Retrato de René Descartes (1625), una obra de Sébastien Bourdon

Retrato de René Descartes (1625), una obra de Sébastien Bourdon

Ciencia

Descartes, la duda y el método

La obra del filósofo francés propugna no sólo la curiosidad ante la realidad, sino alimentar nuestra mente con verdades y no contentarse con falsas razones

2 octubre, 2020 00:10

Nacido en 1596, Descartes sigue hablándonos y acompañándonos. Viajemos más allá de la superficie y no nos detengamos en el plano que cuadriculó; sus célebres ejes y coordenadas cartesianas que nos ocupan desde la enseñanza secundaria. No entremos tampoco en honduras filosóficas. Hace ahora cuatro siglos que Descartes abandonó su carrera militar, que duró unos tres años. No hizo la mili pero se alistó como voluntario en el ejército del príncipe de Orange, y luego en el del príncipe elector de Baviera; siempre en busca de aventura y de conocer gente. Al final de ese período, él, que era abogado, tuvo una inspiración matemática; el sueño cartesiano. Tenía 23 años de edad. Fue su geometría analítica, de la que Ortega y Gasset diría siglos más tarde que “es tan íntimamente mía, si la he entendido, como de él”.

Se trata de una observación importante, que es decisiva en su fundamento igualitario. Si nos hacemos con las claves de un pensamiento o de un conocimiento, los podemos hacer tan nuestros como lo son o lo fueron de sus creadores. Se parte de que todos estamos dotados de razón y que, con estudio y buen sentido, podemos (en función de nuestro talento aplicado) avanzar de forma continua y gradual en esos saberes.

Captura de pantalla 2020 08 29 a las 1.09.35Descartes se esmeró en mostrar a los demás su propio camino de aprendizaje y creatividad. En 1628 presentó sus 21 reglas para la dirección de la mente. Y nueve años después, con cuarenta y uno de edad, publicó su Discurso del Método (del que se suele destacar la novedad de que fuera escrito en francés y no en latín). El celebérrimo discurso comienza con una sentencia inolvidable, viene a decir que el sentido común es la cosa mejor repartida del mundo, porque nadie quiere tener más del que tiene. Sin embargo, los seres humanos nos equivocamos una y otra vez. René Descartes recalcaba: para aprender no basta con tener la mente bien dispuesta, lo principal es aplicarla de modo adecuado, con un gran deseo de saber y gusto de sentirse contento por ello.

Descartes se esmeró en mostrar a los demás su propio

Propugnaba no sólo la curiosidad, sino tener la costumbre de alimentarse de verdades y de no contentarse con falsas razones: “Distinguir lo verdadero de lo falso, para ver claro en mis acciones y caminar con seguridad en la vida”. Todo error, afirmó, se hace posible al partir de experiencias poco comprendidas o al “formular juicios a la ligera y sin fundamento”. De ahí la necesidad de dedicar la vida entera a ese progreso y hacer lo mejor que esté en nuestra mano, supliendo deficiencias y persiguiendo el hábito de reflexionar con rigor. Tenemos a nuestro alcance unas pautas sólidas para encauzar nuestros pensamientos y encadenar razonamientos. Su actualidad es absoluta y su aplicación es relativa a los intereses y talentos variados de cada uno.

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Descartes en la Corte de la Reina Cristina / PIERRE LOUIS DUMESNIL 

Fijó Descartes por escrito su creencia de que “por caminos abiertos y conocidos nos acostumbramos como jugando, a penetrar siempre hasta la verdad íntima de las cosas”. Hay quienes hacen profesión de saber más de lo que saben; pedantes e impostores. Ciertos talentos pretenciosos creen posible aprender en un día lo que otros han pensado y desarrollado durante veinte años, con intenso esfuerzo personal. Por esto, el filósofo espera que el método que explicita sea “útil para algunos sin ser nocivo para nadie, y que todos me agradecerán su franqueza”. Y agrega: “Todo hombre está obligado a procurar el bien de los demás tanto como esté en su mano, y que propiamente nada vale quien a nadie es útil”.

Hay que evitar el error de extender nuestra voluntad a cosas que no entendemos, hay que acrecentar la luz natural que proyectamos, poner orden en las cuestiones y distinguir lo simple de lo complejo. Reducir y simplificar con sagacidad y anhelo. Descartes proponía desarraigar de la mente todos los errores que se hubieran podido deslizar en ella con anterioridad. Esto supone despojarse radicalmente de las opiniones recibidas y aceptar caer en un mar de dudas, para, desde este reconocimiento, intentar salir a flote en busca de seguridad, con claridad y distinción. Es la aceptación de un estado de alerta que se vive sin angustia y con confianza.

Desde la duda, hay que construir nuevos hábitos mentales. La duda es el primer momento del método cartesiano. Hemos de tener conciencia de nuestra ignorancia, asumirla y armarnos de sencillez y paciencia para liberar, en lo posible, nuestra mente. Sin habituarse a dudar de forma implacable no hay conocimiento. Sin ese hábito nada se puede demostrar ni saber de forma sólida. Dudar es pensar y pensar es ser. Resuena la famosa frase cartesiana, que todo el mundo conoce: “Pienso, luego existo”. Ortega –ferviente admirador de Descartes y a su vez su crítico más radical–anotó: “Para dudar de todo tengo que no dudar de que dudo”; la fatal costumbre de la duda metódica. El filósofo español, para quien la vida es la realidad radical, observó: “Lo humano se escapa a la razón físico-matemática como el agua por una canastilla”. Era una razón insuficiente.

Meditationes de prima philosophia 1641¿Cuánto Descartes tenemos dentro? ¿Somos capaces de cuestionar nuestros prejuicios heredados o inducidos, los estereotipos, los lugares comunes, las noticias que se lanzan al viento? ¿Estamos dispuestos a dudar o nos resistimos, abriendo así la puerta al fanatismo? Son preguntas inevitables. Descartes guía nuestras actitudes hacia el progreso personal y social. Es un antídoto contra la superstición y el populismo, en cualquiera de sus desarrollos, además de un símbolo de la esperanza.

¿Cuánto Descartes tenemos dentro? ¿Somos capaces de cuestionar nuestros prejuicios heredados o inducidos, los estereotipos, los lugares comunes, las noticias que se lanzan al viento? ¿Estamos dispuestos a dudar o nos resistimos, abriendo así la puerta al

Desde muy joven se planteó con vigor qué camino elegiría en su vida, y lo dejó escrito en su correspondencia. Viajó mucho por Europa, llegó a vivir en trece ciudades holandesas. No fue profesor universitario, acabó su vida en Suecia, a donde se había dirigido para dar clases a la joven y estudiosa reina Cristina. Tenía 54 años cuando falleció, el 11 de febrero de 1650. Fue conocido en algunos ámbitos como Monsieur D’Écart, esto es: Señor Aparte. En efecto, fue un punto y aparte en su época. Hoy nosotros tenemos la fortuna de poder auparnos a sus hombros de gigante. Es cuestión de ponerse.