Ahora son nueve en el equipo. Unos están en Madrid y otros en Latinoamérica. Cuando Páginas de espuma nació contaba únicamente con sus dos fundadores: Juan Casamayor y Encarnación Molina. En 1999 decidieron crear un sello especializadao en el relato contemporáneo en castellano. No fueron pocos los que los llamaron locos y les advirtieron de que no llegarían muy lejos. Se equivocaron. Veinticinco años después Páginas de Espuma ha crecido, ha publicado autores de prestigio y ha descubierto nuevas voces. La historia del cuento en castellano no puede entenderse sin su trabajo de divulgación, promoción y fortalecimiento de la narrativa breve o las ediciones completas de escritores clásicos e universales.
Si mira hacia atrás, ¿qué balance hace de estos veinticinco años de trayectoria?
Lo primero que hago es pensar en ese Juan que, superada la barrera de los 30 años, desea montar un proyecto editorial especializado en cuentos. A partir de ahí, lo que he aprendido en estas tres décadas es que la edición es un ejercicio de lectura. La lectura es el principio y el fin del camino de un editor. No hay otro. A partir de ahí el editor debe especializarse e intentar controlar y no fracasar mucho en las distintas disciplinas que exige todo proyecto editorial, que no deja de ser como una cuerda con dos cabos donde hay una parte literaria y cultural y otra mercantil, fenicia, si se quiere.
A ustedes ninguna de estas dos partes les ha salido mal.
No. En estos momentos Páginas de Espuma tiene cinco personas en Madrid y cuatro en Latinoamérica. Somos nueve personas en la editorial. No somos pocos, pero para lograrlo la parte económica es imprescindible. Dicho esto, una editorial es un territorio que se va explorando; uno se instala en un gerundio, siempre está aprendiendo, intentando ser editor. En el fondo, uno no es nunca editor del todo. Uno lee y sigue leyendo siempre. Como dice Jorge Herralde, el libro que escribimos los editores es nuestro catálogo. Y ese es el balance: crear un catálogo donde el tronco principal es el cuento y resultado de la unión de distintas orillas; las orillas geográficas son evidentes, pero son las que menos importan. Como dice Clara Obligado, todo nos une menos el idioma. Las orillas que me interesan son las simbólicas. Algo fundamental en la labor de un editor es el compromiso y el diálogo entre los autores y las orillas. Por eso tenemos una colección de clásicos y una colección de autores contemporáneos, dentro de los cuales tenemos a escritoras –como Irene Reyes Noguerol– que empiezan y a escritores asentados con un amplio recorrido y novelas publicadas en los grandes grupos que quieren que sus relatos estén en Páginas de Espuma.
Por ejemplo, Nuria Labari.
Y Margarita García Robayo o Lina Meruane. Lo que he aprendido es que siempre va a haber alguien que quiera escribir una historia y alguien que quiera leerla. Seguimos imprimiendo los libros como hace 500 años, lo que sí ha cambiado radicalmente es la comunicación en torno a la existencia de un libro y los canales de comercialización. No se puede dar la espalda a los medios culturales de un país, pero estos medios ya no son suficientes para la prescripción de un libro.
Páginas de espuma nació más o menos al mismo tiempo que Minúscula, los sellos del Grupo Contexto o Alpha Decay. ¿Qué favoreció el surgimiento de todos estos sellos?
1999 no es un año cualquiera para la edición. Unos años antes aparecieron Lengua de Trapo o, dentro de la literatura infantil, Kokinos, que tomó el relevo de Lumen y abrió un espectro cada vez más amplio de editoriales infantiles. 1999 es clave porque ese año aparecieron Minúscula, Acantilado y, nosotros. Se trata de un fenómeno que es necesario contextualizar. Tiene lugar en España, pero también en países latinoamericanos, donde se da otra explosión de editoriales independientes. Y sucede a medida en que los grandes grupos se hacen cada vez más grandes, planteando un verdadero binomio: Planeta-Random House. He de decir que yo, cuanto más grandes veo a los grupos, más contento me pongo: significa que la grieta se hace más amplia. Esto es así, si bien en un inicio no se leyó de esta manera. De hecho, Beatriz de Moura, en un artículo dijo que esa oleada no eran más que tortuguitas que nunca llegarían al mar. Y claro que llegaron. Pensemos, por ejemplo, en las editoriales del Grupo Contexto, llegaron y se mantienen.
¿Ahora es más complicado empezar un proyecto editorial?
Yo soy muy optimista; es decir, un pesimista informado: creo que las editoriales compiten con un mercado de ocio dominado sobre todo por las tecnologías y lo audiovisual. Aun así, el libro es imbatible. No creo que ellos lo tengan más difícil que nosotros, que tuvimos que adaptarnos al nuevo contexto. Ellos ya nacen adaptados. Los editores de aquella época hemos vivido la crisis del 2008 y una pandemia de la que, por suerte, hemos salido reforzados. Vendrán nuevas dificultades. Dicho esto, a cada editor le toca una época y, de todas maneras, ahora, en algunos aspectos, es más fácil montar una editorial que antes. Ahora se puede montar desde el salón de tu casa. Hace treinta años las cuestiones técnicas eran más complicadas. También es cierto que todo depende del tipo de editorial que quieras
¿En qué sentido?
Una editorial como Páginas de espuma necesita de una infraestructura de cierto tipo, pero existen editoriales muy interesantes que son unipersonales. Pienso en Fórcola o en Gallo Nero: son Javier y Donatella y ya está. Evidentemente, tienen colaboradores externos, pero la editorial son ellos.
Si hablamos de cuento hay que hablar de Páginas de espuma, pero hace veinticinco años la situación era diferente. ¿Cómo se explica el desarrollo, desde un punto de vista comercial y de divulgación, del género corto?
Mario Muchnik decía que había dos tipos editores: los del sí, es decir, los que seguían el mercado, y los del no, es decir, los que iban a contracorriente. Yo soy de los editores del no: siempre he ido a contracorriente. Antes de publicar los primeros títulos fui a hablar con los distribuidores, en concreto, con los de Tusquets –antes de que fuera de Planeta– y de Anagrama y, tras escuchar nuestro proyecto, nos dijeron que estábamos locos y que íbamos a fracasar. Pues no ha sido así. En parte porque en este país cada vez se lee más. No es una impresión, es una realidad. Nos lo dicen los datos objetivos del Informe de Hábitos de Lectura de la Federación de Libreros y Editores de España. Los grandes lectores se abren a distintos registros literarios. Sin entrar en cuestiones de teoría y crítica literaria, si algo nos ha enseñado este primer cuarto de siglo es la definitiva explosión de los límites entre géneros. Nos encontramos con novelas fragmentarias, con novelas -y esto lo ha estudiado muy bien Winston Manrique- con capítulos cada vez más cortos. Se tiende a la brevedad. Me puedes decir: “Bueno, Juan, mira la última novela de Rodrigo Fresán”, pero Fresán es único. Me puedes decir: “Mira los bestsellers”. Y es cierto, pero me refiero a otra literatura: vamos hacia lo breve. No voy a ser yo quién diga qué importancia tiene Páginas de espuma, pero es verdad que cuando surgió era una anomalía, un sello único en el espectro editorial.
¿Hay más lectores de cuentos ahora?
Seguramente hay más, pero sería vanidoso por nuestra parte decir que la responsabilidad es nuestra. Lo que sí que creo es que esta explosión de la biodiversidad lectora ha hecho que otros sellos publiquen más cuentos de los que publicaban a finales de los noventa. Mira los catálogos de Candaya o Impedimenta; encontramos cuentos, que es un género ante el cual ya no se cierran. Luego hay que hablar de Random House, que ha tenido éxitos de ventas gracias a libros de cuentos como los de Alice Munro, cuyo éxito se incrementó tras el Nobel. Y hay que tener en cuenta que, en términos generales, las formas breves no suelen ser más sencillas de leer que una novela.
Más bien todo lo contrario.
Efectivamente. Es mucho más fácil leer una novela ambientada en la guerra civil que otra donde unos vampiros buscan el Santo Grial y cada 40 páginas nos recuerdan qué estamos leyendo. Coges un libro así y lo lees en el Metro sin necesitar de concentración. Ante la mayor difusión de las formas breves hay que tener en cuenta que la realidad tecnológica ha permitido una buena difusión de las formas de leer. Lo comenzamos a ver al principio de este siglo, cuando a través de las redes se comenzó a percibir más interés por los cuentos, que se compartían y creaban comunidades de lectores. Hay que añadir otro factor: en España, en este último cuarto de siglo, se ha consolidado una red de formación de escritura creativa, desde la Pompeu Fabra hasta la escuela de escritura del Ateneu pasando por Fuentetaja y, obviamente, sin olvidar el taller de Clara Obligado, la madre de todos los talleres. En todos estos cursos, la materia con la que se trabaja es el cuento. Hay un gran activismo respecto y esto forma a los lectores.
Hablando de talleres, ¿no cree que proyectan la idea no del todo real de que se puede aprender a escribir? Es fácil detectar manuscritos nacidos en un taller porque están cortados por el mismo patrón. La literatura es otra cosa.
Entiendo por dónde vas. La técnica de la escritura se puede enseñar: cómo tiene que funcionar la sintaxis, cómo construir diálogos, cómo evitar repeticiones y cacofonías… Este aprendizaje te puede llevar a conseguir una forma depurada de un texto que, posiblemente, puede ser técnicamente perfecto, pero que ni a ti ni a mí nos mueve porque seguramente tú y yo prefiramos cierta imperfección. Los textos más maravillosos tienen esa ligera imperfección que los hace perfectos. Todo esto, sin embargo, no nos debe hacer olvidar que de algunos talleres han salido escritores enormes: Mónica Ojeda o Samantha Schweblin son dos casos muy potentes. A ellas dos podemos añadir Natalia García Freire o Irene Reyes Noguerol. La máquina de hacer pájaros de Natalia es un libro de relatos a la altura de Las voladoras de Mónica Ojeda. Se puede aprender a escribir, pero el genio tiene que venir de casa.
Ahora que cita a Irene Reyes Noguerol. Su libro Alcaravea ha sido recibido muy bien por la crítica y el público. ¿Sigue costando descubrir un autor nuevo a los lectores o esto cada vez son más curiosos?
Escribir y editar es realizar un viaje compartido en el que el punto de partida es la lectura, porque si no hay lectura, no hay opciones de nada. Pero cuando hay lectores, cuando hay un buen texto y una mecánica de trabajo editorial que lo empuje un escritor desconocido puede convertirse en una figura de referencia. Cuantas más lecturas se tengan más curiosidad se tendrá por conocer textos y autores nuevos, dispuestos a romper límites. Al hablar del boom de las escritoras cometemos un error. Las escritoras han escrito toda su puñetera vida. Lo que pasa es que fueron invisibilizadas u olvidadas. A lo que deberíamos referirnos es al boom de las lectoras que, por un sentimiento de rebeldía y de pertenencia han decidido leer a escritoras. Ellas, las lectoras, son las responsables de cuestionar el canon y hacer otro distinto al tradicional. De ahí que una escritora como María Fernanda Ampuero se haya convertido en un fenómeno raro, alguien que, en cinco años, ha vendido treinta ediciones de Peleas de gallo.
Ese fue su primer libro, si no me equivoco
-Exacto. Ahora ya tiene tres publicados con nosotros, pero Pelea de gallos fue el primero y es un libro que, desde 2018 hasta 2023, cada año vendió más que el anterior. Es el único libro del catálogo, a excepción de Samantha Schweblin, que ha vendido de esta manera.
Dejando de lado la literatura infantil, donde encontramos al mayor número de lectores, las mujeres son el verdadero motor lector de este país.
Sin duda. Basta ver los datos. Las mujeres de cuarenta años, más o menos, leen casi un 69% más que los hombres, que no pasan del 55%. La brecha es grande. Y han decidido leer autoras principalmente, pero no porque sean mujeres, sino por los temas y técnicas que proponen o la complejidad de sus obras. A mí algún autor me ha dicho que ahora las escritoras están muy intensitas escribiendo siempre de violencia. ¿Perdona? Esto no es así. Leed a María José Navia o a Socorro Venegas. Su literatura no tiene nada de violencia, están a las antípodas de Maria Fernanda Ampuero, Gabriela Wiener o Gabriela Cabezón Cámara.
En su catálogo, los clásicos tienen una gran importancia
Los clásicos llegaron años después de fundar la editorial porque hasta 2008 no tuvimos el músculo económico para publicar 3000 ejemplares de un volumen de mil páginas. Desde el inicio tuvimos claro que queríamos hacer algo distinto: volúmenes de cuentos completos. Empezamos con Maupassant y Chéjov y seguimos con Poe, que funcionó extraordinariamente bien. Esto nos permitió seguir publicar a Zolà, a Balzac o a Henry James. Así nos fuimos abriendo a distintas literaturas, de la francesa a la inglesa o la alemana. Ahora publicamos los relatos de Joseph Roth y el semestre pasado el primer volumen de Kafka. En 2025, publicaremos de nuevo los relatos de Poe, pero esta vez vamos a dejar la traducción de Cortázar porque nos hemos dado cuenta de que su traducción no es completa. He comido un par de veces con Aurora [su primera mujer y albacea] y me contó que le dieron dinero para la traducción; eran jóvenes, se fueron a Paris y se lo gastaron sin apenas haber traducido nada. Luego se fueron a Italia invitados por unos amigos y allí terminaron la traducción. Cortázar quitó algunas frases y añadió otras de cosecha propia, así que ahora proponemos una nueva traducción completa. La bomba llega a finales del 2025, cuando publicaremos los cuentos completos de Bradbury. Hasta ahora estaba en Minotauro, pero la agencia que representa a los herederos del escritor ha decidido que seamos nosotros, una editorial independiente, quien se encargue de la edición definitiva de todos sus relatos en castellano.
Supongo que se debe a que, en estos veinticinco años, se han ganado ustedes la confianza de las agencias.
Siempre hemos tenido muy buena relación con las agencias. Dicho esto, creo que son quienes más renovación necesitan del sector del libro. Los distribuidores se han renovado muchísimo. Todos sabemos el trabajo que están haciendo los libreros, pero las agencias literarias siguen funcionando igual: te doy un manuscrito, cerramos el contrato con el editor y me olvido. La agencias tendrían que tener un compromiso más real para que su autor llegue más lejos.
Hay editores que hacen de agentes de sus autores. ¿Ha pensado en hacerlo?
En absoluto. Los contemporáneos que publico son solo en castellano, por tanto, me centro en España y en Latinoamérica, que no entiendo como una unidad, sino como un conjunto de países distintos. Hablar de Latinoamérica en contraposición a España es algo muy postcolonial. No existe Latinoamérica, sino países distintos con unos contextos muy diferentes. Atender a los diecinueve países latinoamericanos ya es suficiente volumen de trabajo para mí.
-¿Argentina y México siguen siendo los dos mercados más fuertes?
Hay movimiento pendular entre México y Argentina, siempre ha sido así. En total son diecinueve países muy distintos, sometidos a situaciones políticas, culturales, climatológicas diferetes. México es donde el sector español más vende y exporta, pero es un país donde las librerías independientes son muy endebles y donde dependemos de las grandes cadenas del libro, que no han superado bien la pandemia. Argentina es un país con muchas librerías independientes y con cadenas importantes, pero cometemos del error de hablar de Argentina en general, cuando nos estamos refiriendo a Buenos Aires y, más en concreto, a una zona muy restringida: la que va de Recoleta a la avenida 9 de julio.
Ahora Argentina ahora está pasando por una situación política terrible que está destrozando el mundo de la cultura. Eso sí, es encomiable el trabajo que, pese a todo, están haciendo muchos libreros argentinos. Si vendemos mucho allí es gracias a los libreros. Es importante citar también a Colombia, que tiene una buena economía del libro y buenas librerías. En el otro extremo está Chile, el único país latinoamericano que aplica un 19% de IVA en los libros. Esto hace que sean muy caros y también sea caro exportar. Paradójicamente, es también el país con la estructura editorial independiente más fuerte de Latinoamérica, solo que, en términos políticos lleva años dando bandazos y esto tiene su reflejo en el mercado del libro. Actualmente, en todos los países hay una contracción del consumo por culpa de la inflación. Creo que es la primera vez que me veo ante esta situación de cierta igualdad de problemas entre países, independientemente de sus diferencias.