Agosto de 1519, el Guadalquivir contempla en Sevilla el amarre de la Armada Real que al mando de Fernando Magallanes se dispone a iniciar su periplo por el globo terráqueo. Al mes siguiente en Sanlúcar de Barrameda se inicia la primera vuelta al mundo completada en 1522 por el guipuzcoano de Guetaria Juan Sebastián Elcano.
El profesor Carlos Martínez Shaw la califica como "la primera globalización o mundialización, que supone el momento del establecimiento de un sistema de intercambios de toda índole que pone en contacto continentes que se desconocían mutuamente". Uno de los mayores acontecimientos de la historia de la humanidad, a la que los historiadores anglosajones han tendido a marginar y restar trascendencia, y que contrasta con la timidez de la historiografía española en reivindicar nuestro liderazgo en la construcción de un mundo global. La vuelta al mundo es una gesta ibérica, consecuencia de la tecnología naval y náutica más avanzada de su tiempo, un espíritu emprendedor y una capacidad organizativa que solo España era capaz de liderar.
En julio de 1789 zarpa de Cádiz la expedición Malaspina, la expedición científica más importante del siglo XVIII. España en esa época dedicaba al desarrollo científico un presupuesto muy superior al resto de las naciones europeas. El imperio global era un vasto laboratorio para la experimentación. Embarcados en la expedición figuran científicos de diversas especialidades, que recogen información valiosa sobre la flora y fauna de los territorios visitados, dibujan mapas que describen el mundo de su época, calculan latitudes y longitudes a través de la altura del sol, los relojes náuticos que permitan navegar a través de las fases lunares. La expedición tiene un claro objetivo científico, no buscaba riquezas, sino conocimiento.
He citado dos ejemplos de la España de ayer que nuestro complejo de inferioridad es incapaz de reivindicar. El futuro que queremos construir, debe asumir este pasado con todas sus contradicciones.
Hoy necesitamos construir un proyecto compartido de España. Lo que mi buen amigo el profesor Fernández Steinko denomina la necesidad de "inventar un nuevo país de países". La construcción de este proyecto común exige combinar la unión y la diversidad, un proceso de creación colectiva liderado por las fuerzas progresistas que anteponen la solidaridad a la competencia liberal. Necesitamos un Estado fuerte que sea dique de contención a las propuestas neoliberales de un Estado mínimo y al efecto disgregador y antisolidario de los nacionalismos excluyentes. Es suicida para la izquierda las alianzas con los secesionistas cuyo objetivo es fragmentar y debilitar al Estado.
La defensa de la integridad territorial de los Estados es un factor de estabilidad que permite enfrentarse a las insolidaridades de las corporaciones y mercados financieros.
Es necesario construir una lógica federal que construya espacios de solidaridad soportados por una identidad compartida que los legitime, necesitamos una cultura plurilingüe que enriquece nuestro acerbo cultural común. Compartir la capitalidad real del país, ubicando las sedes del poder judicial y la del legislativo y el ejecutivo en diferentes ciudades de España. Esta descentralización del poder podría ayudar a crear un funcionariado estatal de fuertes convicciones federales. Un nuevo país que no puede aceptar en ningún caso "derechos históricos" que solo sirven para justificar privilegios de unos ciudadanos frente a otros y que debe asentarse en una cultura democrática avanzada y en un mayor protagonismo de las corporaciones locales. Un país que apueste por la sociedad del conocimiento y facilite su expansión y la descentralización de sus capacidades de innovación, potenciando la excelencia investigadora.
España, con sus luces y sus sombras, en permanente conflicto dialéctico entre las dos Españas, necesita "inventar un nuevo país de países" que comparta una identidad común desde la diversidad y la pluralidad.