Publicada

Una librería no se define por su tamaño, ni por el número de libros que reposan sobre sus estantes, sino porque, una vez en su interior, quienes allí moran, durante el día y, en ocasiones, también tras el crepúsculo vespertino, logran transportarte, tras una breve conversación, a otros mundos y a otros tiempos.

Porque ser librero no es tan solo una profesión, sino una forma de vida. Una existencia dedicada a ofrecer a los más osados, que son siempre aquellos que, tras su primer libro, deciden abrir otro y otro más, las historias que, en cada momento, necesitan para continuar respirando. La gasolina para su intelecto y, por qué no decirlo, incluso para su alma.

Esta es la diferencia principal entre una librería, como las de antes, como las de siempre, y un lugar donde se venden libros, solos o en compañía de revistas o cuadernos de crucigramas. Librerías y quioscos. Librerías y aeropuertos, asépticos y funcionales.

Una realidad que Sergio y Azra conocían a la perfección cuando decidieron abrir en el número 8 del carrer de la Ribera, en el barrio del Born, la librería independiente Fahrenheit 451. La casa Fahrenheit, como ellos la llaman. Un claro homenaje a la obra del mismo título, publicada en 1953 por el estadounidense Ray Brabdury, que posteriormente, en 1966, fue llevada a la gran pantalla por el director de cine francés, representante de la nouvelle vague, François Truffaut.

Novela distópica por antonomasia que presenta una sociedad en la que los libros están prohibidos y los bomberos, lejos de dedicarse a apagar incendios, tienen por misión quemar todos aquellos que encuentren. Porque los libros son peligrosos. Su contenido es conocimiento y éste nos hace libres. O, en palabras del escritor francés Michel Houellebecq, “vivir sin leer es peligroso, pues obliga a conformarse con la vida”.

Estantería en la librería Fahrenheit 451 CASA FAHRENHEIT

Sergio cuenta que su proyecto empezó hace unos años en Sitges, debido a que, precisamente allí, se encontró con una situación del todo paradójica o, como él dice, distópica. Y es que, pese a ser, de cara al exterior, una ciudad faro de la cultura, con su conocido festival de cine, sus calles no albergaban ni una sola librería.

Por ello, Azra y él, aunque en sus bolsillos apenas resonaba el metal, se armaron de valor y decidieron intervenir, no sin poco esfuerzo, en defensa de las letras. Compraron una furgoneta y transformaron este vehículo en una librería ambulante, en una book truck, que recorría la ciudad ofreciendo a los transeúntes consejos literarios.

Pero, al parecer, la normativa municipal era poco ágil en la renovación de los permisos temporales. Y durante el tiempo que transcurría entre las sucesivas peticiones, no podían trabajar. Entonces llegó la pandemia y, después, tras tres renovaciones sucesivas, la denegación. El final de su iniciativa literaria. El triunfo de la burocracia sobre la cultura.

Talleres creativos y artesanales

Sergio y Azra, sin embargo, ya no podían parar. Se habían convertido en libreros y, por encima de todo, deseaban continuar siéndolo. La opción de la venta ambulante había quedado descartada, de modo que buscaron un local para trasladarse. Pero la popularidad de Sitges había provocado un aumento tal de los precios de los alquileres que decidieron mudarse a Barcelona.

Y tuvieron suerte. Porque una clienta, que había comprado el local de la antigua librería Negra y Criminal, en la Barceloneta, les ofreció continuar allí con su proyecto. Y así lo hicieron durante dos años en los que, con pasión, como verdaderamente han de hacerse las cosas para que estén bien hechas, consiguieron abrirse un hueco en la vida cultural del barrio.

Aunque, un día, los vientos de cambio volvieron a soplar en la historia de los libreros. Y estos, conscientes de que la vida sin libros no es tal, sino un simple sucedáneo, siguieron sin resignarse y se trasladaron a otro local, donde se encuentran en la actualidad. La casa Fahrenheit. El lugar que Sergio y Azra, con tesón, han conseguido convertir en el hogar de todos aquellos que todavía, pese a todo, pese al exceso de realidad en la que nos hallamos inmersos, creemos que es posible soñar mientras pasamos la página. Está en la calle de la Ribera, en el Born.

Esto es Fahrenheit 451. Con sus talleres creativos y artesanales, desde meramente literarios, a enfocados a la ilustración o a la maquetación de libros. Sus presentaciones, algunas musicales. Sus conciertos acústicos. Sus sesiones de escucha de vinilos. Pero, sobre todo, con sus libros y su reposada atmósfera, alejada del mundanal ruido.

Todo gracias a Sergio y a Azra, que nos han demostrado que la distopía puede combatirse y que, en un mundo cada vez más mecanizado, deshumanizado y postmoderno, el oficio de librero sigue en vanguardia, en defensa de aquello que nunca puede perderse. Del libro.