Aunque mucha gente no lo sepa, José Echegaray fue el primer Premio Nobel español. Su contribución a la literatura fue reconocida con este prestigioso galardón. Pero Echegaray no fue sólo un gran literato y autor de reconocidísimas obras de teatro. Fue una mente privilegiada que le permitió ser una referencia intelectual en política, en ingeniería, en matemáticas y en física.

Fue miembro de la Real Academia Española y también llegó a presidir la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Al ingresar en esta última academia, allá por el 1866, pronunció un polémico discurso que leído con perspectiva resulta entre majestuoso y desolador. Relataba con razón --hace más de 150 años-- la nula importancia y escasa relevancia que la sociedad española le había dado a lo largo de su historia a la ciencia y la investigación. También denunciaba la falta de apoyo por parte de los poderes públicos a esta rama fundamental del conocimiento. Lamentablemente, sus reflexiones también nos sirven para el presente. 

España ha sido siempre una referencia mundial en pintura y literatura, pero nunca hemos reconocido ni apoyado el papel de los investigadores. Santiago Ramón y Cajal y Severo Ochoa, nuestros dos Premios Nobel de corte científico, también tuvieron mayor repercusión y soporte material más allá de nuestras fronteras. Francia, Alemania, el Reino Unido o Italia han apoyado mucho más que nosotros la labor de investigación. España llegó mucho más tarde que estos países a tener una comunidad científica activa, reconocida internacionalmente y estable.

España ha reducido considerablemente su base investigadora en los últimos años, tanto en el sector público como en el privado, según el Informe Anual de 2016 del Observatorio de Investigación e Innovación de la Comisión Europea. Estamos por debajo de la media europea y en cifras de hace una década. Apelando al espíritu Echegaray, creo que todos estaremos de acuerdo en afirmar que un país no tiene un futuro halagüeño si ningunea la ciencia, la tecnología y la innovación.

No podemos tener a doctores y catedráticos trabajando en el McDonalds para poder sobrevivir. No es de recibo que los alumnos que más brillan se tengan que costear de su bolsillo la participación en premios internacionales. Hay que incrementar la financiación en becas de investigación, apoyar con medios a nuestras universidades y centros de referencia científica y, por qué no decirlo, incentivar con más decisión que las empresas de nuestro país apuesten por el I+D+i. El número de patentes no puede seguir en caída libre.

Tengo la impresión, además, que hay demasiados estudios mal diseñados, que se replican poco los resultados científicos, que hay un exceso de endogamia en el sector y que no se comunican adecuadamente los resultados de las investigaciones. Hay mucho margen para mejorar en este campo, imprescindible para que España sea un país puntero a lo largo de las próximas décadas.

La ciencia es un motor cultural y económico de un país. No apoyarla representa agravar el déficit económico del país y la precarización laboral, como se ha señalado en diversos informes nacionales e internacionales. No hay que escatimar recursos en armar y prestigiar a nuestros científicos sobre los que recae buena parte de la responsabilidad de nuestro progreso económico y social.