
Razón y demolición
El arte (bastardo) del ensayo
Andreu Navarra enuncia en Razón y demolición (H&O Editores) una nueva preceptiva (política) de la literatura de ideas adaptada a nuestro presente, marcado por las prisas, la hegemonía de la tecnología y la falta de atención crónica
Javier Cercas tiene escrito que las mejores novelas poseen una cualidad común: todas tienen un punto ciego. Formulan una pregunta de partida y exigen a sus lectores que se adentren en el libro para encontrar la respuesta. Pero, al contrario que los acertijos y la literatura de orden didáctico, tan de moda últimamente, que recompensa la búsqueda con una moraleja simple y tranquilizadora, las novelas modernas dejan la incógnita sin contestar, vislumbrada, evidenciando que no existe una verdad absoluta y que la respuesta a las cosas cambia dependiendo del punto de vista, de la subjetividad de quien se formula las dudas o del contexto en el que todo esto sucede. Si convenimos que dicha teoría es exacta en lides narrativas, ¿cómo no formularla en el caso del arte (bastardo) del ensayo?
Un ensayo es esto: la manera de contestarse una pregunta y, por extensión, compartir con los demás el camino que conduce hacia la averiguación. El género, expresión moderna de la venerable literatura de ideas y superación de los escritos doctrinales y confesionales del pasado, del mismo modo que la novela fundió en un molde –sin reglas– la tradición de la epopeya, no remite tanto la filosofía como a la literatura.

Andreu Navarra
Lo que distingue a un ensayo del flujo del pensamiento o de un tratado académico es la falta de voluntad por agotar una cuestión, la vocación diletante del ensayista, el cuestionamiento mismo de una metodología. Andreu Navarra (1981) acaba de publicar en H&O Editores un excelente libro –Razón y demolición. El arte de escribir ensayos– donde intenta dar carta de naturaleza a una nueva preceptiva del ensayismo adaptada a nuestros tiempos, caracterizados por las prisas, la hegemonía de la tecnología y la falta de atención crónica.
La obra es una reivindicación, valiente e ilustrada, del arte de pensar solo. Del derecho a disentir. De la necesidad, ahora más urgente que nunca, de que los individuos, cada uno de ellos, ejerzan su derecho a razonar para resistirse al torbellino de propaganda y mentiras que pretende convertir la ciudadanía en una vasallaje de consumidores compulsivos, marionetas del nuevo teatro digital o gente sola que mira una pantalla iluminada.
Este ensayo (sobre los ensayos) es una obra condensada, brillante y ambiciosa. Mantiene ardiendo el fuego en la hoguera y persigue una sana insubordinación mental, que es el principio y debería ser también el durante y el final de una vida digna de tal nombre. Fiel a su idea del género, el historiador y escritor catalán despliega todas sus cualidades argumentativas, que son muchas, sin someterse a una estructura cerrada, abriendo su discurso a múltiples entradas y referentes.

'Razón y demolición'
Esta elección, que da cabida a textos y juicios ajenos, con los que Navarra ha decidido apoyar su perspectiva, enriquece el planteamiento de fondo de su tesis, aunque –a veces– lo haga a costa de una cierta dispersión que, por otra parte, siempre ha sido un rasgo consustancial del cuarto género, pero que –es nuestra opinión– no permite incluir la literatura de viajes (una forma de escritura con su propio código) dentro de la prosa de ideas.
Capturar el espíritu ambiguo que identifica al ensayo siempre tiene algo de tarea melancólica. Si la única regla de la novela es que no hay más norma que la verosimilitud, en el caso de la literatura de ideas enunciar cualquier preceptiva conlleva el riesgo de tener que aceptar un sinfín de excepciones. Cada ensayo es distinto a otro porque cada ensayista, a su vez, también lo es. En esto la prosa de ideas no difiere en exceso del periodismo de opinión, cuya tarea es sopesar y enjuiciar hechos.
En ninguno de ambos casos encontramos un denominador común, o un rasgo objetivo, para poder embridar dentro de una forma cerrada esta literatura, salvo que –y no es mala cosa– aceptemos la tesis del Conde de Buffon: el hombre es el estilo. La retórica del articulismo, igual que pasa con el ensayismo literario, se eleva gracias al ethos del autor. A su carácter.

Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon, pintado por François-Hubert Drouai
Navarra, que viene de publicar libros fantásticos sobre Eugenio D’Ors, la crisis de fondo del sistema educativo –alérgico a la lectura y a la comprensión de la realidad en favor de la gestión interesada de los sentimentalismos y las identidades– y acerca de personajes como Ortega y Gasset, Andreu Nin o J.G. Ballard (firmado a medias con Beatriz García Guirado), es un ensayista consumado. De eso no cabe ninguna duda.
Maneja muy bien las contradicciones. Conoce a fondo la mejor tradición de los pensadores que escriben, o de los escritores que piensan, y es capaz de construir su visión acerca de la finalidad que tiene, en estos tiempos donde la letra espanta, el hecho leer y escribir ensayos. Su libro, dicho con sus palabras, es un “ejercicio de estética personal”. Pero, en su caso, conduce a una ética y, por extensión, a una formulación política. Navarra es antiescolático, lo cual implica una toma de posición: defiende, ante todo, su subjetividad. En esta clave cabe leer su ensayo, cuyo objetivo es ver cómo la literatura de ideas ha influido en nuestra conciencia colectiva. “La crisis o los abismos sociales son el motor de la escritura de ensayos”, afirma.

'La escritura y el poder'
Y agrega: “Los ensayos, en general, deben tratar de desestabilizar las certezas de cada época para hacer posible el avance general de las ideas, las científicas y las éticas”. ¿Quién puede discutir esto? Es exacto, pero esta relación no es mecánica: un ensayo, reducido a su última esencia, es el sonido de un escritor pensando (por escrito). Una tarea que se ejerce en soledad, aunque después se comparta con los demás porque todo ensayista aspira a ser leído y cualquier libro espera ser divulgado.
Es dentro de esta dialéctica entre el autor y el público donde realmente se está poniendo a prueba el espíritu crítico que, como defiende Navarra, ha alimentado el género desde sus orígenes y lo hace, justo ahora, más necesario que nunca. La capacidad de iluminación que acompaña al ensayista, sea en el grado que sea, no siempre es bien recibida por la sociedad en la que vive o la que dirige sus escritos. Quizás esto diferencie el ensayismo en nuestra época con respecto a etapas históricas anteriores, como la de Montaigne.

Retrato de Michel de Montaigne
La reflexión sobre la importancia de la correspondencia privada a la hora de analizar a determinados autores para averiguar su verdadero sentir, en contraste con sus obras oficiales, esas máscaras, es una de las partes antológicas de este libro. Filósofos como Hume o Spinoza, a los que Navarra dedica pasajes sabrosos, tenían que ser cautos a la hora de compartir sus ideas. Estaban expuestos al castigo y a las múltiples formas de inquisición. Pero la respuesta (incluida la violenta) en contra de sus ideas venía siempre de instituciones.
Ahora sucede algo bien diferente: son las audiencias empancipadas, feliz definición de Gonzalo Torné, quienes se han erigido a sí mismas en soberanos tribunales canceladores. La intolerancia que se ha instalado entre nosotros no viene de arriba y discurre hacia abajo. Surge desde la misma placenta social: es ese aire sectario y, hasta cierto punto, totalitario, justificado con la vieja milonga de la sensación de frustración de las masas.

'Ortega y Gasset y los catalanes'
La poética del ensayismo de Navarra –espontaneidad, naturalidad, un rigor que sea capaz de aceptar el desorden, tan barojiana– es excelente. Escribir ensayos, en efecto, “es un ejercicio de duda y reconstrucción”. Una manera de mejorarse. También se parece mucho a caminar sobre las arenas de un terreno inestable, en el que los cambios súbitos no permiten ver con claridad, a lo sumo únicamente nos dejan atisbar, el porvenir inmediato. Pero el enemigo del pensador, que es el sentido que Navarra da al término ensayista, no es únicamente la satánica ideología neoliberal. Son también todos aquellos que, como los populismos redentoristas, prometen la utopía de alcanzar una libertad colectiva.
No existe tal cosa. Igual que pensar es un acto privado con consecuencias públicas, la libertad nace de los individuos para, después, si se dan las circunstancias, extenderse al cuerpo social. La idea de que en el capitalismo digital, o en la sociedad póstuma, que es la descripción que usa Navarra, “es más eficaz saturar que censurar, porque el que gana es aquel capaz de crear mayor fatiga crónica” puede aplicarse sin contradicción tanto a las izquierdas identitarias como a las derechas nacionalistas.
No es demasiado importante en qué bando se sitúe cada una de ellas. Lo trascendente es lo que hacen. Sobre todo si ejercen el poder. Acaso por eso, como apunta Navarra, escritores considerados conservadores –es el caso del gran G.K. Chesterton, poseedor de todos los talentos esenciales del ensayista ideal– sean considerados progresistas. Cosa asombrosa.

G. K. Chesterton
Quizás esta paradoja explique la grave encrucijada en la que nos encontramos. Que un escritor obstinadamente católico, como es el caso del autor de Ortodoxia, capaz a su vez de escribir un libro como Herejes, sea percibido, e inevitablemente disfrutado, como un agitador de conciencias muestra el cerrilismo y el grado de hipocresía que existe en buena parte de las sociedades occidentales, empeñadas en parecer lo que no son y en predicar aquello que nunca practican.
Por eso este libro de Andreu Navarra, sagaz e irónico, cargado de sana impertinencia, es una irresistible invitación a pensar con un espíritu libre y goliardesco; una defensa de la indagación, una invitación a equivocarse, porque quien no se equivoca es aquel que sigue al rebaño. Caminar en discusión con uno mismo es vivir. Ese es el viaje.