
Senos: Nada hay más hermoso que el deseo
'Senos': Nada hay más hermoso que el deseo
Antonio Sitges-Serra ha sabido mirar de frente buena parte de las categorías tradicionales en relación con el asunto del deseo masculino, huyendo de las apresuradas y simplistas descalificaciones
Senos, catorce ensayos, de Antonio Sitges-Serra. Este libro es un regalo para la vista y para la mente. Para la vista porque las ilustraciones que recorren el texto y que acompañan al lector en la travesía de sus páginas han sido seleccionadas con criterio y esmero. No solo son elegantes (y en muchos casos de deslumbrante belleza), sino que son también sugestivas, ilustrativas, incluso divertidas, pero sobre todo, cuestión importante, contrapuntean con inteligencia las ideas, asimismo inteligentes, que despliega el autor en su escrito.
Ideas con las que Antonio Sitges se adentra en catorce calas donde fondean como finos análisis dedicados, a modo de ejemplo, al Nacimiento de Venus, al toples lúdico o político, a la metáforas poéticas o al deseo. Ideas que, por emplear las propias palabras del autor, se aventuran “en un terreno pantanoso”, pues ahí es nada intentar pensar acerca de las relaciones heterosexuales en estos tiempos, y más aún que el intento sea emprendido “con ánimo pacificador” (de nuevo con palabras del autor).
No es tarea fácil, ciertamente, porque el de las relaciones entre hombres y mujeres no es un pantano cualquiera sino que, si a alguno se parece, es a un pantano de arenas movedizas en las que, a poco que uno se descuide, termina engullido por un debate crispado y por una polarización extrema, a menudo visceral.
Ensalzar la belleza
Pues bien, frente a ello es precisamente por la argumentación racional por lo que aquí se apuesta. Se hace de una manera sutil y amena, tratando diversas dimensiones del deseo masculino, sin dejar de lado su trasfondo histórico. E importa resaltar que esta remisión al pasado, lejos de abocar al autor a ningún tipo de relativismo banal que le llevara a deconstruir (por decirlo a la derridiana) la forma de deseo heredada, le permite abogar por un arquetipo (que no estereotipo) femenino persistente, por más que también susceptible de modificaciones, retoques y ajustes a lo largo del tiempo, claro está.

Portada del libro de Antonio Sitges-Serra
Como es obvio, esto implica dar por descontada la diferencia entre sexos, que Sitges asume inequívocamente, pero intentando no echar leña al fuego de esa guerra entre sexos en la que trata de involucrarnos la ideología woke y similares.
Frente a tan belicosos empeños, el autor apuesta por otra estrategia. Por dejarlo ya dicho, la de ensalzar la belleza “que la Mujer trajo al mundo” (de nuevo palabras del propio Sitges).
Es obvio que semejante estrategia se basa en supuestos que muchos y muchas (e incluso muches) ponen hoy en cuestión, pero tal vez ahí resida el tesoro oculto del presente libro. Porque a lo que nos convoca Sitges a lo largo de las deliciosas páginas de este Senos es a mirar de frente buena parte de las categorías tradicionales en relación con el asunto del deseo masculino, huyendo de las apresuradas y simplistas descalificaciones que no dan cuenta de la verdad de aquellas, esto es, de la auténtica función que venían desempeñando.
A alguien le parecerá un ejemplo menor el que voy a señalar, pero ilustra bien la existencia de dos modelos diferenciados, y en cierto modo antagónicos, de relación con el pasado, amén de resultar revelador de la manera -moderada y conciliadora en la forma, pero firme en el fondo- con que en Senos se abordan aspectos polémicos de este debate. Me refiero a la educada reprimenda que su autor le dirige a Marina Subirats por su simplista valoración (como “imposición patriarcal”) del sujetador femenino cuando, en realidad, señala aquel, fue un artefacto ideado por una mujer vanguardista para acabar con los corsés opresivos y otros artefactos molestos diseñados, ellos sí, por machistas sádicos.
La deriva de la civilización occidental
Pues bien, podríamos afirmar que lo que vale para los artefactos materiales, vale también para los ideológicos, a los que el autor se atreve a mirar de frente para plantear de manera explícita hasta qué punto siguen dando cuenta de nuestra realidad, por más que eso en algún momento alguien pueda creer que le hace merecedor del reproche de pacato u otro de parecido tenor.
Son reproches sin duda menores que Sitges se sacude de encima sin esfuerzo, apelando a esa instancia, decididamente mayor, que es la belleza. Ella es la que le permite dibujar el trazo de la línea de demarcación que separa el erotismo de la pornografía, dibujo que resulta absolutamente necesario establecer a la vista de la deriva, materialista y mercantil, que ha tomado la civilización occidental últimamente y que en el ámbito de las relaciones entre los sexos aparece tutelada por completo por el modelo de la pornografía, en un proceso que bien merece ser calificado como de una auténtica pornificación social.
La belleza del erotismo, en cambio, apela a otra dimensión del deseo, a la relacionada con el amor (como, por otro lado, la misma palabra indica). Es esta una vinculación que posee una larga tradición, que arranca del propio Platón, del que Sitges se reclama en esta cuestión. Del Platón del Banquete, por si hace falta explicitarlo, en el que lo puramente sexual -que es por cierto lo que tiene lugar en el ámbito de la pornografía- no es que sea ignorado, sino que es colocado en la escala más básica de la relación amorosa (la que corresponde a los esclavos), constituyendo su nivel culminante el del reconocimiento de la belleza de la que es portadora la persona amada.
Obviamente, introducir en este debate la cuestión amorosa equivale poco menos que a abrir la caja de los truenos, fundamentalmente porque ni el discurso posmoderno ni el nihilista, hegemónicos en ambientes culturales relacionados con un cierto feminismo saben qué hacer con la idea del amor. Ni con la del amor en cuanto tal ni con la de otros conceptos vinculados con él.
¿Qué hacer con el recato?
También de esta circunstancia es perfectamente consciente el autor de Senos, que, cuando alude al proceso civilizatorio por el que el deseo anclado en el inconsciente colectivo masculino heterosexual desde tiempos inmemoriales toma la forma de la galantería y el cortejo, se apresura a avisar de que es consciente de que hoy en día son actitudes denostadas como neorrancias. Ocurre con ellas como con la caballerosidad, considerada a menudo en estos tiempos por muchas igualitaristas como condescendiente y sexista. Cuando, como ha señalado la teórica feminista Mary Harrington, los códigos sociales “caballerosos” apuntaban a proteger a las mujeres de la mayor fuerza física e inclinación a la violencia por parte de los hombres.

Mary Harrington
Sin esfuerzo podría ampliarse la lista de categorías hoy desechadas, cuando no despreciadas, sin el menor análisis, apelando a descalificaciones de brocha gorda (en la mente de todos). Pienso, por ejemplo, en una categoría como la de recato, que si bien en nuestros días asociamos a una represión moralista del cuerpo, también se deja pensar vinculándola a lo oculto, a lo velado, a lo insinuado o incluso al secreto, tema tan del gusto del llorado Javier Marías.
En todo caso, no se pretende sostener que no se hayan producido unas transformaciones sociales y culturales de una importancia tal que hagan imperativo reconsiderar buena parte de las categorías heredadas, diseñadas para una función que tal vez en nuestros días tenga menos sentido, o incluso pueda no tener ya el más mínimo. Como tampoco se pretende deslizar la idea de que las culturas sexuales del pasado fueran idílicas. Pero la crítica a estas últimas no se puede plantear en modo alguno en términos de una adhesión incondicional y acrítica a una idea de progreso que da por buenas cuantas transformaciones que hagan tabla rasa del pasado se puedan plantear.
Entender una institución social
Definitivamente, la historia no es una sencilla trayectoria ascendente. En cualquier época coexisten simultáneamente, o incluso en contraposición, elementos dominantes, residuales y emergentes, siendo probablemente la tarea más ardua dilucidar a qué grupo pertenece cada uno. Pero, por ardua que pueda resultar, solo cabe considerarla como ineludible. No emprenderla, o emprenderla de manera equivocada puede conducirnos a severos errores colectivos, generadores en muchos casos de sufrimiento individual.
Al respecto, Chesterton señalaba que la persona que no entiende el propósito de una institución social es la última persona a la que se le debería permitir que la reformara. Probablemente aquí residan buena parte de nuestros males. Se están encargando de transformar nuestra realidad en aspectos tan sensibles como el modelo de relaciones sexuales, quienes nunca entendieron en realidad el sentido de lo que pretendían reformar.
No solo deberían verse apartados de semejante tarea sino que, en lugar de eso, debería ponérseles como tarea obligatoria alternativa la lectura de este magnífico libro de Antonio Sitges.