El filósofo Xavier Rubert de Ventós

El filósofo Xavier Rubert de Ventós WIKIPEDIA

Letras

Rubert de Ventós, personaje literario de Luisa Castro y Xita Rubert

La hija del filósofo publica 'Los hechos de Key Biscayne', una novela alejada de la venganza que sí reflejó la poeta Luisa Castro, esposa de Rubert de Ventós y madre de Xita en su obra 'La segunda mujer'

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No leo apenas literatura contemporánea, pero entre las excepciones a esa norma ajena a mi voluntad está Los hechos de Key Biscayne de Xita Rubert (Anagrama), porque Vila-Matas dice que es un buen libro y que la autora tiene temple y será una buena escritora –en efecto, así es, pero no me gusta el género de la crítica literaria y el lector disculpará que no me entretenga en glosar las virtudes estilísticas evidentes de la autora--; y también la he leído porque uno de los protagonistas, claramente reconocible, es el ya difunto filósofo Xavier Rubert de Ventós, que era el padre de la autora, apenas enmascarado bajo el nombre de Ricard.

Si Aranguren dijo que el diario El País era el intelectual colectivo de España, podría decirse que Rubert de Ventós fue el intelectual orgánico de Catalunya. Nunca me cayó especialmente bien ni mal, ni me interesó lo que escribía ni lo que decía en sus frecuentes apariciones en la prensa y la televisión, pero no se le puede negar que tenía un gran encanto personal, un atractivo grande, basado en la personal elegancia y cultura, y sólidamente respaldado por la inteligencia y el dinero (que le venía de familia). (La riqueza suele agregar cierto plus de seducción hasta a un gañán: parece que le dé misterio, inesperadas posibilidades alquímicas).

Lo conocí una noche en que aparecí en su casa, invitado por su entonces joven esposa, la poeta Luisa Castro, luego directora de sucesivas sedes del Centro Cervantes. Sus intereses y los míos estaban tan distantes, que, por decirle algo, le pregunté si era verdad que él era el “negro” de Pasqual Maragall, el que le escribía los discursos. Me dijo: “Sí, y al otro también”. “El otro” era Jordi Pujol.

Venganza personal

No creo que lo dijese como una jactancia ni enorgulleciéndose demasiado de ello --como signo de proximidad con el poder--, pues no se regodeó en el tema, sino que al contrario llevó en seguida la conversación hacia otros temas, pero esa frase dicha al desgaire, “Y al otro, también”, se me quedó grabada: de manera que la misma pluma que escribía los discursos del presidente de la Generalitat escribía los del jefe de la oposición. Con eso queda dicho todo sobre lo que durante largos años fue la política catalana hasta naufragar --o cuajar, o florecer: eso depende del color con que se mire— en la declaración de independencia de Puigdemont.

Añadiré, aunque no descubra nada que el lector no sepa ya, que es una paradoja del sadismo de la vida que un intelectual como él acabase enfermo de alzheimer. Por más que dediques la vida a pensar, esa dolencia cruel te puede avasallar como a cualquier ama de casa que se haya pasado la vida planchando y pendiente de los programas televisivos de Belén Esteban y Jorge Javier.

Portada del libro de Xita Rubert

Portada del libro de Xita Rubert

Y es una paradoja también que un intelectual dedicado al pensamiento abstracto se haya convertido, por partida doble, en personaje literario, propiamente novelesco, y qué personaje, aunque enmascarado por pseudónimos, de dos buenas novelas, dos, ambiguo reconocimiento de la posteridad a su carisma.

La primera de esas novelas fue La segunda mujer, con la que Luisa Castro ganó el premio Seix Barral pero que no obtuvo en la prensa catalana ni una sola crítica, ni una sola mención, ni siquiera para denostarla.

Ese asombroso silencio, propio de la omertá siciliana, respondía a que Rubert era muy querido y protegido por el establishment político y cultural de la región, y La segunda mujer, siendo, como he dicho, una novela bien escrita, que arrojaba potente luz sobre las corrientes profundas del sistema de poder y clase catalanas, era una demolición en toda regla del personaje, con ribetes… qué ribetes: con sustancia de venganza personal de la ex esposa al marido poderoso: cuenta la historia de la joven e impecune gallega ingresando en el meollo de las clases dirigentes catalanas y experimentando en sus propias carnes la xenofobia. Es un texto cargado de rencor, el rencor ácido e indecoroso de la decepción matrimonial.

Ególatra príncipe del mundo

Muchos años después de la noche del “y al otro, también”, la hija de ambos, de Rubert y de Castro, que entonces era un bebé, que dormía en la habitación de al lado, publica esta novela autobiográfica de formación, o de transición a la madurez, Los hechos de Key Biscayne, escrita, al contrario de la anterior, desde el humor y el amor, un amor para nada ciego, y donde Rubert se erige en un seductor y un mago extravagante, y como un ensimismado y algo ególatra príncipe del mundo que se toma la realidad como una fiesta en el jardín de su casa, y las relaciones poco menos que como una broma, hasta que la realidad, como suele pasar, le castiga por faltarle al respeto. La realidad es tan moralista.

Haber dibujado con tanta habilidad y discreta ternura a un personaje tan idiosincrático es sólo una de las virtudes y de los temas de la novela de Xita Rubert. A años de distancia, he leído ambas novelas, La segunda mujer y Los hechos de Key Biscayne con placer pasablemente culpable, pues en ambos casos todo el rato “veía” a Rubert de Ventós.

Los artefactos literarios tan claramente inspirados “en hechos reales” y en personajes conocidos tienen la ventaja de llamar la atención porque a los valores artísticos supuestos o reales que tengan incorporan el interés extraliterario que esos personajes despiertan en el público potencial, que sin eso quizá no las leerían; los franceses llaman a esto “roman à clef”, novela bajo llave, como si portasen un secreto que esconden tras una puerta cerrada, al que sólo se puede acceder sabiendo un código, cuando en realidad el código es de acceso universal e incluso la puerta está abierta de par en par.  

Al mismo tiempo eso es un hándicap para la ambición artística del autor, que no puede estar del todo seguro de si el logro es suyo o en realidad pertenece al personaje. Claro que en esa ambición está implícita la confianza del autor en el juicio del porvenir, de que cuando la llave haya dado dos vueltas y la puerta esté cerrada a cal y canto por el olvido, y nadie sea reconocible, el texto se defenderá por sí solo.