rígidas relaciones jerárquicas dentro de los equipos. "Depende mucho de las personas y de donde caes. Yo he tenido mucha suerte con mis jefes y siempre hemos podido dialogar. Hay mucha casuística", señala.
A la cola de Europa
Cuestión distinta es la remuneración económica, que es muy baja en comparación con los países de nuestro entorno. "Estamos a la cola de Europa. La situación en España no se puede comparar a países como Bélgica, Francia o los nórdicos", denuncia.
Por otro lado, tampoco existe una relación directa entre el reparto de participaciones del sector público y el privado en un centro concreto. A mayor participación de la Administración, no se dan condiciones más favorables para los investigadores. La realidad es muy variable. Un equipamiento con presupuesto público y poca cuota empresarial puede regirse por un convenio de oficinas que ofrezca un marco más perjudicial para sus asalariados. De nuevo, reina la casuística.
Búscate la beca
Marta Kovatcheva desembarcó en el Institute for Research in Biomedicine (IRB) de Barcelona en 2017. Su paso previo por instituciones de Canadá y Estados Unidos arroja luz sobre las diferencias entre los sistemas anglosajones y el catalán. "En esos países tú misma escribes a un laboratorio y presentas tus conocimientos. En función de los fondos de aquel centro, son ellos los que te fichan. En Europa es más común conseguir una beca y luego ir al laboratorio. Si no tienes ese dinero, es muy difícil entrar en un laboratorio", comenta.
En Cataluña, la mayoría de becas doctorales o post-doctorales duran entre uno y tres años, aunque unas pocas que dependen del Gobierno se prolongan hasta cuatro años --dirección en la cual todos los investigados consideran que deberían orientarse estas líneas--. No todo es negativo: una vez has conseguido una, es difícil que te echen de tu puesto de trabajo. "A nivel de doctorando, es complicado perderlo. Debes tener una actitud muy mala o ser un desastre en el laboratorio", confía entre risas Baltà.
No todo es malo
Más luces. Kovatcheva pone en valor un factor imponderable de la capital catalana: "El estilo de vida mediterráneo es mejor en muchos aspectos. El clima, la comida, las relaciones sociales... Además, en EEUU la mayoría de grandes centros se concentran en urbes como San Francisco, Boston y Nueva York. Aquí puedes vivir en una ciudad como Barcelona, que es más asequible y dedicarte a la investigación. Me siento superfeliz", resume.
Con esta plataforma de salida, Cataluña podría consolidar su posición y homologarse a sus hermanos mayores del resto del continente. Pero para ello hace falta inversión. "Cuando se habla de transición hacia la sociedad del conocimiento sin aportar recursos tiendo a ser escéptico", manifiesta Llirós, que reclama compromisos concretos y no discursos grandilocuentes.
Falta crecer
Por su parte, Baltà pone el dedo en la llaga. "Como la inversión en ciencia no da un rédito inmediato, lo fácil es recortar de aquí. La investigación es una inversión a medio plazo. Y esa mentalidad a medio y largo plazo no existe en España", apunta. Y Kovatcheva añade: "El sector de la investigación aún está en su infancia en Cataluña. Las pequeñas startups van creciendo, pero todavía no hay un AstraZeneca. Queda mucho camino por recorrer".
En esta línea, la negociación abierta recientemente entre los sindicatos UGT y CCOO y la patronal Acrec --una reconversión de la Asociación Catalana de Entidades de Investigación (ACER)-- para sellar el primer convenio colectivo del sector para homologar las condiciones entre centros y profesionales. Así, los elementos más positivos del entorno investigador local podrán atraer a más universitarios para seguir creciendo. Al menos, es un buen plan.